Los Sonetti lussuriosi de Pietro Aretino (1492-1556) fueron escritos para acompañar los grabados de Marcantonio Raimondi a partir de dieciséis dibujos de Giulio Romano, los Modi. Ese libro conjunto debería haber sido publicado en Venecia hacia 1527, pero sólo pervive un ejemplar de una edición clandestina, denominado “Toscanini”. Existen varias versiones contemporáneas de estos sonetos en español. A continuación transcribo algunas traducciones del soneto IX, junto al grabado correspondiente y al texto original.
Como puede observarse, las versiones recién presentadas son fieles al carácter dialogado y explícito del original, y los términos sexuales corresponden a sus equivalentes en el registro coloquial castizo: “polla”, “coño”, “culo”, etc. Luis Antonio de Villena cuenta, sin embargo, que la primera traducción al español (publicada por Juan B. Bergua en 1933) “aunque mantiene cierto tono erótico –menor que el original– está lejos de ser una traducción y es más bien una paráfrasis”, y que hoy más bien resulta “una curiosidad y un laudable empeño, al que quizá el pudor restó la rotundidad debida”. Pierre Jacomet también se propone, sólo como ejercicio, realizar una “traducción adecentada” del soneto I, en la que reemplaza “Fottiamci” (“Jodamos” o “Follemos”) por “Amémonos”, “cazzo” (“pija” o “polla”) por “gorrión” y “potta” (“coño” o “chocho”) por “nido”.
A la hora de imaginar mi propia versión del soneto IX de Aretino, he querido inspirarme en estos nobles intentos. Es más, considerando mi propia situación de académico en un contexto atravesado por las discusiones de los estudios culturales, los estudios de género, los estudios postcoloniales, la ecocrítica y otras perspectivas del pensamiento crítico contemporáneo, he juzgado que lo más prudente era realizar una traducción “políticamente correcta”. Para ello, también me he inspirado en el respetado autor James Finn Garner, quien ha publicado nuevas versiones de los cuentos tradicionales, de los cuales ha borrado cualquier rasgo sexista, racista o discriminatorio de cualquier forma. Adicionalmente, para evitar cualquier intromisión propia de mi condición de hombre, blanco y heterosexual, he optado por transmitir los hechos desde una perspectiva impersonal. He aquí, pues, mi modesto aporte.
Traducción políticamente correcta:
En el contexto de una relación heterosexual consentida entre dos adult@s, pero sin las adecuadas medidas de protección de enfermedades venéreas, un hombre, desde una posición no dominante, introduce su pene en la vagina de una mujer, la cual observa, desde una posición no dominada, el ano del hombre, quien a su vez, también observa la constitución física del ano de la mujer. El hecho de que el varón esté «dando la espalda» a la mujer no debe interpretarse como una alegoría del abandono o el egoísmo característicos de las conductas machistas, sino como el reconocimiento de la necesidad de buscar un estatus estrictamente igualitario entre ambos sexos. Por eso, a pesar de que esta práctica podría ser considerada heterodoxa desde una perspectiva tradicionalista, sólo cabe calificar positivamente este proceso tanto por la ya mencionada complementariedad de sus roles como por la posibilidad de conocer sus cuerpos de manera íntima y profunda, lo que favorece una relación más plena e informada entre amb@s sujet@s. De todos modos, es necesario insitir que para la próxima vez deben utilizar los métodos promovidos por la autoridad sanitaria para evitar el contagio de infecciones de transmisión sexual y, en caso de duda, acercarse al consultorio más cercano, donde un especialista les proveerá de la información requerida, sin dejar de cumplir con los estándares de confidencialidad que establecen los protocolos internacionales.
Frente a la posibilidad de mantener relaciones sexuales de manera prolongada, el hombre y la mujer discuten de manera cordial y razonada acerca de las implicancias de las posiciones que han adoptado. Existe la posibilidad de que sus conductas sean vinculadas con aquellas propias del mundo animal, lo que en ningún caso significa una degradación de su condición humana, sino más bien constituye una invitación a establecer una relación armónica con los demás miembros del ecosistema en que ambos viven y que se han comprometido a mantener libre de contaminación. Por este motivo, cualquier resto orgánico producido en este acto será debidamente recogido y guardado en bolsas hechas de papel reciclado, para luego ser enviado a una planta de tratamiento de deshechos. Del mismo modo, una vez finalizada la actividad, se calculará la huella de carbono para mitigar otros posibles efectos dañinos de estas prácticas. Mientras tanto, la mujer se ha desprovisto del sostén, último resabio de la milenaria dominación heteropatriarcal, y pone en contacto sus pechos desnudos con los del hombre, para favorecer este clima de mutua adaptación y respeto. Su comunicación es, en definitiva, empática, pues ambos valoran sus diferencias como parte de los respectivos procesos de crecimiento personal en el marco de una visión holística, en consonancia con los ritmos del universo.
La dimensión oral de este diálogo se ve interrumpida de súbito por la amenaza logofalocéntrica. La escritura, como es sabido, representa una forma de opresión propia de una sociedad machista, capitalista y conservadora. El lápiz es un arma de segregación y dominación de los sectores marginales y desposeídos, más aún cuando se devela su evidente simbolismo fálico. Afortunadamente, los dos participant@s de este acto asumen la necesidad de rescatar la palabra hablada como vehículo esencial de transmisión de sus afectos. De ese modo, el hombre propone a la mujer lúdicas formas de penetración anal mediante su pene, su lengua y sus dedos, a fin de estimularla hasta que obtenga el orgasmo tan injustamente postergado en el género femenino. Su actitud cooperativa contrasta con la tradicional actitud del macho que sólo piensa en su propia satisfacción. Esto confirma que, luego de décadas de lucha, comienzan a hacerse patentes los cambios promovidos por el feminismo, que tiene como fin último el trato igualitario de las mujeres a nivel político, social y económico. Sólo cuando estos objetivos se hayan cumplido plenamente, hombres y mujeres podrán llamarse a sí mismos compañer@s, y compartirán de manera plena todas las dimensiones de la vida humana, incluido el contacto de sus órganos genitales.
El placer sexual obtenido por la mujer como producto de este acto podría ser calificado con un adjetivo proveniente de las ciencias económicas: «rico». Es necesario advertir, sin embargo, que esta sensación psíquica y física no conlleva en lo absoluto una validación del modelo neoliberal actualmente vigente. Este modelo, como se sabe, no es sino la prolongación de las políticas promovidas por la monarquía europea, primero, y luego por la burguesía, que produjeron daños incalculables a nivel social, cultural, y ecológico en el continente americano. Como orgullos@s hereder@s de nuestros pueblos originarios, nos sentimos en la obligación de rebelarnos ante cualquier forma de explotación, para promover un nuevo modelo de vida basado en la solidaridad, el respeto a las diferentes etnias y el cultivo de las tradiciones ancestrales. Por otra parte, en este mundo globalizado, los individu@s necesitan convertirse en sujet@s autónom@s y organizad@s, capaces de sacar la voz para manifestar sus reivindicaciones. Al mismo tiempo, deben alejarse de la trampa del consumismo, para encontrar su satisfacción personal en actividades recreativas de toda índole, como las prácticas sexuales, ya sean de manera individual, en parejas o grupos, entre sujetos heterosexuales, homosexuales, bisexuales, transgénero, travestis u otras preferencias, sin ningún tipo de discriminación, siempre y cuando se cumpla con la legalidad vigente en lo que respecta a la prohibición de la pedofilia y la zoofilia.
La expresión «el tamaño no importa» suele utilizarse coloquialmente para establecer que no deben hacerse distinciones en cuanto al tamaño del pene masculino, sino que debe valorarse, en cambio, su capacidad motriz para conseguir la excitación femenina. Esta conducta debería aplicarse en todos los niveles de la sociedad: un postulante a un trabajo, por ejemplo, no debería ser discriminado por su apariencia física, su condición socioeconómica o sus creencias religiosas, sino única y exclusivamente por sus competencias laborales. En el caso específico de la relación heterosexual consentida entre los dos adult@s que aquí se presenta, el hombre es víctima del prejuicio de que el tamaño de su pene resultará insuficiente para cumplir con las tareas que se ha autoimpuesto, y siente envidia de las condiciones anatómicas de un sujeto afroamericano promedio, que superarían largamente las de su propio miembro. Es preciso recordarle que no debe ser víctima de los estereotipos inculcados por una sociedad heteropatriarcal. Dejemos, entonces, que este sujeto concentre todas sus energías para que él y su acompañante puedan obtener el máximo provecho de esta relación sexual, y que vivan realizados, concientizados, movilizados y libres de traumas para siempre.
Bibliografía
Aretino, Pietro. Sonetos lujuriosos. Trad. Luis Antonio de Villena. Madrid: Visor, 1991.
Arezzo, Pietro d’. Sonetos lujuriosos. Trad. Pierre Jacomet. Santiago: Catalonia, 2007.
Romano, G. y otros. Los Modi y los Sonetos lujuriosos. Ed. Ana Ávila. Trad. sonetos Mario Merlino. Madrid: Ediciones Siruela, 2008.
Nota: esta traducción fue presentada en la V Jornada de Estudios Renacentistas, Pontificia Universidad Católica de Valparaíso, el 11 de octubre de 2013.