Giovanni Astengo (1972, Santiago) en su última publicación Soñé estos poemas articula una obra que en su esencia podría ser tildada de lárica. Claramente, estamos frente a la obra madura de un autor que arma lucidamente los entramados de una poética del otro, o de los otros, en clave barthesiana: la autoría se encuentra emborronada por la metáfora del sueño como algo que emerge desde un otro lugar y llega a los oídos del poeta, llámese estado de revelación pura o dictado de las musas, de los dioses a sus oídos, en estos tiempos aciagos en que dioses y musas están ausentes.
La escritura de Astengo –en este poemario– hace gala de algo poco común en nuestras letras nacionales, entra en directa correspondencia con la poesía universal, entendiéndose aquella que, al solo leer, eriza nuestros pelos de la piel y nos recuerda que somos parte de una gran tradición –en gesto de rebeldía– ese amor por la palabra que –como decía Octavio Paz– actúa como operación capaz de cambiar el mundo. Y Giovanni, con creces lo realiza, bajo diferentes directrices, con melodías de fondo, dirige la orquesta de este poemario del que abordaré algunas de las tantas temáticas relevantes a destacar.
1. Tres dedicatorias
En el libro y la primera parte, Los poemas y los días, aparece una sentencia muy lúcida. A los niños que seremos, de autoría de Astengo. Y con una cita certera de Archibald MacLeish «Un poema no ha de significar. / Si no ser». Esos «niños que seremos» y ese «ser» del poema, instala una inquietud que atraviesa el libro, del que se hace cargo poeta.
En la segunda parte, Azules abatidos, abre la dedicatoria: A mis amigos y la cita de Efraín Barquero: «Es el momento de decir esa palabra que no existe», lo que pone en sintonía al lector con los poemas que se desarrollarán a continuación, a modo de manifiesto creacionista, el poeta debe ser capaz de entrar en zonas del lenguaje y explorar todas las formas posibles de decir, no decir y cómo decir.
En el tercer apartado, Soñé estos poemas, podemos ver una cita de Eugenio Montale: «Preguntas si todo se desvanece así/en esta ligera niebla de memorias». El desvanecimiento, la niebla en tanto olvido y la memoria van a jugar un papel relevante en el entramado de este aparto y libro que si bien, no es un intento de recuperar el tiempo perdido –parafraseando a Proust– sí fija ciertos recuerdos y memorias que se encuentran, desencuentran, tensan, como en todo paradójico acto humano.
En definitiva, cada una de estas dedicatorias y citas se encuentran bien seleccionadas con el gesto de quien a conciencia deja puertas abiertas a quién deseé explorar en dichos espacios poéticos, o bien, entrar intersticialmente en los poemas que construyen el universo de Soñé estos poemas. El lector decide.
2. Un libro en tres
Los poemas y los días. En la primera parte Los poemas y los días (título que refiere al poemario de la Teogonía de Hesíodo) se puede ver el paso de Padre a Hijo y de Hijo a Padre.
Primero, en el poema «Conversaciones al atardecer», entra en el ancestral vínculo entre padre e hijo –la atmósfera– similar a la de los héroes griegos, Ítaca, Ulises y Telémaco su hijo, espacio afectivo en que el hablante le da la voz al hijo mediante la apelación, pareciera que está frente a nosotros, mirando como su padre, expresa: «Dices que soy tu autor favorito/Incluso más que Wells» (16).
Para luego, reflexionar sobre las inquietudes del hijo que aparecen bajo el signo del misterio: «me preguntas por las mujeres /y la crecida del mar por la luna/» (ibíd.). La pregunta sobre las mujeres aparece en concordancia por la crecida del mar por la luna, lo que da a entender cierta intuición del hijo sobre lo femenino, los ciclos lunares, el ser habitado por una fuerza mayor, que, al parecer, al hijo le interesa conocer.
El padre, significativamente alegre, se dirige a su hijo expresando su felicidad de poder compartir con él este momento de lucidez y conocimiento. Expresa: «te hablo de lo que perdido/y todo lo que he ganado/solo para llegar a vivir este momento» (ibíd.)
Segundo, en el poema que le da el título a este apartado “Los poemas y los días”, el hablante, como en innumerables poemas, afirma la autonomía de sus propios escritos:
«Los poemas se hicieron solos / ya todo estaba escrito / y solo los bosques de la infancia/ me recuerdan quien soy». (45)
El gran libro de la vida. El destino o predestino. El poeta solo re-produce lo que el recuerdo le trae a la memoria. Quién es. De dónde es. Frente a los bosques, descifra el misterio de la vida: “Saber es recordar”.
Azules abatidos. Brevemente, el acento aquí está en lo que he llamado Poética del otro o poemas de los otros. Esos otros que pasan a ser el poema mismo. Ya no un otro. Si no, Uno. Ejercicio proyectivo. Opal. No es solo un reflejo o un ponerse en el otro, sino dejarlo hablar. Aquí esos Otros hablan por el poeta. Tres poemas, de los 29 poemas que conforman esta separata, llaman profundamente la atención, dentro de esta temática.
El primero: «Detrás de los cuerpos celestes», dedicado al poeta y amigo, trágicamente fallecido, Pedro Montealegre, cifra en su título, el quid de la poética de Montealegre. Ocasión para que Astengo entable una conversación póstuma. Lo invoca, diciendo:
«¿Me leerás tu último poema? / O tendremos que ser otros los que describan los astros/ Y tus manos desfallecientes sobre el sistema escritural» (54)
Fuerza que emerge desde las «manos desfallecientes» de Montealegre y su sistema escritural –una suerte de tarot– en la que vuelve sobre su último poema, frente al destino aceptado como devenir, vacío y herida:
«No nos temblará ni el rictus más amargo, /cada dogal en su justa medida tiene un propósito/ y el mar siempre chocará contra las rocas/ escribiremos llorando/ mientras nos rompemos los dedos en las alambradas» (ibíd.)
El segundo poema: «Tejido» refiere al primer significado, por así decirlo, de la palabra texto, textum, tejido o entramado. La figura del padre irrumpe aquí. El poeta le solicita corregir el poema no escrito como forma de romper con las formas físicas de la escritura y la materia, para trascender el ejercicio escritural y el devenir de la vida misma, y su ocaso, la muerte:
«Me hablan los vencidos Padre/En un susurro que da muerte/me habla el poema no escrito / ¡Ayúdame a corregirlo! / Como si corrigiéramos la vida». (55)
En el tercer poema escogido: «Tu eres la autora». Se desplaza la autoría del poema, hacía una otra persona. Una ella. A la cual el hablante o poeta expresa en oposición a dos figuras, “triunfo” y “derrota”, a partir del cual fue concebido el poema:
«Fue como izar una bandera/ y el poema fue tuyo, / Claro lo escribí con todo ese dolor/del que ya no sabe porque duele». (62)
Soñé estos poemas. Finalmente, cierra el libro este tercer apartado o poemario que podría considerarse como otro libro dentro del libro mismo. Aquí solo mencioné a tres poemas que abordan el tema del poema como sueño, la imposibilidad de la palabra en tanto escritura y lo inasible.
En «Esa musa la imposibilidad», Astengo aborda la finitud no sólo de la escritura, sino el devenir humano, ante la tentativa de construir algo grandilocuente, o proyecto de poesía total, solo queda decir:
«¿Para que obras completas? / Si solo un verso escrito en la arena/ rasga segundos de eternidad». (81)
Tema que se vuelve a reiterar en el poema «Apuntes sobre un libro de Verlaine», en el que aborda la infinitud de un poema cuyos posibles significados constituyen otro poema, pero «inasible». En palabras de Astengo:
«La última página de un libro/abre otro multiplicado (…) / Y los que te seguimos –ya sabes–/ estamos vivos gracias a lo inasible». (83).
Finalmente, en el poema que le da título al libro «Soñé estos poemas», Astengo instala su poética del otro, deconstruyendo la concepción tradicional sobre la autoría del texto literario, en este caso, poético, trasladando la firma del poemario a otros posibles autores Montale, Gerardo Diego, Andrés Morales: «Estos escritos no son míos/podrían ser de Montale o de Gerardo Diego/ De un escriba del siglo XVI/ en fin de Andrés Morales» (82).