“La palabra ‘leer’ (…) proviene del latín legere y significa, entre otras acepciones, ‘elegir’. De ahí proceden, por ejemplo, ‘legión’ (los elegidos) y ‘leyenda’ (que merece, y se elige para, ser narrado). Así, ‘lector’ sería quien escoge y desprende de signos gráficos una significación”, nos dice el investigador, luthier y escritor Joaquín Miranda Puentes, en una asociación muy pertinente para estos días de plebiscito.
En cierto momento un libro no es más que una cosa que intercepta la luz
(Macedonio Fernández)
Introducción
Las palabras han evolucionado durante milenios hasta convertirse en lo que son hoy, perdiendo, o al menos ocultando, su origen. Esa historia, cuando se recorre, le da sentido a las palabras que usamos cotidianamente. Por ejemplo, “cálculo” viene del latín calculus, cuyo significado es “piedrecita” y refiere a un método de enseñanza: los niños aprendían a contar sumando piedras pequeñas, sean sueltas o dispuestas en un ábaco. Por otro lado, “pedagogo” viene de la composición de dos palabras griegas: el sustantivo paidos “niño” y el verbo ágein “conducir”. En la Grecia antigua el pedagogo era la persona, usualmente un esclavo, encargada de conducir a los niños a la escuela. Las palabras, entonces, cargan su historia y esta nos ayuda a comprenderlas en profundidad. Sin embargo, hay una que me interesa particularmente: la palabra “leer”. Proviene del latín legere y significa, entre otras acepciones, “elegir”. De ahí proceden, por ejemplo, “legión” (los elegidos) y “leyenda” (que merece, y se elige para, ser narrado). Así, “lector” sería quien escoge y desprende de signos gráficos una significación.
Sesgo de especialidad
Ricardo Piglia señala en su Teoría de la prosa (2019) lo siguiente: “[e]s el lector quien debe fijar un sentido que será siempre incierto, hay muchos relatos posibles en un solo texto y el que lee debe elegir siempre un camino y desechar otros” (88, la cursiva es mía). ¿Qué factores influyen en la elección del camino de lectura? Mejor dicho: ¿qué elementos son los que se eligen, de dónde proceden, cuando se lleva a cabo el acto de leer? Una primera respuesta puede formularse a partir de lo que llamaré el sesgo de especialidad. Usaré para ilustrar lo anterior el cuento de Piglia “La loca y el relato del crimen” (2014).
El cuento trata de Emilio Renzi, un lingüista frustrado que trabaja en el diario El Mundo y que debe suplir a su colega enfermo cubriendo la noticia del asesinato de una copera llamada Larry. Luna, su jefe, le dice que atraparon al asesino, Antúnez, conviviente de la víctima, y que la única testigo es una pordiosera loca a la que no se le entiende nada. Renzi acude al Departamento de Policía para averiguar algo más. Aparece el sospechoso, mira a Renzi a los ojos y le dice que es inocente. Emilio le cree. Luego sale la loca, que repite un discurso en apariencia delirante y que Renzi graba por completo. Más tarde, y gracias a sus habilidades lingüísticas, el protagonista descubre que la loca estaba consciente del asesinato y que la verdad de lo ocurrido resalta en su delirio: Antúnez es inocente. Cuando se lo dice a su jefe, él se impresiona, pero le recomienda no difundir la información. “Si ellos [la policía] te dicen que lo mató la Virgen María”, le dice Luna, “vos escribís que lo mató la Virgen María”. Renzi, impotente ante la orden de su jefe, y vacilando sobre si correspondía o no enviar la información al juez, decide escribir su hallazgo en un cuento que revela al verdadero asesino: Almada.
Renzi descifra a partir de lo que domina, escoge de entre las hipótesis posibles la que se relaciona con su especialidad: la lingüística. Aquí se puede identificar a un lector sesgado por su ámbito del saber, un lector ambicioso por demostrar que su conocimiento es el ideal para encontrar el sentido de los acontecimientos. Emilio Renzi lee desde la lingüística. El resultado de su lectura, sin embargo, no es voluntario. Retomo aquí lo mencionado arriba en la cita de Piglia sobre el deber elegir. Por un lado están los acontecimientos del que no se conocen las circunstancias, por el otro está Renzi con la obligación de desentrañarlos. Ese imperativo crea la lectura, fuerza a Renzi a develar una realidad de la que no fue partícipe, y lo hace rellenando los vacíos con explicaciones que son posibles gracias a su especialidad, esto es, la lingüística.
A partir de lo anterior podría proponerse la lectura como una puesta en acción del conocimiento del lector, como conocimiento vivo. Lo curioso es que es ese conocimiento el que dirige al lector y no al revés. Quien lee, al saber lo que sabe, no puede leer sino desde ese almacenamiento intelectual. A pesar de elegir una posibilidad de entre varias, el lector no podría haber escogido otra. Esta discusión la retomaré en otro apartado.
Lectura y sentido
¿Cómo podría aplicarse la lectura en tanto elección a los casos de Don Quijote o Madame Bovary? Sabemos que ambos determinan y configuran su vida de acuerdo con lo que leen. Los sentidos de sus existencias se completan con las páginas que consumen. Piglia en su texto “La linterna de Anna Karenina” dice que “[l]a verdad está en la ficción, o más bien, en la lectura de la ficción” (2014, 136). Me parece que lo que hacen Don Quijote y Emma Bovary es elegir en sus lecturas lo que necesitan para subsistir: ven en la ficción, en lo escrito por otros, su futuro. En palabras de Piglia: “la ilusión de realidad de la ficción como marca de lo que falta en la vida. Se va de la lectura a la realidad o se percibe la realidad bajo la forma de la novela, con esa suerte de filtro que da la lectura” (128-129).
Por otro lado, en su texto “Cómo está hecho el ‘Ulysses’” (2014), Piglia sentencia que “[e]l lector avanza a ciegas para reconstruir un sentido perdido y lee siempre en el texto los indicios de su propio destino” (169). Esta afirmación nos lleva a un nuevo tipo de lector. Se trata, como en Don Quijote y Madame Bovary, de personajes que ejercen lecturas casi oraculares. El lector en esas obras descifra su destino en lo que lee. ¿Es esto una elección, retomando la etimología de “leer”? Me parece que Piglia ayuda a responder esta pregunta en su texto “Ernesto Guevara, rastros de lectura” (2014): “[l]a lectura funciona como un modelo general de construcción del sentido. La indecisión del intelectual es siempre la incertidumbre de la interpretación, de las múltiples posibilidades de la lectura” (93). En el fondo, de las interpretaciones posibles, Don Quijote y Madame Bovary eligen las que faltan a sus vidas, es decir, aquellas que condensan un futuro posible y atractivo dotado de sentido. A diferencia del caso del lingüista Renzi, no se lee para confirmar lo que se es, sino para asumir y hacer propio lo que falta.
Puntuar lo abstracto
En su seminario “La lectura del inconsciente” (2015), Jacques-Alain Miller reflexiona sobre el vínculo entre sentido y lectura, entendida como una estructura organizada por símbolos tipográficos. Dice que “[l]a tipografía es una condición de posibilidad del psicoanálisis” (566). Sin embargo, para él, el término tipografía no se refiere a la acepción tradicional de signo escrito, sino a una puntuación del inconsciente hablado, el discurso del paciente: “[l]a puntuación es lo que, fundamentalmente, agrega, introduce o desplaza el analista. El psicoanalista agrega al habla una puntuación; y se podría decir que la interpretación analítica es esencialmente un hecho de puntuación” (568-569). El analista como editor del inconsciente. Sin embargo, lo fundamental que quiero transmitir al introducir esta disciplina en mi ensayo se encuentra condensado en la siguiente cita de Miller (570):
Se podría defender la posición según la cual la puntuación finalmente es responsable del inconsciente. Vamos a decir que la puntuación, acentuando un poco nuestro resultado, no solo hace legible el inconsciente en la palabra, sino que constituye el inconsciente como legible.
Sostengo que la lectura opera del siguiente modo. El lector, sujeto que posee una determinada subjetividad desarrollada en una sociedad de intercambio intersubjetivo, deposita en el libro parte de su inconsciente, lo ordena hasta el punto de ver en su lectura una respuesta acorde a su experiencia.
Gonzalo Miranda en su texto Jacques Lacan y lo fundamental del psicoanálisis señala que “[l]a noción de inconsciente implica que el sujeto ya no es causa del discurso, que aquel que habla es hablado por la lengua” (2003, 75). La lectura sería eso: un discurso formado por dos partes: una material, el libro o pantalla desde donde se lee y que contiene una multiplicidad de interpretaciones en sus disposiciones lingüísticas, y el lector, cuyo inconsciente se ordena en la lectura a tal punto que, como Don Quijote o Madame Bovary, interpreta y significa su experiencia previa, además de revelar su propio destino.
Por otro lado, creo pertinente hablar del texto “Empezar: el comienzo” de Jitrik. Ahí el autor habla del imaginario como “un lugar virtual que se está saturando sin cesar” (2000, 95) y que, por lo mismo, y por su propio peso, termina por ordenarse de alguna manera. Es una hipótesis sobre el inicio de la escritura, sobre el momento previo al acto mismo de escribir. Me interesa esa idea porque me parece aplicable a la lectura. Si entendemos el inconsciente como un imaginario pesado, como un estado previo al lenguaje, ¿no es posible que en el acto de leer este imaginario devenga en un orden particular sugerido por las palabras que se están leyendo? ¿Puede este orden particular de palabras y de significación gatillar algo en el inconsciente que lo obligue a volverse lenguaje y apropiarse de un sentido descifrable? Si volvemos al caso de Emilio Renzi, no es descabellado pensar que sus conocimientos de lingüística, entendidos como un conjunto abstracto e inefable de saberes, se hayan traducido en la resolución del enigma, pues este misterio propició verbalizar dichos conocimientos, dotarlos de sentido y de orden. Por su parte, Don Quijote y Madame Bovary traducen sus vidas en las lecturas que realizan; estas ordenan sus pasiones, sus deseos más personales, a tal punto de forjar ahí sus destinos.
Lo que quiero proponer con esto es que la lectura implica una subjetividad particular, la del lector, un inconsciente abstracto e informe que encuentra en la grafía una manera de ordenarse y relacionarse de alguna manera con quien lee. Es importante aclarar que la grafía está viva: no son meros símbolos en una página, sino que son signos percibidos uno después del otro en un momento particular, por alguien específico y en un lugar concreto. Son, por decirlo de algún modo, signos respirando, signos siendo. Esta vida requiere del lector, quien, como un mago del lenguaje, convierte esas líneas ordenadas en materia orgánica que se funde con su subjetividad. Esta fusión entre la subjetividad del lector y lo que se lee es, a mi juicio, la lectura.
Propongo, además, que la elección figura en la lectura como una fuerza de gravedad. Si bien no se trata de que el lector escoja intencionadamente lo que conlleva su lectura, sí hay una atracción entre aquello que figura en el inconsciente y que tiene un peso suficiente para salir con lo dispuesto lingüísticamente en un libro. En el caso de Renzi, podríamos imaginar un lugar abstracto en el que habita su conocimiento de lingüística. Este conocimiento, al percibir que el misterio que investiga Emilio puede tener una respuesta desde el análisis del lenguaje, es llevado hacia afuera y se corporeiza en forma de palabras. Fue atraído hacia allí. Lo mismo con Don Quijote y Madame Bovary.
Lectura autopoiética
Finalmente, quiero ir un poco más allá y hablar de lectura autopoiética. La autopoiesis es un término creado por los biólogos Humberto Maturana y Francisco Varela para abordar la organización de los seres vivos. Estos, según los autores, se caracterizan porque están constantemente creándose a sí mismos:
El que los seres vivos tengan una organización, naturalmente, no es propio de ellos, sino común a todas aquellas cosas que podemos investigar como sistemas. Sin embargo, lo que es peculiar en ellos es que su organización es tal que su único producto es sí mismos, donde no hay separación entre productor y producto. El ser y el hacer de una unidad autopoiética son inseparables, y esto constituye su modo específico de organización (1986, 29).
Claro que la lectura no es un ser vivo, pero sí requiere de uno. Lo que propongo es que una lectura, entendida como la fusión mencionada entre la subjetividad del lector y lo que se lee, se crea a sí misma. Un libro que sigue leyéndose a lo largo del tiempo es uno que es capaz de entablar ese vínculo, esa atracción, con los lectores. Es similar a la evolución de las especies que se adaptan a los entornos para mantenerse con vida. Es más, la lectura evoluciona porque el ser humano lo hace.
Lo que quiero decir, y con esto espero unir los diversos puntos que he abordado en este ensayo, es lo siguiente. Una persona en algún lugar del planeta decide leer un libro en particular. Lo toma entre sus manos, lo abre y enfoca su vista en las palabras, en las letras dispuestas una al lado de la otra para ser leídas en ese orden. En el momento mismo en el que la mirada se posa sobre los primeros signos, el inconsciente nota que un conjunto abstracto de experiencias depositado en él es atraído hacia afuera. Este imaginario ve en el lenguaje de las páginas una forma de proyectarse, entiende que su caos puede ordenarse de esa manera. El lector, mientras esto ocurre, comienza a percatarse de que, por ejemplo, está leyendo algo que le hace sentido, algo que perfectamente podría ocurrirle a él. Es más, decide, gracias a su lectura, llevar a cabo acciones que surgieron en su mente al leer. Cada vez que vuelve a tomar el libro, la experiencia se repite y se recrea a sí misma. Puede leer libros distintos, pero su imaginario, su subjetividad, es y será siempre de él.
Podría decirse, finalmente, que es el imaginario el que es consecuente con la etimología de la palabra “leer”. El lector elige el libro, no así las consecuencias de su lectura. Como la reformulación lacaniana del cogito cartesiano, presente en su Seminario 14 –otra vez el psicoanálisis–: soy allí donde no pienso y pienso allí donde no soy, el lector habita el libro más que el lugar en el que lee.
Palabras finales
Para Wittgenstein el significado es el uso del lenguaje y entiendo por lectura algo similar: esta no existe ni antes ni después, sino en el acto mismo, en el durante. La lectura es el uso de un conjunto de condiciones: debe haber alguien que lleve a cabo la acción de leer y algo que sea leído. Ese alguien posee un imaginario, una subjetividad colmada de experiencias, mientras que en lo leído existe una serie de combinaciones lingüísticas que atraen parte de esa subjetividad y le proponen un orden. Así, y volviendo a la etimología, el imaginario elige una porción de sí mismo para verbalizarla, proceso se recrea a sí mismo en cada acto de lectura. Tal vez por eso Borges decía que uno no es lo que ha escrito, sino lo que ha leído. O, quizá, esta es simplemente la lectura que mi imaginario eligió para darle sentido a esa afirmación.
Referencias
Jitrik, Noé. “Empezar: el comienzo”. Los grados de la escritura. Ediciones Manantial, 2000, pp. 93-111.
Maturana, Humberto y Francisco Varela. El árbol del conocimiento. Editorial Universitaria, 1986.
Miller, Jacques-Alain. “La lectura del inconsciente”. Seminarios en Caracas y Bogotá, compilado por María Hortensia Cárdenas. Paidós, 2015, pp. 565-579.
Miranda, Gonzalo. Jacques Lacan y lo fundamental del psicoanálisis. Ediciones UCSH, 2003.
Piglia, Ricardo. “Cómo está hecho el Ulysses”. El último lector. Debolsillo, 2014, pp. 149-169.
————. “Ernesto Guevara, rastros de lectura”. El último lector. Debolsillo, 2014, pp. 93-124.
————. “La linterna de Anna Karenina”. El último lector. Debolsillo, 2014, pp. 125-148.
————. “La loca y el relato del crimen”. Nombre falso. Debolsillo, 2014, pp. 73-83.
————. Las tres vanguardias. Saer, Puig, Walsh. Eterna Cadencia, 2016.
————. “Nuevas tesis sobre el cuento”. Formas breves. Debolsillo, 2016, pp. 111-135.
————. Teoría de la prosa. Eterna Cadencia, 2019.