¡Hugo Bello, académico y profesor de literatura de la UAH, nos habla hoy sobre arte, política y corazonadas!
Los versos de la Bersuit Vergarabat con que he titulado estas palabras, se escribieron tres años antes de que, en el año 2001, el presidente Fernando De la Rúa debiese escapar de la Casa Rosada, en helicóptero, mientras en el gran Buenos Aires saltaban las astillas de un estallido social. Era la coronación del llamado corralito. Se trataba de una de las sucesivas crisis económicas de la Argentina, que detonaba en la cara de sus gobernantes. De la Rúa no había sido un gobernante corrupto ni populista, su política de estabilidad discrepaba de aquella de varios de sus predecesores y sucesores. Pero la baja o la devaluación de la moneda es siempre una rebaja de los salarios. Una subida en los pasajes del metro o en las tarifas de la luz, también. Y, entonces… “se viene el estallido”.
El destinatario de la canción de la Bersuit era Carlos Saúl Menem. Este, después de 10 años de gobierno, había detenido la inflación, plaga sucesiva en la historia de Argentina, pero no podía mostrar las manos limpias frente a las acusaciones de corrupción generalizada que acosaban a su gobierno. Motejado como dictador y tirano por la canción de la banda rockera, Menem sobrevivió a toda las acusaciones y juicios; en cambio, De la Rúa pagó mucho más caro los errores fatales de su gobierno, que dejaba a los ciudadanos sin efectivo y sin poder acceder a sus ahorros, y a la Argentina con cinco presidentes en diez días, como corolario de una ingobernabilidad generalizada.
Se viene el estallido,
se viene el estallido,
de mi garganta,
de tu infierno, también.
En su película La Haine, de 1995, el director Mathieu Kassovitz recogía de la realidad de los suburbios parisinos los motivos y las historias con las que armaría su relato. En 1993 un adolescente de origen africano, Makome M’Bowole, de 17 años, había muerto de un tiro en la cabeza en una comisaría, mientras estaba detenido y con las manos esposadas. Su muerte produjo un estallido en los barrios parisinos donde habitan las minorías de inmigrantes y los sectores económicamente deteriorados por un desarrollo que alcanza cada vez para menos. Kassovitz parte del testimonio de los jóvenes parisinos, muestra el duro contraste entre la ciudad opulenta y la realidad conflictiva de los suburbios; las distancias económicas se traducen en las distancias que deben recorrer los trenes de acercamiento, entre la ciudad reproducida millones de veces por cuadros, filmes, afiches publicitarios y el espectáculo en general. Por otro lado, está el barrio obrero, donde palpita el estallido. El relato hurga en los detalles del conflicto racial y familiar, entre las paredes de los espacios reducidos de la intimidad y en la poderosa exclusión social para encontrar las razones larvadas del estallido. El filme de Kassovitz intenta explicar, mediante un reloj que avisa cómo se acorta el tiempo de los personajes, la inminencia del estallido, ese que ni las estadísticas, ni la movilidad social, ni la reducción de la pobreza pueden presagiar.
Y ya no hay ninguna duda
Se está pudriendo esta basura
Fisura ya la dictadura
Del rey!
En La Haine, los jóvenes representan sus propias vidas mediante la caracterización de escenas de filmes anteriores. Su mundo no es el de las utopías redentoristas, ni de la promesa socialista, es el aquí y el ahora donde se forja la ira en la sociedad de consumo y de satisfacción de las necesidades más básicas: a nadie le falta el alimento, a nadie le sobra un poco de felicidad. Entre los primeros minutos de La Haine, el joven Vinz, Vincent Cassel, actúa como el matón de barrio que quisiera ser, imitando a Travis Bickle, el asesino paranoico de Taxi Driver (1976). Ensaya un diálogo que ha hecho historia frente al espejo, sus deseos se ven en la representación del pistolero que instaurará un orden nuevo, pero un orden que emerge de la anomia y el sinsentido de la explosión que se anuncia en los roces y los ladridos de perros de la represión policial. El ghetto con sus códigos y los conflictos con la autoridad; el orden establecido y la asfixia familiar se describe al ritmo de peleas de pandillas, hip hop y drogas. La fuerza física y la imposición de la voluntad mediante patadas y golpes de box son parte de la retórica que estos jóvenes de la esquina saben rimar. La realidad juvenil contrasta, finalmente, con lo que invoca la publicidad de un cartel a orillas de la vía férrea: “El mundo es de ustedes”.
Gente poniendo huevos
Para salir de esta rutina
Se viene el estallido
El arte no tiene una facultad predictiva, la ciencia, en parte, se basa en ella. Si un experimento no es replicable y si no es predictible en sus consecuencias su validez será cuestionada. Pero una canción o un filme, quizás sin pretender predecir la realidad la pueden vocalizar o pronunciar anticipadamente, de manera que en el futuro puede su significación alcanzar su potencial de sentido. El arte puede, y no es suya una facultad de premonición ni de adivinanza, prever lo que está en aire, lo que se oculta, lo que todos ven y no pueden nombrar, o lo que de tan sabido no tiene nombre. Lo que precede al estallido. Quizá, solo quizá, hoy, esta semana, la canción que más han escuchado algunos y puesto en las ventanas de sus departamentos sea “El baile de los que sobran”, escrita para un tiempo que habría de llegar. Quizás. Lo que es más cierto es que nadie, o quizás alguna canción, o un poema que no conozco, anunció el estallido que por ahora coreaba una canción al ritmo de una murga, ¡¡¡Oh, despertó, Chile despertó!!!