Distingo desde lejos a mi amigo, que viene llegando de una estadía en el extranjero. Me pongo de pie para darle un abrazo. Carga una abultada mochila amarilla de la que extrae un volumen en cuya portada se ve a un niño vestido de marinero, dibujado en blanco y negro, descendiendo velozmente una escalera morada de peldaños demasiado abruptos, contra un cielo cian que se va destiñendo de arriba abajo: la imagen, de Eugenio Dittborn, sirve de umbral al más reciente número de Pensar & poetizar, la revista del Instituto de Arte de la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso, que con ésta alcanza su décima edición (aunque haciendo trampa con las cuentas: los tres últimos números son dobles). En un panorama en que por momentos parecemos condenados a escoger entre la trivialidad superficial pero solemne de los suplementos culturales y la aridez de las revistas indexadas para especialistas, esta revista resulta refrescante. Es por eso que, dejando de lado obligaciones más urgentes, la leo de punta a cabo este domingo que hoy concluye y la refracto en estas líneas que, como el hilo de una caña de pescar que se sumerge en la pantalla, se lanzan a ver si algo pica allá al fondo.
La revista se divide en tres secciones, la primera de las cuales contiene cuatro ensayos: unas “Notas sobre pintura” de Natalia Babarovic (quien acaba de inaugurar una muestra en la galería González y González con la que sería interesante cotejar sus reflexiones), una “Carta sobre la poesía” de Ernesto Rodríguez, una evocación de sus encuentros con Guy Debord de Rodolphe Gasché (“La fuerza de no tener nada que mostrar”), y un texto de Ronald Kay de 1988 sobre el Tanztheater de Pina Bausch (“Introducción a la mortalidad”). Un hilo invisible recorre el trayecto que va de un texto a otro: partiendo por la descripción de Babarovic de la pintura como “algo que se hace ‘mientras’ pasan otras cosas más importantes”, una actividad comparable a “pasar el paño amarillo por los muebles” (9) y durante la cual una serie de gestos tridimensionales dejan marcas en la superficie con la que se topan, hasta llegar a la descripción de las obras del Tanztheater como rigurosamente irreproducibles por cualquier medio técnico (un diagnóstico que la tentativa de Wim Wenders no hace sino confirmar), en tanto que marcadas por “la presencia de cada bailarín en particular, (…) por su individualidad irremplazable” (28) y por una reticencia a la escritura (Kay lo describe como un “evento escénico grafófobo”), a la notación, libreto o partitura y a la relación con el tiempo que esos sistemas implican. La misma fobia a lo que se registra y, al registrarse, se vuelve asimilable como cosa, y por lo tanto susceptible de consumo, recorre la evocación que hace Gasché de Debord y, en otro tono (más cercano al romanticismo que a las vanguardias), el texto de Rodríguez, que reivindica la valoración de la poesía como íntimamente ligada a la vida y a la experiencia religiosa en un sentido radical.
Resulta interesante contrastar estos ensayos con los materiales que reúne la sección siguiente, “Poesía”. Sería un error pensar que a la primera sección le corresponde la primera mitad del título de la revista –pensar– y a ésta la segunda: más bien lo uno y lo otro están repartidos por partes iguales entre ensayos y poemas. No se piensa en esta revista como si pensar fuera algo que sólo accidentalmente se sirve del lenguaje, ni se hace poesía en ella entendiendo el ejercicio como una conjunción agradable de palabras. Los primeros textos, fragmentos de Anne Carson traducidos cuidadosamente por Adriana Valdés, a la vez confirman y desmienten a Rodríguez: se trata de poemas religiosos, pero de poemas en los cuales la experiencia religiosa es idéntica al “Vacío con mayúscula al que ha tendido a través de los siglos la poesía mística”, contraria a toda placentera plenitud o promesa de felicidad, implacable en su desposesión y al mismo tiempo desprovista de todo dramatismo trágico (“Alma – / que sola está en el amor / que nada hace por Dios / que nada pide de Dios / que nada espera de Dios… ” 43). Algo semejante sucede en los breves textos de Rumi, el poeta sufí del siglo XIII, traducidos por Cristóbal Joannon y Diego Maqueira, que nos transmiten fragmentos como “No hay mejor amor que el amor sin objeto, / no hay trabajo más pleno que el trabajo sin propósito” (54), al fin y al cabo no tan lejos de la idea de Rodríguez de la poesía como “juego inútil” (18).
Algo más enrarecida es la atmósfera de los poemas que siguen, si pueden llamarse así las “Fisuras” de G. Colón, fragmentos que, según la descripción del autor que los antecede, “brillan con la luz de su propio cortocircuito” (55), textos breves en la tradición del calambur y la paronomasia. La selección concluye con “Dos poemas sucios de Jonathan Swift” traducidos por Pablo Oyarzún. Estos poemas se hallan francamente en las antípodas de cualquier sublimidad o misticismo, por su tema y su lenguaje obsceno, escatológico, prosaico. Ambos textos describen cuerpos femeninos con una franqueza rayana en la crueldad, y en la obsesión por lo repugnante, pero refrescantes para quien haya navegado las idealizantes aguas de los innumerables petrarquistas que ensalzan a amadas insoportablemente perfectas. Hay aquí una dimensión de la poesía (tal vez habría que decir “del verso”) que se distancia aún más extremadamente del romanticismo hölderliniano al que apela Rodríguez (“La poesía sale y saluda. Saludar es bendecir.” 17), aunque sin necesariamente desmentirlo: la maledicencia siempre ha sido la otra cara de la pasión por las palabras, como la comedia respecto a la tragedia, pero hay un contraste entre ambas pasiones en el que valdría la pena pensar.
La tercera sección de la revista consiste en un dossier de textos de homenaje a Raúl Ruiz en la que Bruno Cuneo evoca fragmentos de conversaciones a bordo de un taxi, Virgilio Rodríguez esboza unas notas acerca de la oralidad en el cine de Ruiz, y Ronald Kay lo interpela en un poema del 69, “Palos de ciego”, espetándole: “Claro, Raúl, hay que irse por las ramas / mirar pa otro lao, como si nada / buscando las cinco patas del gato / o subirse a una micro para bajarse una cuadra / más allá y tomar otra para volver a cualquier parte / da lo mismo, más que nunca.” En los dos textos del difunto (creo que a él le gustaría esta palabra) que esta antología incluye, el propio Ruiz hace precisamente eso: irse por las ramas, divagar, embolinar la perdiz con un talento inigualable que hace sospechar que su espectro nos ha de rondar un buen rato, en sus películas, sobrepobladas de fantasmas, en sus notables escritos (siempre conversados), o en las tres fotografías suyas, cuando joven, que escanden este número de Pensar & poetizar para el cual unas líneas de un texto de G. Colón podrían bien servir de colofón: “Archivo expiatorio. Al perecer nada es eterno. (…) Dieta intelectual: rigor con arrojo” (57).
Adriana Valdés
6 agosto, 2012 @ 15:21
Dan unas ganas terribles de tener la revista en las manos… Excelente reseña. Cómo comparto eso de estar entre Scila y Caribdis: la «trivialidad superficial pero solemne de los suplementos culturales y la aridez de las revistas indexadas para especialistas»…
Propongo fundar la asociación del bombo mutuo, en memoria de la que fundó Lihn cuando celebró sus cincuenta años de vida. ( Cuando estaba melancólico, esta se transformaba en «la mutualidad del yo»). La sigla sería SBM – el emblema lo dejamos en estudio con amigos más ilustrados. Nos dedicaríamos a crear un espacio entre esos dos polos letales.
Felicitaciones a Bruno Cuneo y todos los participantes en este y otros números.