Es a través de las vivencias de tres jóvenes (un cineasta, un poeta maldito y un revolucionario) que logramos recorrer diversos sectores de Penco y Concepción: podemos encontrarlos en las inmediaciones de la Universidad, donde conversan sobre sociedad y política, esperando las tocatas o armando planes, siempre con una caja de vino para compartir. También pasamos por las fiestas de los bares del pueblo, o por el hogar de algún joven hasta perder la noción de las cosas; al despertar, pronto nos encaminan por las calles, esquinas y negocios del barrio hasta llegar a la playa o los cerros y así volvemos a dar vueltas por los diversos sectores. Es una historia donde los protagonistas pasan del tedio y el rechazo a la revolución, y luego a la embriaguez o a la cordura que se desata en los arrebatos de verdades que han sido ocultadas, negadas o simplemente ignoradas.
En la vida de los protagonistas, amigos desde la infancia, persiste el eco de la recién terminada dictadura; situación que se enfatiza ante el contraste del atesorado recuerdo de un glorioso pasado del club Deportes Lozapenco, que alguna vez levantó a la ciudad, hasta su abrupta desaparición. Dos temas que se repiten entre los brindis, amenazas y desafíos de los jóvenes.
Al mismo tiempo, la obra posee una crítica a los diferentes estratos sociales, a las múltiples opciones de vida, al conformismo, a los distintos partidos políticos, a los diversos movimientos sociales e incluso a las modas, presentando las posturas de cada joven sin que una se imponga sobre las otras. El cineasta piensa, no con mucha fortuna, en la posibilidad de ser pragmático, al tiempo que anhela poder crear un cine diferente. El poeta es un nihilista con una familia de buena situación económica, pero eso no impide que arriesgue su vida por los ideales de sus amigos, que alguna vez quiso compartir. Finalmente, está el revolucionario, que después de sus experiencias, rechaza la pertenencia a grupos específicos; sólo quiere actuar y es quien impulsa a los otros a tomar la acción en sus manos y dejar de esperar un cambio.
Niños Extremistas es un libro que va dando saltos entre las memorias y el momento en que se desarrolla la historia, relacionando los distintos sucesos como un ciclo que se repite con algunas variantes, donde toda la vida parece estar destinada a culminar con un grito de exaltación y la paz de la liberación. El lector recibe así un montaje de anécdotas que conforman una narración llena de claves, juicios, sueños y anhelos, elementos que lentamente se ordenan, dando luces sobre sus razones y construyendo así el proceso de desarrollo de los jóvenes.
Está repleto de pasajes que podrían hacernos revivir la excitación de la adolescencia, con todo el ímpetu y la imprudencia características, que sólo puede equipararse al fuerte lazo gestado en las calles del barrio; un vínculo invisible de amistad y lealtad que los momentos difíciles del pasado y el tiempo no lograron romper. Intentan rechazar a toda costa las imposiciones de la sociedad, prefiriendo vivir al margen de la responsabilidad. Aún esperan que sus acciones cambien el curso de la historia y que las personas sean capaces de despertar y rebelarse contra lo que podría ser la hipocresía de los que ostentan el poder económico, político y religioso.
En un relato dividido en tres partes, el autor logra entregar diversos elementos que permiten cuestionar tanto el pasado como el presente. El primer y el último capítulo nos llegan desde la perspectiva de uno de los chicos; sus observaciones, percepciones y recuerdos nos permiten contextualizar e identificar cambios y espacios comunes de todo barrio que podrían sentirse familiares. El capítulo central se presenta rayando el modo epistolar, gracias a la intervención del poeta casi como una despedida ante la certeza de a dónde los llevarán sus planes. La lectura es dinámica y, por instantes, la tensión y la adrenalina se vuelven reales, el texto está lleno de momentos de acción que no dejan de ser cruciales, a la vez que mantiene su carácter crítico sin ser recalcitrante. Más bien, se convierte en una llamada de atención que exige mantener los ojos abiertos y no dejar que las cosas pasen.