Quisiera partir diciendo que todo lo que puedo comentar de este libro es positivo. Partiendo por la alegría que me produjo saber que esta publicación nació de una conversación que tuvimos tiempo atrás con Fernando sobre la autobiografía en artistas y escritores chilenos, y que luego se convirtió en una ensayo preliminar de Juan Downey y Raúl Ruiz en contrapunto. Este primer y breve ensayo, se extendió y profundizó convirtiéndose luego en este libro.
Tal vez, una de las cosas que me agradan de las conversaciones es que sin pauta ni planificación, emergen al hablar, uniones e intereses comunes que estimulan la creatividad como lo fue y sigue siendo, la escritura de La imagen inquieta (Viña del Mar: Editorial Catálogo, 2016, colección Banda Aparte), de Fernando Pérez. Según el biólogo Humberto Maturana, la palabra conversar significa etimológicamente “girar juntos”. Es decir, un encuentro sin orden ni parlamentos definidos, donde vagamente se intuyen algunas ideas o conexiones, las que pueden apoyarse en las certezas, escucha o retroalimentación del otro. Creo que esas pequeñas conversaciones que alguna vez tuvimos con Fernando, errantes y embaladas por algunas de las sintonías y complicidades posibles entre Downey y Ruiz, logran en el libro una compenetración entre ambos autores y sus obras, que hace pensar que siempre y naturalmente, giraron juntos en el pasado. Fernando reflexiona sobre las obras y pensamientos de Downey y Ruiz desde un mutuo apoyo. Los motivos, obsesiones e ideas que gravitan en las anatomías de las imágenes de Ruiz se reafirman en las de Downey y viceversa. Juntos conforman en este libro una afiliación temporal que tal como señala nuestro autor, surge por la fascinación de sus puntos de contacto, aquellos que hasta ahora habían sido inexplorados en paralelo.
Probablemente las situaciones que hacen también aparecer esta alianza inédita, son los accesos públicos de algunos de sus materiales disponibles en bibliotecas o archivos y en Internet como también la atención monográfica y conmemorativa que estos dos autores han tenido en Santiago en estos últimos siete años en publicaciones, proyecciones y exposiciones[1]. En relación a la circulación de sus reproducciones en nuestros tiempos, Fernando se pregunta sobre los cambios de contextos y experiencias para acceder a sus materiales, en particular la obsolescencia de los medios técnicos en que realizaron sus trabajos o los dispositivos en que se visualizaron en su pasado. En específico en qué cambia su recepción y lectura cuando sus trabajos se encuentran descontextualizados desde una plataforma como youtube? Para el alivio de algunos, este ensayo no se aboca a la tarea de la revelación forense de las fuentes o la procedencia de sus orígenes, para asegurar un cúmulo de verdades. En cambio, la importancia de estas preocupaciones técnicas en el ensayo, radican en los seguimientos de las altas conciencias de los artistas por los movimientos de las cámaras, sus capacidades de registrar lo que es imperceptible y enigmático de la realidad, los espacios de proyección, sus tamaños y efectos nocturnos para el cine y diurnos para el video.
Podría agregar que La imagen inquieta es un libro que tiene mucho de juegos dobles o de poéticas de irreversibilidad en donde las reflexiones equivalentes que realiza Fernando de las obras de Downey y Ruiz, como señalé, no ingresan en ecuaciones precisas o en las pretensiones de discursos unificados, más bien se circunscriben al territorio de los autores logrando inventar un nuevo mapa imaginario compuesto por sus experiencias en suelos movedizos y fracturados, por el carácter de sus mentes intranquilas, imparables, atrevidas y apasionadas. Fernando declara al inicio de su ensayo que La imagen inquieta es literal, que no paran “de moverse ante nuestros ojos” “porque nos fuerzan a salir de nuestros modos habituales de mirar”. Aquí al menos se presentan varios desafíos de entrada: ¿cómo aprehender esas imágenes inquietas e inquietantes que pueden llegar a ser imposibles de captar, traducir o explicar? He sido testigo de que esas imágenes, al menos las de Downey, requieren de miles de horas frente a un monitor y en el caso de Ruiz son muchísimas más. Sin embargo, ¿qué sucede si estas imágenes inquietas llegan a ser una tortura para la contemplación, sobre todo para aquellos que disfrutan de objetos e imágenes de corto alcance, de comprensión inmediata y directa, o que no toleran detenerse ni un minuto en una exposición como los jóvenes corriendo por el Museo Louvre en la película Banda Aparte de Godard? Creo que el libro de Fernando no solo podría abrir un puente de contacto para las mentes impacientes como aquellas fanáticas de los temas de la imagen en movimiento, en particular las de Downey y de Ruiz, sino que además podría provocar un contagio de atracción, de buscar virtual o físicamente las películas de Ruiz o de consultar los videos de Downey en bibliotecas, de continuar enlazando conexiones, de preguntarse por sus relaciones y diferencias. En definitiva, por redescubrirlos y aprender más.
En ese sentido, tanto para aquellos que suspiran agotados al ver imágenes inconexas, disonantes o vaporosas en el cine y el video o que por el contrario, se deslumbran al ver otras capas indiscretas o desconocidas, el libro de Fernando es un regalo de orientación lúcida y sincera que nunca pierde de vista las complejidades de sus imágenes, que se enlazan a través de laberintos intrincados que no dan una salida sino que se transforman en otras alternativas divergentes.
El ensayo, entonces, cuenta con varias rasgos notables. Al reto de observar y conocer estas imágenes inquietas, se encuentra un seguimiento paciente y riguroso que recorre las prácticas y poéticas de los dos autores mediante ejercicios de comparación, delineando los contornos de sus agencias, el carácter de sus personalidades, sus ánimos y humores, sus capacidades de aventurarse y actuar e integrar a otros en sus obras. La imagen inquieta, parece decirnos Fernando, viene acompañada de mentes inquietas que se transmutan y encarnan en múltiples oficios según sus obras, según los otros. Compartiendo una geografía común y real como el exilio, Ruiz en París y Downey en Nueva York, habitan también en la escritura poética de Fernando en un “país aún sin nombre”, lugar en donde adquieren las múltiples identidades de “exploradores, piratas, cocineros, alquimistas, chamanes o hechiceros”. El relato además tiene la especial cualidad de alumbrar algunos fondos que subyacen detrás de las apariencias de sus imágenes, tanto de sus propias representaciones personales como en los modos de pensar los espacios habitados por imágenes fijas y animadas, entre otros, por pinturas, espejos, sueños, líquidos, sombras y sobre todo por fantasmas.
Las discusiones que nutren esta suerte de “practicas del espejismo” se encuentran inmersas en el entorno de lo que Fernando propone en sintonía con las ideas de Michael Goddard de una “antropología negativa”. Tanto en la saga Video Trans América de Downey como las películas Ahora te vamos a llamar hermano o El territorio de Ruiz, entre otras, se problematiza las fronteras documentales y los niveles etnográficos de sus trabajos, desde el arrojo por el viaje y la aventura de convivir con culturas indígenas y comunicar un diálogo intercultural, hasta las sutilezas de los cotidiano y lo microscópico. En ese mismo registro, aunque el ensayo merodea y detecta la circulación de los poderes la escucha, el tacto, las emociones y los afectos en sus obras, se enclava en la vista, en la mirada.
Quizás una última reflexión para compartir y cerrar esta introductoria presentación, es el breve intervalo al cierre del libro. Fernando Pérez reconoce los juegos dobles de ser escritor y espectador de las obras de Downey y Ruiz. Nuestro autor se integra a sus invenciones mediante las sensibilidades de la escritura y revive las experiencias que obsesionaron a estos dos autores sobre el reflejo del rostro, sus deformaciones, desapariciones y apariciones, o de la apertura a otras escenas ocultas por medio del uso de los espejos. Compartiendo un pequeño momento de la intimidad de sus pensamientos y quienes participan a su alrededor, Fernando nos sitúa en la escena de encontrarse repentinamente observando su propia imagen retratada y autorreflejada adentro del monitor mientras culmina la revisión de un video de Downey en la biblioteca del Museo de Arte Precolombino. Esta restitución, además de traernos la subjetividad de sus experiencias con la vitalidad de un tiempo presente, me sitúa a mí como lectora-espectadora de una escena imaginaria en donde el autor es la figura de la escena que yo contemplo, él se mira así mismo reflejado en el monitor. Los juegos dobles se multiplican, al punto de que ahora son ustedes, escuchas que miran mi escena de mirar al autor ante su reflejo, los que se integran a la imagen.
Si ustedes vieron esa imagen u otra cosa, estamos por la corriente de los temas que aborda este libro. Para finalizar y como dije en un inicio, agradezco la iniciativa editorial de este libro y por supuesto al autor, quien se aventuró y apostó por estos cruces inesperados, con una escritura fina y muy diferenciada del canon académico del paper. Una escritura inquieta que se encuentra más cercana a las preguntas sobre qué nos moviliza, nos fascina y nos conmueve.
Este texto fue leído en el MAVI el 19 de enero en el contexto del Coloquio de investigación del Magíster en Estudios de la Imagen de la Universidad Alberto Hurtado.
[1] por ejemplo a través de la exposición El ojo pensante de Juan Downey en Fundación Telefónica (2009), el acceso de a un conjunto de sus videos en Cedoc, el libro de Valería de los Ríos(Ed.) El cine de Rául Ruiz (2010), la conformación del Fondo Ruiz-Sarmiento en la Universidad Católica de Valparaíso y el reciente homenaje a Ruiz en la Cineteca Nacional (2016).