Temo que estas páginas van a incurrir en un error especialmente deplorado por el autor de El asalto al universo, el libro de cuentos o bien el largo relato que estamos presentando. Ese error es lo que él llama “sobreinterpretación”, es decir, la búsqueda de lecturas que no están realmente en el texto y que solo existen en la mente del lector. Eso es lo que dice él, el autor. Por mi parte, no inhibo y más bien apoyo ese y otros excesos igualmente inocentes, o sea que, siendo sincero, no es que tema sino que más bien agradezco la oportunidad que se me ofrece. Trataré de aprovecharla leyendo, interpretando y ojalá sobreinterpretando el libro, tratando de ver lo que quizá no está allí (con las disculpas de su creador, por supuesto).
Menciono un exceso, este mío como lector, porque creo que El asalto al universo puede definirse como un libro excesivo en todos sus frentes. El título alude a un desafío titánico e imposible, y lo imagino como el deseo de robarle algo al universo, o bien como las ganas de meterse en la caja que guarda su mecanismo y luego romperla o al menos dañarla. Es más o menos lo que buscan algunos de sus personajes, y buen ejemplo de ello es el inocente de José Mariano Christopherson, que cree haber descifrado el funcionamiento del destino y que, como lo sospechamos desde el principio, está profundamente equivocado.
Exceso: en este universo frágil todo el mundo parece estar poseído por alguna forma de abundancia. Un lingüista furioso es castigado por una frase que termina siendo terrible y excesivamente literal: “que te parta un rayo”, le dice su novia, y lo alcanza el único rayo que ha caído en la capital en los últimos setenta y tres años. Abelardo Padilla, enfermo de vértigo, en vez de controlarlo prefiere abandonarse a esa sensación que lo abruma y termina lanzándose, él mismo y voluntariamente, al vacío que tanto teme. Valentina Cisneros, quizá la heroína de estos relatos, siempre será demasiado: demasiado entregada al placer o demasiado alejada de él, demasiado poeta o demasiado silenciosa, demasiado hambrienta o demasiado satisfecha. En una dirección u otra, nadie se contiene en El asalto al universo, porque la pulsión que los domina es justamente la contraria.
Quizá en el desarrollo argumental es donde más intensa se reconoce esta condición proliferante del libro, que no me atrevo a llamar un conjunto de relatos y que tampoco me atrevo a llamar sin más una novela. En efecto, y fieles a un diseño deliberado y rigurosamente meditado, los relatos van creciendo como una enredadera desenfrenada, desbordan las páginas que supuestamente les corresponden e invaden las historias vecinas. Déjenme ponerles un pequeño ejemplo de este crecimiento:
Las cosas sucedieron así: la caída de un poste del alumbrado público los aplastó dentro de su automóvil, el poste fue derribado por dos de los tres elefantes del Circo del Mar Negro que por primera vez llegaba de Bulgaria a nuestro país, los elefantes huían del incendio que había consumido toda la carpa en plena función (63).
Hemos estamos hablando de Eladio Contreras, pero este narrador incontinente no puede hacerlo sin abrirnos al menos otras cuatro posibilidades que no sabemos si retomará más adelante: la historia de sus padres, trágicamente muertos ese día; la historia de los integrantes del circo, quién sabe por qué venidos desde Bulgaria; la historia de los pobres espectadores que sufrieron un incendio en la carpa, incluso la historia de los elefantes desbocados. Y no solo se trata de que la historia crezca y se ramifique a través de esta cadena potencialmente infinita de causas y efectos: el exceso argumental es en realidad un diseño, un hilván que comunica los relatos por medio de la geografía (Puerto Azola o el Barrio Sotomayor, tan ficticios como repetidamente mencionados en sus páginas), y también por medio de algunos personajes que transitan de cuento en cuento, como el novelista Cirilo Lewellyn y su discípulo Valerio Lezaeta.
Mi primera sensación ante esta plétora de relatos, personajes y lugares es una alegría infinita: El asalto al universo es como Sherezade, como esos cuentacuentos legendarios que nunca se agotan y que siempre tienen una historia más que contar. Pero al lado de ese gozo y del placer de lo infinito se instala inmediatamente otra sensación, como si los narradores y narradoras del libro quisieran escondernos algo que les falta cubriéndolo con otra cosa, una cosa que en realidad les sobra. El destino de Valentina Cisneros ilustra muy bien lo que quiero decir: cuando la conocemos es una especie de bacante cuyo cuerpo puede experimentar enormes cantidades de placer, eso hasta que en un momento todo se detiene: “Ya está, insistió, he tenido todos los orgasmos que debía tener en mi vida, estoy completamente satisfecha y feliz” (36). Pero ¿es esa, digamos, la verdad de Valentina? No lo parece. Más adelante el libro insiste en ella, pero ahora la explicación es diferente. No es exceso, dice la empleada de su casa, es la ausencia total de placer lo que anima su gimnasia sexual: “algo le extirparon, algo bien adentro, en el pecho quizá o entre los ojos, atrás, hacia arriba” (74). Múltiples versiones de Valentina Cisneros: eso es lo que el texto tiene de sobra; algo seguro que decir de Valentina Cisneros: eso es lo que el texto no puede encontrar.
Hace exactamente noventa y nueve años Karl Jaspers, psiquiatra en ese entonces, utilizó en la clínica una distinción fina pero que me parece muy pertinente para esta novela o libro de cuentos o quién sabe qué. Hay una diferencia, decía Jaspers, entre comprender, que es el “surgir uno tras otro de lo psíquico desde lo psíquico”, y explicar, que es conocer relaciones causales objetivas, algo que sólo aparece en la mirada exterior de la ciencia (342). Creo que El asalto al universo multiplica sus historias porque dramatiza esta paradoja absoluta del conocimiento. Podemos comprender que Valentina Cisneros entregue sin medida su propio cuerpo, sea porque su placer es inimaginable e infinito o porque no puede experimentar ninguna clase de placer. Podemos comprenderlo, hacer hipótesis sobre ello, ponernos en su lugar. Lo que no podemos, lo que el texto no puede, lo que los narradores no pueden es explicarnos a Valentina, decirnos una palabra verdadera acerca de ella, contarnos por qué, finalmente, es como es.
De un lado un límite infranqueable, del otro el infinito proliferar: esas son, en mi cabeza, las coordenadas que pueden definir este libro, y a mí me parece que también son las coordenadas que a la larga definen los mejores relatos que se han escrito. Esa muralla que no puede traspasarse se llama saber, se llama conocimiento. El campo infinito, la enredadera múltiple se llama creación, se llama literatura. Y este libro, esta primera novela o conjunto de relatos de Federico Zurita enfrenta valientemente el problema que acecha a toda literatura que merezca ese nombre: tratar de conocer el mundo con las armas de la creación, tratar de entender lo que existe inventando lo que no hay. El entusiasmo desbordante de El asalto al universo se nos revela, entonces, análogo al cuerpo de Valentina: la fuente de placer y el origen del dolor, el recuerdo de lo que sabemos y la advertencia de lo que no podemos saber.
En una encarnación anterior este libro sumaba a todos sus excesos el exceso de la cita. Cada relato estaba precedido por varios epígrafes que invocaban amorosa o irónicamente a los dioses tutelares del panteón particular de su autor. Con mucho dolor, supongo, Federico los arrancó al publicarlo. Quisiera terminar estas palabras reponiendo al menos una cita, arrimándole un epígrafe que el libro nunca tuvo pero que me parece muestra el temperamento que se requiere para escribir algo como esto. Si es cierto que su literatura es exceso, Federico está en buena compañía, y su enfermedad es tan grave como la de quien se enfrascó tanto en su lectura, que se le pasaban las noches leyendo de claro en claro, y los días de turbio en turbio; y así, del poco dormir y del mucho leer, se le secó el celebro de manera que vino a perder el juicio (Cervantes 29).
Referencias
Cervantes, Miguel de. Don Quijote de la Mancha. Edición del IV Centenario. Madrid: Asociación de Academias de la Lengua Española, 2004.
Jaspers, Karl. Psicopatología general. 1913. Trad. Roberto O. Saubidet y Diego A. Santillán. México: Fondo de Cultura Económica, 2010.
Zurita Hecht, Federico. El asalto al universo. Santiago: Eloy, 2012.
Silvana
14 agosto, 2012 @ 22:39
Qué reseña, por Zeus!