Agradezco la invitación de Ernesto Guajardo a presentar junto a Hilario y Carlos Decap este importante libro de Alfonso Alcalde, compilado por Cristián Geisse. Por la desmesura de lo que significa escribir sobre estos cuentos completos, tanto por la amplitud de la escritura reunida como la importancia del autor, no hablaré obviamente de la totalidad del libro. Eso sería, en principio, imposible. Lo que haré es leer algunos retazos y ángulos de entrada suscitados por la escritura de Alfonso Alcalde.
Antes de empezar, me gustaría ofrecer algunas observaciones bibliográficas. Parece sintomático que muchas de las reediciones de las obras de Alfonso Alcalde hayan sido publicadas en Valparaíso. Primero, las antologías de cuentos, poesía y teatro, publicadas por la editorial Altazor de Patricio González, gracias a la labor de Cristián Geisse. Luego, el dossier llevado a cabo por la revista de poesía Antítesis, editada y gestionada por Gonzalo Gálvez el año 2009; una antología de los cuentos editada por Cristóbal Gaete, además de un corto de Daniel Tapia basado en el personaje Salustio. Y, por último, el libro de las traducciones «imaginativas» de Alfonso Alcalde, denominado El árbol de la palabra, llevada a cabo el año pasado por la editorial Altazor. En toda esta renovación de las publicaciones, tiene que ver Geisse, a quien debemos agradecer —junto a la generosidad de Hilario— que podamos conocer, desde ediciones porteñas, los textos inéditos y gran parte de la obra del escritor sureño, a pesar de la inmensidad de la tarea todavía por realizar.
El primer libro que leí de Alfonso Alcalde no contenía, como se podría suponer, cuentos ni poesía, sino una preciosa antología biográfica publicada por Ediciones de la flor, en Argentina (1981), titulada Toda Violeta Parra. La semblanza de Alcalde es colorida y apasionada, y permite apreciar de inmediato el vínculo entre los dos creadores. Recuerdo en especial la descripción de Violeta como una botella, y sobre todo la forma en que delinea su carácter: «Hablaba como el choque de las rocas y cantaba también con los ojos que sacaba del fondo de su baúl con las entrañas del pueblo». Estas palabras de Alcalde podrían aplicarse a su propio trabajo. En una filiación que tiene como referente a De Rokha, Violeta y Alcalde, estos poetas hicieron de su labor una manera de hacer aparecer al amado, gracioso y sufrido pueblo chileno. Por cierto, no son los únicos (Carlos Droguett, Manuel Rojas, González Vera, José Miguel Varas, Patricio Guzmán, Raúl Ruiz, Sergio Larraín, entre otros artistas, dan cuenta con sus diferencias de este periplo del arte chileno). Pero la mirada literaria que enlaza a los tres artistas mencionados está relacionada con la raigambre social e incluso con semejanzas biográficas. En uno de los capítulos dedicados a Violeta, Alcalde describe el modo en que la artista abandona el sur de Chile uniéndose a un circo. Si se leen en conjunto los Cuentos Completos que hoy presentamos, el mundo circense resalta sobre otros ambientes, solo comparable a las escenas en que ingresan el bar y el vino. El circo pobre chileno, con sus payasos soñadores y a menudo fracasados, los animales que hablan de sus desdichas —como los leones y, en otros contextos, los caballos—, los cantantes de feria o la mujer de goma que, a pesar de abandonar la carpa, hace un último acto en la barra del bar; son figuras recurrentes de «ex», es decir, aquellos que ejercieron alguna vez un oficio artístico, soñando ser reconocidos y así capear el hambre, pero la precariedad y la edad hizo que abandonaran sus expectativas, refugiándose en bares y conversaciones de borrachos, donde habitan los grandes melancólicos de nuestro país. A diferencia de hoy, este escenario de fracasados no consiste precisamente en «perdedores» a la manera de las series gringas, denigrados y maltratados por no lograr el supuesto éxito. Al contrario, Alfonso Alcalde exhibe un mundo en que los artistas pobres, los soñadores por excelencia, incrementan el ingenio y la amistad con sus pares, en busca de la sobrevivencia y el pasado que pudo haber sido y que aún se espera.
En el cuento «Zapatos para Estubigia», aparece un payaso viejo bebiendo y soñando con volver a la cuerda floja, sumando un caballo a su acto. Florián, el nombre del acróbata, quiso hacer la prueba pero en la línea férrea, donde finalmente falleció atropellado. Su melancolía da cuenta de ese océano —imagen reiterada en Alcalde— que apunta a una ensoñación alcohólica. Según Jean Starobinski, en su precioso ensayo Retrato del artista como saltimbanqui, el poeta Teófilo Gautier se identificaba con el payaso acróbata por su poder de levitación, porque «reconoce en él el dominio que él mismo pretende ejercer en el cuerpo verbal del lenguaje (…) Por su propio virtuosismo, la hazaña acrobática se separa de la vida de los de abajo: el poeta (…) se consagra a la tarea de afirmar su libertad en un juego superior y gratuito, poniendo mala cara a los burgueses, a los «sentados»» (28). ¿Será ésta la razón por la cual se reiteran el payaso y el circo como motivos en Alfonso Alcalde?
Por una parte, los payasos y los personajes circenses conforman la muestra corporal de la imaginación, más cuando se realizan juegos de magia, se peligra en la cuerda floja o el domador abre las fauces del león arriesgando su cabeza (en todo caso, en la mayoría de los cuentos de Alcalde, los animales opinan y están muertos de hambre, como los demás pobres); los payasos, en especial, son dibujados como personajes enfrentados al mundo mercantil moderno y, al mismo tiempo, conjugan la risa con la tristeza que proviene de la pérdida de la infancia, época en la que el mundo es prolífico y esperanzador.
Por otra parte, estas figuras de abandono remiten a una melancolía que moviliza a los ex-artistas a seguir sus sueños despiertos; es el pasado todavía vivo convertido en futuro y enfatizado por el vino. De ahí que los payasos pobres tengan ese aire chileno, realzado usualmente en sus relatos por el sonido enigmático y catastrófico del océano. Como un telón de fondo, el mar asoma quebradizo y turbio, coincidiendo con la mirada infinita del melancólico, que a través de un vaso de caña ve el «inexorable pavor de la derrota que cunde a medida que avanza la tarde». La melancolía de los personajes los deja fuera de circulación, sin la posibilidad efectiva de la transacción económica, solo acompañados por el fresco atardecer gratuito de la vida. Al final del cuento «La mujer de goma», por ejemplo, luego de que la artista atravesara la tempestad de sus años mozos, la tristeza la invade reconociendo que no volverá a presentarse en público. Encargada ahora de atender el bar de su enamorado: «Ella lo tomó de la mano y juntos contemplaron el mar, esta vez con un nuevo silencio. Juntos miraron el vuelco de las olas, su compás y destrucción, dejando que el mar los armara y desarmara por dentro, hasta que las olas comenzaron a caer en sus entrañas con más calma, como esos días tranquilos en que el mar no parece mar, como cuando la alegría es tan grande que no parece alegría» (125).
La melancolía que suscitan los cuentos de Alcalde no inmoviliza. Es, por el contrario, una alegría provisoria impregnada de un humor pícaro que todavía persiste —aunque profundamente transformado— en ciertas zonas del pueblo chileno. Sus personajes más conocidos, el Salustio y el Trúbico, conforman muestras claras de esta picardía. Los sobrenombres con que Alcalde caracteriza los personajes, los diálogos rápidos a la manera de historietas, la extravagancia humorística de los relatos, las expresiones y dichos populares o las conversaciones con animales, que se emborrachan y comen igual que los hombres, aproximan a Alcalde al más profundo delirio.
Como muestra de esto, a Estubigia, que no tenía zapatos y nunca los pudo tener en vida, le ponen en el ataúd unos chuteadores de fútbol; un caballo de carreras entra en cuestionamientos filosóficos y abandona el hipódromo; el león de un circo —amigo del Tony Lechuguita y el Tony Montes de Oca— es vendido a unos pescadores y ocupado como carnada, resucitando entre los pescados y vuelto a zurcir por sus amigos; entre otros relatos —saltándose los ya conocidos del Salustio y el Trúbico— que dan cuenta de la desbordante imaginación del escritor.
El humor de Alfonso Alcalde es popular, heredero de raigambres rurales y de tradiciones que fueron mermadas por la dictadura. Su humor no se despliega a través del cinismo ante la sociedad de consumo, sino de una risa cándida y a la vez pícara, propia de un país en que el vocablo «pueblo» todavía podía nombrarse como una forma de articulación política. En este sentido, la pobreza no es vista en los cuentos de Alcalde como miseria condenadora, como marginalidad o carencia de capital cultural, habitual manera de observar hoy a los «pobres» como «entes» sin capacidad de amar ni imaginar. El título de la compilación de sus obras de teatro, La consagración de la pobreza, es clave en esta perspectiva. Los maestros chasquillas descritos por Alcalde —citando otro modelo fuera del circo— ofrecen un mundo de oficios ejercidos para salir del hambre, aunque no arreglan nada; y, al mismo tiempo, pese a su pobreza, ocupan su imaginación disfrutando de sus labores mientras haya vino y pueda convencerse a una amada en el acto. No existe arribismo, menos aún abajismo, en sus protagonistas, responden a un mundo social en que la vida se enfrenta con ingenio y humor. Se trata, por tanto, de una risa política sin victimización, asentada en la admiración amorosa por los personajes populares.
Desde el punto de vist a político, dos cuentos de Alfonso Alcalde me parecen relevantes de resaltar: «El ratón de cada uno» y «Háblanos Claudia-Julia» incluidos en Alegría Provisoria. El primero retrata una huelga de mineros en Coronel y Lota. La sátira no pierde candor y acritud: cada minero tiene en la mina asignado un ratón que cubre sus necesidades, debido a que los dueños no quieren ofrecer las condiciones mínimas. Sin embargo, la preocupación de los trabajadores se expande porque con la huelga los ratones no tienen qué comer, corriendo el riesgo de que se escapen a la ciudad. En la segunda parte del cuento, un periodista entrevista a un hábil minero, quien lo birla y al mismo tiempo evidencia el carácter de la explotación. El diálogo exhibe de refilón el desconocimiento de la prensa sobre la realidad del país[1]. El cuento culmina con la vuelta de los mineros a la mina, vencidos por los hambrientos ratones.
En «Háblanos Claudia-Julia», Alcalde cuenta un relato de ternura triste, protagonizado por una niña con su muñeca. La niña vive en un hogar cuya madre es golpeada, mientras el padre está cesante y la casa en general es violentada por la pobreza; pero el mundo de Claudia-Julia es único, «fuera de todos los mundos»—unidas gráficamente por un guión—. Se podría decir que es el espacio de la imaginación y el amor. De pronto la niña escucha por la radio el aviso de un concurso infantil de poesía, y decide participar. Al momento de oír el nombre «Claudia-Julia» como ganador, se evidencia a sí misma que su relato estaba formado por «engañosas palabras». Alcalde deja entrever que la niña ya estaba madurando: «era lo último que iba quedando de la infancia» (85).
Los relatos de Alcalde emplean el recurso de la epifanía, usualmente asignada a la escritura poética, impregnando sus cuentos de hermosas imágenes y evocaciones a partir de corrientes de conciencia o descripciones que vuelven arborescentes y líricos los relatos. En «Háblanos Claudia-Julia», para citar un texto ya mencionado, Alcalde relata la relación entre la niña y su muñeca con una especie de poema en prosa: «Mira a través de la ventana la prisión de los árboles, la incertidumbre de las calles, las horas encarceladas, la noche con sus numerosas prisiones, demandando más espacio y por eso las estrellas se retuercen como los transeúntes que van allá abajo abrumados por el peso de la edad, de los sacrificios, de los horarios fuera del mundo de Claudia-Julia para siempre». Estos pasajes líricos, reiterados en sus cuentos, marcan una zona peligrosa de su narrativa, un derrumbe del género y la ampliación hacia la poesía. Es más, el escritor no solo transita hacia la lírica, también al teatro; es necesario recordar que los cuentos de Alcalde comienzan señalando los personajes y el lugar de la acción; sus motivos parecieran elaborados para el escenario y la mayoría de los protagonistas de los cuentos —incluidos caballos, leones o perros— participaron alguna vez de un espectáculo.
Los cuentos de Alcalde se vinculan con su familia artística más cercana. Su versatilidad lo asemeja otra vez con sus hermanos: Violeta y Pablo De Rokha. Respecto de la primera, este vínculo resalta en la medida en que su poesía excede hacia el canto y las arpilleras, y del segundo, por el afán omnívoro de su escritura poética, próxima en referentes, mundo social y político al escritor de Tomé. Es decir, los tres comprenden que la escritura no se reduce a la literatura. Incluso tanto sus vidas como sus respectivas muertes los unen, como anunciando o confirmando la matanza de gran parte del antiguo pueblo chileno[2]. De aquí que retorne una figura que insiste en Alfonso Alcalde: el león. Pareciera que el escritor se asimilara implícitamente a este animal (como Violeta a los pájaros), pero no tanto por su fiereza —en el cuento «El peregrino del Golfo» el león se niega a rugir— sino más bien por su extrañamiento y paradójica piedad: fuera del circo, despedazado y usado como carnada, el león resucita y es aclamado finalmente por el pueblo, proporcionando alimento a los más necesitados. En la imagen del león, me da la impresión que Alcalde sintetiza el lugar asignado al artista, una noción seguramente compartida por su familia poética. Por eso vuelvo al libro del comienzo: Toda Violeta Parra. En una clave que parece enigmática, Alfonso Alcalde describe la muerte de Violeta y Pablo De Rokha, tal como podría decirse de él: «Y así fue. Se quedó dormida sobre el sueño sangriento de su sinfonía folklórica inconclusa. Después la siguió Pablo De Rokha que no aceptó la muerte por anticipado al comprobar que estaba enfermo mortalmente (…) Cada uno en su tinta en su sonoridad metido en el alma popular como brujos, como sabios, como niños chicos envejecidos de pronto. Cuando sepultaron a don Pablo todavía hubo conato de puñetes en el sepelio porque era como si estuvieran echándole tierra a una tormenta imposible».
¿Podríamos decir lo mismo esta tarde de Alfonso Alcalde? ¿Podríamos acaso avizorar estos Cuentos Completos como una tormenta imposible de contener, como los puñetazos de un antiguo boxeador o el rugido de un león que retumba fuera de este circo llamado Chile?
Viña del Mar, 23 de enero de 2015
[1] “Periodista- ¿Qué es un pique?
Minero- Un lugar donde uno entra vivo y sale muerto
Periodista-¿Su palabra favorita?
Minero- Aire”
[2] En el cuento «Divertimento», la descripción de tres viudas parecieran una premonición de la madre de los detenidos desaparecidos. La mujeres siempre en luto, esperan «algo» que no adviene. Cuando van a la Autoridad, ésta le responde: «a) La Defensa Nacional; b) El honor Patrio; c) Nuestro Orgullo de Chileno; d) La Estrella de la Bandera; e) El Mar que Tranquilo nos Baña».