Hoy, Julio Rodajo, escritor y actual estudiante del Magíster en Estudios de la Imagen de la UAH, descifra el aire, la tierra, el fuego y el agua de Xirok, librero, poeta e investigador, que acaba de lanzar su último libro por GO Ediciones.
El poeta, investigador de poesía chilena y librero, Xirok (seudónimo de Javier Abarca Medel), ha publicado Elementos (GO Ediciones, 2020). Su portada en blanco y negro lleva uno de los símbolos más primitivos de la alquimia (cruz enmarcada por un círculo) el cual se entiende como la representación de la unión entre polos y el vínculo de cuatro extremos interpretados por las temporadas del año o los cuatro elementos primordiales que tematizan los capítulos respectivos del libro: “En el aire”, “Tierra de nadie”, “¡Fuego!” y “Bajo el agua”.
Establecida así desde su portada, la poesía de Xirok se identifica con gran parte de una herencia poético-filosófica que se remonta a Empédocles de Agrigento, filósofo presocrático que postuló, conciliando el pensamiento de Heráclito y Parménides, que el origen y el orden de la materia se encuentra bajo la combinación de los diferentes elementos en vínculo constante gracias al amor y al odio, la conciliación y la pugna. En ese sentido, el poemario sugiere explorar la vinculación ontológica entre el ser humano y el mundo a partir de formas arquetípicas, estudiadas hace milenios y también poetizadas por poetas chilenos como Efraín Barquero, Gustavo Ossorio, Jorge Teillier, Eduardo Anguita, Rosamel Del Valle, Humberto Díaz-Casanueva, Cecilia Vicuña, entre otros.
En principio, cabe destacar que en los títulos de cada capítulo, también anclados a su simbología alquímica, no es simplista la mención del elemento; por el contrario, más que mera denotación, se aprecia un trabajo con carácter de esteta al posicionar la existencia humana en relación con las fuerzas naturales que lo rodean, siempre teniendo en mente que el contenido debe abordar la vinculación a partir del amor y el odio encarnado, pues aquí la naturaleza no es un decorado externo sino partícipe de la tragedia. Esto queda establecido desde ya por el epígrafe de Heráclito: “Es cansador obedecer y servir a los mismos elementos que forman el cuerpo humano.”
“En el aire” introduce, a través de la preposición “en”, su poética de la búsqueda como una aspiración mística y como una primera aproximación a la atmósfera del poemario. El lugar de enunciación levita. Las meditaciones que el hablante lleva a cabo con sutileza y precisión refiriéndose a la relación fragmentaria con el primer elemento son por medio de la voz, la respiración, el tacto y la contemplación de los gestos. Por lo mismo, iniciar en el aire es establecer desde un principio una conciencia del sistema fonador, la materia del habla y, por tanto, también de una musicalidad y movimiento en lo que vuela y deja de volar.
En segundo lugar, “Tierra de nadie” es como un aterrizaje forzado donde se prioriza simbólicamente una búsqueda desesperada del hogar en medio de la guerra, develada por aquella preposición de pertenencia que evoca la (in)existencia de un ciclo. El símbolo de la tierra designa el orden en que los habitantes del mundo coexisten para luego ser enterrados, formar parte del elemento y cumplir con el constante movimiento de lo activo y lo pasivo. Así también podemos leer cómo Xirok posee plena conciencia sobre la materia en su pequeño gran estado, como si se estuviese poetizando de los átomos en sí, de ahí que encontremos referencias viscerales y/o carnales, como las tripas, el sexo. Sin embargo, las partículas también son poetizadas a una gran escala cósmica y, por tanto, mística, que sintetiza sobre la fugacidad y la permanencia. No cabe duda que la existencia en relación con la tierra significa también el vínculo con la otredad y con lo animal, es por eso que Xirok hace dialogar al humano con los comportamientos más primitivos que ve en los animales, por ejemplo.
“¡Fuego!” puede ser un mandato a disparar en la batalla, un índice de alerta ante un incendio, o una forma de verbalizar la iluminación al haberlo descubierto en el acto amatorio. Esta parte del libro dedicada al fuego representa también todo el contraste por resolver entre la humanidad y su entorno, entre el yo y el yo de otro/a. Y en esa indecisión de la forma del fuego, el poema es la única manera de resolver la tentación al movimiento, aunque al final de eso sea posible apreciar solo ceniza. Esta parte es sin duda donde más se expresa el dolor de la existencia y el odio hacia ella por medio de los lamentos en quemaduras tras desamores. En ese sentido, se aprecia el carácter dependiente del fuego, que solo puede ser gracias al contacto con aquello que abrasa, ama. Sin embargo, se trata de un fuego solitario o de una gran marca de fuego que advierte el hablante en su cuerpo, para sacar provecho creativo de él. Este fragmento da cuenta, entonces, de aquella obsesión por buscar en la poesía la manera de expresar perfectamente la idea que se ha alcanzado sobre el hecho elemental de la expresión misma y que el quehacer no es específicamente la espera que impide, sino la acción de liberar.
“Bajo el agua” es la huella que el hablante impregna en el mundo al regocijarse con los elementos, pero sin dejar de lado su deseo de apartarse, de estar fuera del todo y mirar externamente el mar desde alguna orilla concreta. Por lo mismo, es la expresión absoluta de un naufragio que se hundió y salió a flote. Resulta muy enérgica y eficaz la manera en que el tono poético se aproxima dentro del agua a las criaturas que allí habitan, ya que existe un estudio científico previo por parte del autor, y esto le permite poetizar sobre la misma ensoñación de, por ejemplo, los delfines. De esta manera, pueden ser algunas palabras de fácil acceso pero con un registro más profundo en que se da cuenta, como ya hemos recalcado, de la existencia en vínculo con la otredad; así también, existe una gran referencia a piratas, a odiseas, y a toda clase de materias líquidas que funcionan como acordes que adornan la inmensa composición íntima del autor en contacto con aquello que ama y odia.
A fin de cuentas, considero que el poemario no se limita a esta lectura de elementos por separado, ya que en su interior se conectan con la experiencia humana, única y auténtica, que dirige la escritura hacia un sentido superior: el del quinto elemento, que sería develado por un poema cifrado que trasciende los cuatro capítulos. En ese sentido, la poética elemental vendría a ser un intersticio entre el escondite como protección y la develación como iluminación. ¿Es solo uno o son varios poemas en clave, varios poemas que pueden encontrarse gracias a combinaciones numéricas? Me pregunto esto. En Elementos, Xirok nos muestra la posibilidad infinita de múltiples lecturas que un libro puede tener, dada la intencionalidad del autor y la voluntad del lector por encontrar este quinto elemento: “he escondido en estos textos un quinto elemento para dolor de sus cabezas y divertimiento para sus corazones” (5), expresa el autor a modo de prólogo. A mi parecer, este quinto elemento es lo que caracteriza su poesía como acto de conocimiento, ya que da paso a un registro no obvio de la duda entre el amor y el odio que une y desune todo. El autor ha meditado allí profundamente sobre lo más primordial que simboliza nuestro estado mundano; sobre la verdad de los elementos a fuerza de búsquedas constantes, ha llegado a dudar del objeto mismo de esa búsqueda, lo que se expresa por medio de lo poético y lo críptico. Sin embargo, los momentos de desesperación expresados en el poemario no dan cabida al negacionismo, sino a la duda perpetua. Ese hecho prueba que la poesía, como la naturaleza, está compuesta de una infinitud de elementos, así como también de una infinitud de lecturas e interpretaciones. El poema proporciona una búsqueda y una sugerencia; la sugerencia sin búsqueda es algo incompleto, o más aún, que la búsqueda sin sugerencia. En fin: hay algo más verdadero detrás de todo esto, y es que la práctica junto a la contemplación son cualidades inseparables de todo artesano del verbo. Para eso es preciso fe, fe en la poesía, y vivir durante largo tiempo con la obsesión de la palabra, para lograr producir una obra como esta que se suma a Poemas de Malamar (2001), Los Ecos de Karpó (2005), Oficio de Bufón (Ajiaco Ediciones, 2011), Obra completa de Gustavo Ossorio (Beuvedráis Editores, 2019) y Boris Calderón: poesía reunida (Ajiaco Ediciones, 2015).
Contacto del autor: xirok1@gmail.com
SELECCIÓN DE POEMAS:
VIII. (De “En el aire”, página 22)
Hablo como un niño que repite mudras con las manos
y no sabe.
Desplazo viento frente a mí
sin contener el aire.
V. (De “Tierra de nadie”, página 37)
La placenta, la cama.
El templo que sobrecoge
nos encaja donde debería estar el alma.
Uno se esconde para que no lo busquen.
II. (De “¡Fuego!”, página 52)
El señor que domina el fuego y los elementos
tiene buenas intenciones.
La fragua, armas para la guerra.
He de hacer el amor como si muriera en una hoguera.
III. (De “Bajo el agua”, página 71)
Si una gota besa a otra
una se pierde
o las dos se pierden.
Una gota busca en otra el beso húmedo que une.
A veces sucede que el beso no pierde
ni a una ni a otra gota
que lleve el recuerdo
de la boca que dice.
¿Qué vibra en el agua y me permite advertir
que estoy en el agua
y en mí?