Hoy entrevistamos a Macarena Céspedes, lingüista de la Universidad Alberto Hurtado que acaba de inaugurar el laboratorio de fonética, después de varios años de elaborar la idea y tomar la confianza para realizarla. Macarena piensa que ninguna gran investigación puede ser llevada a cabo solo por una persona; por lo tanto, la creación de un espacio colectivo de trabajo, era absolutamente imprescindible. En la actualidad, las investigaciones del laboratorio persiguen entender el juego de la comunicación humana por medio de los aspectos fonéticos y fonológicos de la lengua; y están empezando a explorar el mundo de la Inteligencia Artificial en un trabajo conjunto entre académicos y estudiantes de la universidad. ¡Con esta conversación aprovechamos de dar una calurosa bienvenida al equipo del laboratorio a nuestra revista!
Queremos comenzar esta entrevista preguntándote por la inauguración del laboratorio de fonética en la UAH. ¿Cómo llegaste a la formación de ese espacio? ¿Quiénes participan en él? ¿Qué es lo que allí se investiga y cómo trabajan diariamente?
Cuando llegué a la Alberto Hurtado, en marzo de 2015, pensaba llevar a cabo investigaciones que implicaban interdisciplina y trabajo en equipo. Cuando me enteré de que era la segunda planta en el área me dio un poco de susto, la verdad, porque siempre supe que no podía trabajar sola. Jamás he visto que grandes investigaciones se lleven a cabo por una sola persona. En ese momento y de forma automática se comenzó a gestar en mi cabeza la idea de un laboratorio en el área. Lo primero que hice fue contactar a una ex alumna de la carrera de Licenciatura en Lengua y Literatura para invitarla a formar parte del proyecto, ella es Carolina Martínez, quien por ese entonces estaba recién llegada de Inglaterra y venía con un Máster bajo el brazo. Por supuesto, no la iba a invitar con nada en las manos, esperé varios meses para poder postular a un fondo interno de la Dirección de Investigación y Publicación (DIP), juntar la confianza en que me lo iba a ganar, y para sentir que podía iniciar el camino que ahora lleva bastante recorrido. Así fue como a finales del 2015 contacté a Carolina Martínez, la invité a postular como ayudante del curso Lenguaje y Sociedad, y a que formara parte de la investigación semilla que me había adjudicado. Pero, la verdad, inmediatamente le pinté el cuadro que puedes ver ahora en el quinto piso de Cienfuegos -dependencia del actual laboratorio-; por supuesto, en ese momento no tenía idea cómo lo iba a lograr, pero sabía que tenía que partir por formar un equipo de trabajo y seguir adelante con la investigación y, por sobre todo, fortalecer la docencia de los cursos que tenía a cargo en ese entonces, Introducción a la Lingüística, Lenguaje y Sociedad, además de un electivo de Metodología de la Investigación y Seminario de Titulación.
¿Por qué la docencia fue el pilar fundamental a fortalecer?, porque necesitábamos mostrarles el área desde ahí para levantar futuros lingüistas y posibles miembros del laboratorio. Necesitábamos crecer porque el área no estaba despierta del todo en ese momento.
¡Recuerdo que Jae Youn Sin, el primer miembro del laboratorio, era de primer año!! Ni siquiera teníamos un tesista de pregrado en el equipo, menos de posgrado. Siempre he sentido un temor profundo por no tener posgrado, eso pesa mucho al momento de levantar líneas de investigación en un laboratorio que pretende ser un espacio de investigación de alto nivel.
De todas formas, nos constituimos como Laboratorio de Fonética; funcionábamos en mi ex oficina y teníamos ahí los equipos de grabación y audio, bien apretados. Sin pandemia, se podía.
En buena hora me gané el Fondecyt Iniciación, justo el 2020. No lo postulé antes porque, desde el 2015, estuve tres años dirigiendo la carrera de Pedagogía en Lengua, el 2019 postulé una beca Santander de movilidad y el 2020 me fui a Barcelona. Literalmente me encerré a postular el Fondecyt porque lo necesitaba con urgencia. Todo se dio y, para esa fecha, ya éramos ocho miembros del Lab. ¿Cómo ocurrió?, funcionó el impulso del área desde las bases de la docencia porque esto llevó a tener interesados para el seminario de titulación en el área, más interesados para ser ayudantes de estos cursos, hasta la posibilidad de incorporar tesistas por el proyecto que recién me había ganado.
El paso que dimos con la inauguración del nuevo espacio para el laboratorio fue cambiar el nombre a Laboratorio de Fonética y Ciencias del Lenguaje, para visibilizar el carácter interdisciplinario que hemos ido desarrollando.
Podemos hablar del silencio, pero no generamos silencio al hablar; podemos hablar de la muerte, pero no morimos en esto ni lo hacemos una vez que morimos. La misma distancia que existe entre lo verbal y lo indecible la recorremos en procesos simultáneos, circulares, entre la codificación y la decodificación de una multimodalidad comunicativa. Usamos muchos lenguajes y sistemas de comunicación, pero uno de estos pasa a ser medular en los seres humanos, pues cuando queremos aclarar/nos, preguntar/nos, explicar/nos, responder/nos, recurrimos a la verbalización.
¿Cuáles son tus principales inquietudes como investigadora actualmente?
En la actualidad persigo entender el juego de la comunicación humana, por medio de estudios en torno al comportamiento fonético-fonológico de la lengua, comportamiento sociolingüístico de la acomodación de registros según situación y contexto, lo que lleva en su conjunto a responder preguntas acotadas sobre interacción humana, comprensión de la producción hablada y aquellos procesos que nos llevan a comunicar y, también, a no comunicar. Todo esto, en términos aplicados, lo estoy dirigiendo a la enseñanza y aprendizaje de la oralidad (producción/comprensión), problemas de comunicación en situaciones específicas, como la investigación acerca de la comprensión comunicativa en pacientes oncológicos, que seguimos realizando con Sabina Canales, ex alumna y miembro del Lab. Sabina abrió una línea de investigación específica en el laboratorio; decidí acoger su idea de tesis y ofrecerle un espacio mayor, porque vi que todo lo que investigamos a nivel teórico-experimental tenía unas necesidades concretas afuera, en nuestra sociedad.
Otra arista de mi investigación es el mundo de la Inteligencia Artificial, si bien no estamos desarrollándola en el laboratorio, hemos dado pequeños pasos interdisciplinarios a todo lo que sea automatización de análisis de datos y seguimiento de patrones fonéticos específicos del habla, para estos fines. Desde octubre del 2020 venimos trabajando con el Laboratorio de Fonética del Urban/Eco de la Universidad Federico II, en Nápoles, y hemos crecido mucho. Mi preocupación más genuina es el entendimiento entre humano y máquina; me preocupa sobre todo que ellos nos entiendan a nosotros (se ríe), y el reconocimiento del lenguaje natural dependerá de cuánto nosotros podamos explicar cómo funciona tanto la producción como la comprensión del lenguaje hablado.
Sabemos que naciste y creciste en Melipilla, es decir, fuera de la ciudad, pero que llevas mucho tiempo viviendo en Santiago. ¿Qué impacto tuvo en tu investigación sobre el lenguaje el haber vivido entre estos dos espacios con códigos y prácticas lingüísticas muy diferentes?
Muchísimo, porque crecí rodeada de variación lingüística. Mi infancia se desarrolló en una zona rural llamada Culiprán, cercana a Melipilla, y gran parte de mi enseñanza básica la tuve en la escuela rural que estaba a cargo de una congregación de hermanos Menesianos, una congregación católica y española. Por lo que desde pequeña me llamó la atención que los “hermanos” sonaran distinto en su habla, que mis compañeras y compañeros sonaran parecido, pero no iguales. Que cuando leía en voz alta sonaba diferente a mis compañeros, y así. Para séptimo básico ya estaba estudiando en Melipilla, pero me olvidé de los sonidos del habla, me parece que todo fue más homogéneo y menos interesante para mis oídos. Una vez que entré a la Universidad a estudiar Pedagogía en Lengua y, luego, un magister en Lingüística en la PUC tuve una experiencia rural significativa, me incorporé en el proyecto Chile Califica y fui profesora de adultos en dos localidades rurales cerca de Culiprán. Fue ahí donde mis oídos recordaron melodías ajenas, pero familiares; por otro lado, mi intelecto estaba entrenado para observar y objetivar este hecho que tenía ante mis ojos, y así sin más decidí estudiar el habla de localidades rurales de la región Metropolitana del país, llegando a grabar incluso en localidades rurales de la quinta y sexta regiones.
Fueron diez años de mi vida que dediqué a la descripción y explicación del habla rural desde una perspectiva fonético-fonológica. Si bien ahí me centré en el estudio de la entonación de estas comunidades, principalmente, en las funciones entonativas a nivel pragmático-discursivo, me llamó la atención la vida de las mujeres rurales, sobre todo la interpretación que ellas tenían de la dicotomía campo-ciudad, lo que correspondía a uno de los tópicos que debían abordar en la entrevista. Palabras como soledad, silencio y lejanía marcaban la pauta en sus enunciaciones.
Cuéntanos un poco sobre tus estudios de la oralidad. ¿Qué es lo que intentas relevar de esta forma de expresión tan cotidiana, pero de la que tenemos una muy frágil conciencia?
Para mí la oralidad es un espejo visor que nos comunica en tiempo real un sinfín de códigos y significados que se reflejan ante cada uno y los demás de forma tan rápida e interconectada que, a veces, nos perdemos entre el entender y el darnos a entender, el decir y el escuchar. Lo irónico es que creamos que es fácil comunicarnos cuando no lo es, aunque todos aprendemos a comunicarnos por medio de la oralidad –que es nuestro lenguaje natural, por eso también lo llamamos “lenguaje humano”– desde que estamos en el vientre materno. Lo anterior no quiere decir que se pueda ser experto en comunicación oral nada más por pertenecer a la especie homo y al género sapiens. Lo que internalizamos desde que nuestro cerebro se forma son unos patrones lingüísticos generales para comunicarnos verbalmente y, luego, se van desarrollando áreas lingüístico-comunicativas, integradas con los inputs sociocomunicativos recibidos en sociedad, los que en un principio son limitados por los alcances de socialización dentro del habla vernacular (familiar). Progresivamente, esos límites se van expandiendo como el universo, pues descubrimos nuevas galaxias, círculos sociales, que nos permiten conocer otras realidades de interacción. Esto desde la perspectiva del espacio-tiempo, pero dentro de estos límites físicos en los que vivimos podemos enfrentarnos cada día a una infinidad de desafíos comunicacionales. Estas son las infinitas situaciones comunicativas que nos va a proporcionando el contexto.
Por lo mismo, seguir analizando habla real desde su esencia sonora, grabando corpus de interacción en parejas –como el último que tomamos en las nuevas dependencias del laboratorio– es un camino sistemático, constante y seguro. Espero cada vez poder entender más para explicar mejor los alcances lingüístico-comunicativos del habla humana en la interacción oral.
Te interesa mucho la literatura y, de hecho, en tu página tienes algunos poemas publicados. Es interesante que, siendo una investigadora de la oralidad, en esos poemas se vuelve incesantemente hacia aspectos que no son verbales, como los silencios, las miradas, el problema de la muerte como algo que no está en el lenguaje… ¿Cómo pensarías tú esa distancia entre lo verbal y lo indecible y qué lugar juega la literatura en relación con lo que haces como investigadora?
Hay algo que le suelo decir a mis estudiantes en el aula cuando llegamos a preguntas sobre el lenguaje humano, que todavía estamos lejos de responder con claridad: me refiero a “…uno de los tantos misterios del lenguaje humano”; lo traigo a colación porque en esta pregunta que me haces hay algo de eso. Cuando verbalizamos no estamos replicando una copia de los hechos, ideas o sentimientos que tenemos en nuestro cerebro; lo que en verdad hacemos es decirlos, comunicarlos, articularlos, echarlos fuera. Adquieren forma lingüística pero no se transforman en estas.
Lo que quiero decir es que podemos hablar del silencio, pero no generamos silencio al hablar; podemos hablar de la muerte, pero no morimos en esto ni lo hacemos una vez que morimos. La misma distancia que existe entre lo verbal y lo indecible la recorremos en procesos simultáneos, circulares, entre la codificación y la decodificación de una multimodalidad comunicativa. Usamos muchos lenguajes y sistemas de comunicación, pero uno de estos pasa a ser medular en los seres humanos, pues cuando queremos aclarar/nos, preguntar/nos, explicar/nos, responder/nos, recurrimos a la verbalización. A estos elementos discretos que se pueden segmentar y analizar por separado cuando sabemos que lo que en verdad estamos buscando es el todo. Constantemente, estoy analizando habla real, mirando su constitución acústica y estudiando sus correlatos lingüísticos; ahora mismo me encuentro buscando patrones de silabificación y resilabificación, porque creo que es una manera precisa y segura de observar la gramática oral de la lengua. Sin embargo, las preguntas que me motivan a diario, que me saludan al despertar y se aparecen en mis clases, tienen que ver con esos misterios que todavía no logramos explicar, como la posibilidad que tenemos los seres humanos de nombrarlo todo: lo decible y aquello que no lo es. De ahí la importancia que la literatura tiene para mí, pues tanto escribir como leer literatura es fascinante, es experimentar capacidades humanas únicas. Por medio de lo lingüístico experimentamos con aquello que no lo es, lo tomamos, lo articulamos y lo verbalizamos en una obra literaria.