En América Latina, la tradición política y la literaria se legitiman mutuamente. Chile no es la excepción. La educación escolar tamiza los contenidos históricos según sus géneros. De hecho, podríamos contar la historia política e institucional como una historia literaria. Por ejemplo, Ercilla escribe el Chile épico que heredarán Nicolás Palacios, Alberto Edwards y Jaime Eyzaguirre. Gabriel Salazar imagina el “guacho” desde Baldomero Lillo, Alberto Romero y Manuel Rojas. Martín Rivas y Casa grande persisten en los trabajos de Alfredo Jocelyn-Holt. Es así como la pregunta por cuál es la literatura contemporánea chilena se ha articulado alrededor de la dictadura militar. La narrativa nacional tiene el peso de explicar de la fundación del actual orden político. Silencio, trauma y esperanza: novelas chilenas de la dictadura 1977-2010, deMario Lillo, se organiza alrededor de esta empresa.
Según el autor, una buena parte de la literatura crítica de las últimas décadas se ocupó de la posible escritura de una “novela total”, a la manera de Vargas Llosa, Carlos Fuentes o García Márquez, que diera sentido a los dolorosos sucesos de la dictadura chilena. La ansiedad de esa esperanza provocó también una profunda desazón. La crítica se dedicó a esperar que la novela prometida llegara. Explica Antonio Gramsci en Literatura y vida nacional (1950), “una actividad crítica que fuese permanentemente negativa, hecha de mutilaciones, que demuestre que no se trata de “poesía” sino de “no poesía”, sería tediosa y repugnante: la “elección” semejaría una cacería del hombre, o bien podría ser considerada “casual” y por lo tanto irrelevante” (36). Silencio , trauma y esperanza abandona esta pretensión totalizadora y busca el relato de la dictadura en una multiplicidad de novelas. La literatura de dictadura sería, entonces, un conjunto de textos y no una sola obra sintetizadora. En este gesto, el autor invierte la angustia de los críticos del periodo. Escribe, “esperamos que ( . . .) este trabajo contribuya modestamente a otorgar —desde la narrativa— una perspectiva más optimista frente a la posibilidad de reencuentro genuino entre los espíritus aún divididos, conflictuados y cruzados por el pasado de tragedia” (15).
El libro describe cómo la novela chilena de la dictadura ha enfrentado la demanda de memoria de tres maneras. En primer lugar, la novela puede ser frontal e intentar adoptar un panorama exhaustivo de la memoria del periodo de la dictadura, entre las que considera a El desierto (2005), de Carlo Franz, Morir en Berlín (1993), de Carlos Cerda, y La vida doble (2010), de Arturo Fontaine, entre otras. En segundo lugar, la memoria también puede pasar a un segundo plano, como un fondo histórico, sin entrar a los problemas intrínsecos del terror, el miedo y la culpa; el autor analiza La Beatriz Ovalle (1977), de Jorge Marchant Lazcano, y Los convidados de Piedra (1978), de Jorge Edwards. En tercer lugar, algunas novelas escogen silenciar la memoria conscientemente tal como el neurótico evade el trauma; en palabras de TS. Eliot, “Humankind cannot bear very much reality.» Pero no basta con declarar la «elipsis de la memoria», palabras que el autor toma de Musil, sino que en la omisión hay un firme gesto literario. «Más allá de los poemas, casi más vigorosos que estos, está el hecho de la renuncia, el silencio elegido» (65), comenta George Steiner en Lenguaje y silencio. Ensayos sobre la literatura, el lenguaje y lo inhumano (1976). El libro indaga en la fuerza del silencio en las novelas ¿Dónde estás, Constanza? (1980), de José Luis Rosasco, y El nadador (1995), de Gonzalo Contreras.
El aparato crítico de Silencio, trauma y esperanza se sostiene en textos de diversas disciplinas y tradiciones. Hayden White, Genette, Nietzsche o Goethe acompañan la reflexión sobre el trabajo de críticos nacionales, como Rodrigo Cánovas, Cedomil Goic y Grínor Rojo. La interpretación de los eventos históricos se intensifica con las imágenes literarias que los originan. Se intenta replicar la experiencia misma de la lectura activa. Según el autor,
se ha optado por no aplicar un modelo ni una estructura estandarizada en el análisis del corpus, y el resultado de esta opción es una variedad de . . . Intensidades que fluctúan entre el artículo rigurosamente científico y el texto de carácter ensayístico. Son intensidades metodológicas que, hipotéticamente, pudieran estar en consonancia con las intensidades de la memoria. (13)
El análisis de ¿Dónde estás, Constanza? es uno de los pasajes más interesantes del libro. Lillo la clasifica entre las novelas del silencio. Frecuentemente desdeñada por la crítica, la novela es asumida por el autor con una lectura atenta y puntillosa sobre los detalles formales que cifran en una historia sencilla elementos políticos en tensión. Rosasco relata una historia de amor entre dos jóvenes en los años 50, él pertenece a la clase alta tradicional, ella a una incipiente y amorfa clase media. Los jóvenes deciden escapar para vivir juntos en una casa abandonada de La Reina. Su proyecto fracasa. Se pregunta respecto de la novela de Rosasco, «¿Por qué situar la historia en esta década aparentemente descafeinada? Justamente por eso, porque una narración que refuerza los valores conservadores involucrados en el relato es difícil de escenificar verosímilmente en una década como la de los 60 marcada mayoritariamente por el cambio y el conflicto cultural» (57).
El marco de la historia manifiesta sutilmente su adherencia al sistema tradicional de jerarquías sociales nacionales. El joven pierde a su amada porque traiciona los límites del orden simbólico. Según el autor, la novela «alegoriza la tentativa de rápido (y frustrado) ascenso socioeconómico de las capas medias y populares, y su eventual inclusión en el mundo burgués tradicional» (64). ¿Dónde estás, Constanza? es, entonces, un romance fundacional, en el sentido que Doris Sommer da a este género. Traza con precisión los principios de legitimidad con que la ideología conservadora justificó el apoyo al golpe militar.
Otra sección notable es la inquisición en la narrativa de Arturo Fontaine. Lillo identifica el relato de La vida doble en aquella narrativa que enfrenta explícitamente la memoria del periodo de dictadura. En algún sentido, la novela de Fontaine se convierte en el modelo retórico para una literatura de la reconciliación. Según el autor, «es una historia que enriquece el panorama de la novela de dictadura con una nueva categoría, la del perdón sin olvido» (184). Lejos del imperativo heroico de la literatura comprometida, Fontaine escribe el duelo. Para el novelista la culpa reclama la expiación.
Un detalle especial del análisis de La vida doble es la arqueología que Lillo hace del concepto de alma bella. Recupera un pasaje de La vida doble en el que la protagonista interpela al periodista, «nadie te obligó a entrar aquí. ¿Sabes? Huelo tu desprecio de alma bella». El autor inquiere en las posibles fuentes, inspiraciones e intertextualidades de esta figura. Así, incorpora trazos y fragmentos que integran el concepto de alma bella desde Platón a Nietzsche, con especial énfasis en el romanticismo alemán. Pero más allá de una construcción docta, el autor se vale de esta porosidad textual para vincular la historia de La vida doble con el contexto político de la dictadura, «esta alma bella puede eventualmente constituir una eficaz metonimia de la sociedad chilena que más de 35 años después intenta elaborar la tragedia post-1973 con una actitud inédita y que acusa el inapelable transcurso del tiempo: sin menosprecio, a pesar de lo que sostiene Lorena en la ficción, pero sí con un mayor distanciamiento» (184).
La mayor cualidad de Silencio, trauma y esperanza es su capacidad sintética. En un solo texto el autor condensa tanto la discusión crítica respecto de la novela de la dictadura como los problemas de selección de un canon representativo de la época. No sería exagerado pensar que la actitud del autor frente a la literatura de la dictadura era necesaria. El libro se distancia de la crítica comprometida, cuyas notas principales están delimitadas por la adhesión a un proyecto político particular. Lillo invita a un compromiso con la crítica. En lugar de responder a un dogma, se encarga de matizar la compleja verdad que constituye la novela de dictadura y la memoria que heredamos de ella.
Lillo, Mario. Silencio, trauma y esperanza: novelas chilenas de la dictadura, 1977-2010. Santiago: Ediciones UC, 2013.