Cuando los poetas hablan sobre otros poetas, suelen hablar también (o más) de sí mismos. En unas “Notas sobre la idea de poesía situada de Enrique Lihn” publicadas recientemente en la revista Intemperie, Christian Anwandter afirma que le resulta difícil concebir una poesía “realmente” situada y cree que una posibilidad para no caer en imposturas es liberarse “del encadenamiento temporal de las afirmaciones. Abstraerlas y componer una secuencia a partir del vacío”.
Sin entrar a discutir los supuestos con que sostiene dichas notas sobre Lihn, me parece que las palabras que le prodiga son útiles para leer Colores descomunales (Santiago: LOM, 2013), el más reciente libro de Christian Anwandter, autor además de Para un cuerpo perdido (Santiago: Tácitas, 2007). En Colores descomunales, Anwandter parece ejecutar un programa basado en esa idea: la de juntar palabras de una manera no referencial ni “situada”, sino que como una “lengua que se expone a su propio vacío y poder” (como reza la contratapa del volumen), partiendo de una cotidianidad difusa, alegórica, en la que el caldo de la olla no es el caldo de la olla sino que “lo humano y lo monstruoso” revuelto; interrogar lo que hay detrás de “la materia que calla profundamente” (de nuevo cito su artículo sobre Lihn), para ir dando forma a una poesía de inspiración metafísica que se sostiene en una calibrada variedad de recursos métricos y lingüísticos, en que caben desde la rima hasta el desmembramiento de algunos textos, las aliteraciones o expresiones más cotidianas que recuerdan la oralidad: “Los ángeles son la raja hueón / aunque sean ángeles chiquititos / enanos o deformes, pero angelitos hueón. / -¡Cacha hueón mira ahí va el hueón que se cree la raja!”.
Técnicamente impecable, prolijo. Domina sus materiales y recurre a una variada gama de voces y estilos. Es una poesía difícil porque no “cuenta” nada, sino que indaga filosóficamente en “lo real”: “Al entrar en detalles, /no vemos lo mismo igual, y atestiguan / de esto no nosotros, pobres esponjas de lo real, /sino las cosas mismas: ese árbol / que el temporal botó, la micro que no llega”. Dos textos más adelante, en un ejercicio de autoconciencia irónico, comenta uno de los versos recién citados: “Buena imagen, llamarnos a nosotros / mismos: `pobres esponjas de lo real´, / no tanto por la simplificada acción / de absorber de cuanto nos rodea, / buena porque las esponjas se fabrican / y la calidad de absorción depende / de su fabricación / y así, al menos, algo decimos sobre / ser algo repetido hasta el cansancio…”.
El tránsito que propone el libro, dividido en tres grandes partes, va desde esta cotidianidad metafisiqueada (parte I) a temas que rozan lo religioso (parte II), un “angelito” que alguien se imagina a partir de los puntos de una pantalla, la creencia de que “los ángeles más la raja” se guardan estrellas que por lo mismo no podemos ver, o incluso la posibilidad de “vaciar de su materia al paraíso” y traerlo a la Tierra. Luego el libro, en la parte final, se alarga hacia una búsqueda de nitidez, “de precisión / de colocar al mundo / en su lugar / y contemplarlo”, fragmentando más los párrafos, poniendo comas y puntos suspensivos fuera de lugar (de hecho el libro no termina con un punto, sino que con una coma), hasta concluir en un “galpón de honduras”, entre proyectores, cuadros enmarcados y desmarcados: “no sé si los cuadros / colgantes soportan / el viento”.
El título del libro, imagino, tiene que ver con esta búsqueda de verdades metafísicas, por momentos religiosa, que se asocia tradicionalmente al cielo y sus colores descomunales, aunque desde luego hay otras interpretaciones posibles, pues la polisemia aquí abunda. Al indagar en “lo real” abstrayendo, esta poesía llega a ser en varios pasajes completamente inasible, una experiencia intelectual un poco purista, desconectada de las experiencias particulares concretas; una voz sin una posición reconocible, sin asidero en lo específico ni cable a tierra. Lo cual puede ser perfectamente el triunfo en la ejecución de un programa que buscaba justamente eso.