Basta dirigir una rápida mirada a la historia de la producción artística humana para constatar que, desde los albores del mundo, música y literatura han mantenido un vínculo profundo e indestructible. En efecto, se trata de dos hermanas siamesas que, si bien cuentan con identidades singulares y características propias, acaso comparten demasiados elementos como para poder diferenciarlas por completo. Quienes transitan por una u otra vereda a menudo cruzan la calle situada en medio y, también a menudo, cultivan una fructífera doble militancia. Para recordárnoslo, están los aedos, rapsodas, juglares y trovadores de todos los tiempos. Si no se quiere ir tan lejos, está el Premio Nobel de Literatura al mismísimo Robert “Bob Dylan” Zimmerman.
Ahí podría estar también Federico Eisner. Músico y escritor, Eisner recupera a la vez que explora la fraternidad milenaria entre ambas artes a lo largo de los nueve cuentos que conforman Desconciertos (Das Kapital, 2015), una obra que llama la atención por poner a convivir una amplia diversidad de voces y perspectivas, aunque siempre bajo un contexto contemporáneo y perfectamente reconocible. Así, el lector recorrerá historias protagonizadas por la música, para cuyo desarrollo, además, será fundamental la forma en que se compone la narración, pasando de la aparente linealidad a los saltos espacio–temporales e, incluso, el carácter fragmentario.
Si el libro fuera un disco, parece indudable que encontraríamos sus puntos altos en el tono fresco e ingenuo de “Primos” y el registro delirante de “El colchón” y “Cerveza para el camino”, tres cuentos que destacan por la sencillez y honestidad de la enunciación, en el caso del primero, y por los giros imprevistos y un tanto absurdos de la trama, en los dos últimos. No obstante, la vulnerabilidad del personaje central de “Concierto de campanas” resultará igualmente importante, por cuanto contribuye con una incómoda aunque insoslayable nota de reflexión sobre nuestras fracturas sociales.
“Consola” e “Improsesión”, en tanto, se nos presentan como piezas que, sin desmedro de un punto de partida interesante, no llegan a desplegar de modo cabal la potencia que contienen, al igual que si procediéramos a interrumpir una canción antes de que muestre su verdad expresiva. Para plantearlo en términos radicales, en realidad no se justifica su inclusión en el volumen: queda la impresión de que faltó narrar aquello que habría conferido a ambas la fuerza de gravedad y el anclaje vital que el resto del libro exhibe con tan notoria maestría.
Por su parte, los cuentos “Festejo en Punta Hermosa”, “Buenos muchachos” y “La carrera” relatan, desde momentos y enfoques distintos, los a ratos desventurados pasos de Gabriel, un joven para quien la música cumplirá un rol iniciático al confrontarlo con los riesgos asociados a su voluntad de realización personal. Lamentablemente, algunos pasajes específicos comprometen la total verosimilitud de los diálogos, lo que, sin embargo, no llega a afectar el realismo de las situaciones descritas ni el trazo de los rasgos psicológicos de los actores que intervienen en ellas.
En suma, es posible suponer que, por medio de estas historias musicalizadas, los desconciertos de Federico Eisner no pretenden sino representar ciertas contradicciones y perplejidades de personajes comunes que bien podríamos ser nosotros mismos. Como la propia cotidianeidad, tales historias están cruzadas por preguntas, revelaciones y resentimientos que solo aguardan el instante preciso para emerger y tomar su lugar en la vida, misma vida que, según las palabras de Friedrich Nietzsche, sin la música sería un error.
Ivonne Jerez Arellano
21 junio, 2017 @ 1:21
Un placer leer tus artículos Nicolás y muchas ganas de leer a Eisner.