A raíz de la entrega del Premio Nobel a Annie Ernaux, republicamos hoy una crónica de lectura escrita por la poeta Elisa Villanueva para nuestra revista el año pasado. En ella Elisa comenta Pura pasión (1992), novela en que la pasión funciona como “un insumo de la escritura“, donde Ernaux declara vivir sus sentimientos como si escribiera un libro, “resguardando todos los detalles o resolviendo todos los conflictos”.
Cuando leo relatos autobiográficos me suelo preguntar sobre las concesiones que la autora o autor tuvo que hacer entre su escritura y su vida. ¿De qué manera protegió a ciertas personas, ¿qué no quiso dejar al descubierto del lector? ¿Qué es lo íntimo en este tipo de escritura?
Cuando leí Pura Pasión de Annie Ernaux todas mis hipótesis fueron desarmadas. El relato da cuenta del romance entre la narradora y un hombre con el que tiene encuentros ocasionales y apasionados, y al que espera y desea obsesivamente. Inaugura el texto declarando que la escritura, al igual que el encuentro sexual, supone una “suspensión del juicio moral”. Es así como expone la vulnerabilidad de aceptar que su vida está suspendida por la aparición de este hombre a quien llama A. Declara que todo lo que no tenga que ver con él en su vida es artificial y casi todo lo que hace es un cúmulo de actividades asociadas a él: encontrarlo en el diario del día, en alguna película o en la lectura de alguna novela; vuelve a los lugares que él transita, etc. Lo que muestra Annie Ernaux es pura carne: no hay adornos, ni intentos de cuidar a esta narradora con excusas o pretextos, sino todo lo contrario. Declara: “Me habría gustado no tener nada que hacer salvo esperarlo.” (17)
Dentro del mismo relato la narradora registra por escrito los encuentros, anota la fecha, hora, y describe algunos detalles. Esta imposibilidad de capturar los momentos con A. exacerba la pasión de la narradora, y al mismo tiempo revela la intención de la autora con la escritura: perpetuar, capturar, suspender la vida y que todo se encauce a esa persona, a esa emoción, mostrarla tal como es, independientemente de si es moral, favorable, ética o correcta. No busca salvar a la protagonista, sino hacerla dueña de sus emociones. Las ansias que declara de conservar el desorden en su casa luego de su partida. La ropa en el suelo, las copas, cada gesto como un tesoro, cada anécdota como un intento de mantener ese presente cuando ya todo ha pasado; incluso confiesa no bañarse hasta el día siguiente del encuentro para conservarlo en su cuerpo. Este registro es inmediato y desesperado, así como lo es la narración en el libro.
La escritura de Annie Ernaux a ratos parece funcionar como el medio y la única forma posible de hacer que esta espera de A. permanezca en la hoja y en el tiempo, y por lo tanto, dar cuenta de que esta pasión existe. Si bien la escritura pareciera ser un pretexto, hay una ambigüedad latente en el libro que me hace pensar lo contrario. La pasión descrita por la autora también funciona como un insumo de escritura, como cuando declara vivir esa pasión como si escribiera un libro, resguardando todos los detalles o resolviendo todos los conflictos (en su devaneo mental durante momentos de total ocio en que solo se dedica a conjeturar sobre A.).
Hay una conciencia declarada de la escritura de su pasión y de su pasión por la escritura. Ambas obsesivas y viscerales, funcionan como espejo en el libro. La escritura en Ernaux está viva, se desarrolla en el instante, justo después de una cita o mientras la espera, escribe sin pensar en las consecuencias. En el mismo momento en el que escribe, se desnuda y se escribe a la vez, y así sucesivamente. La aparición de un lector pareciera ser imposible, y es ahí donde radica lo íntimo en Pura pasión, y precisamente esto representa el lujo de leer esta obra de Annie Ernaux: la sensación de ser esta lectora oculta e imposible, acompañarla en el momento presente de su escritura sin que se entere, vislumbrar sus intenciones al hacerlo, acompañarla en su miseria y en su gloria, ser cómplices de su ilusión y su vergüenza, estar a su lado mientras se recuesta en la cama viendo las copas en el suelo.