“Valdés fue un protagonista de las letras chilenas, que se caracterizó por su circulación en los márgenes de la denominada generación del 50. Su posición de cazador furtivo le permite ver, desde la distancia, lo que otros no podían ver por la cercanía”.
El reciente deceso de Jorge Edwards, ampliamente reconocido estos días por su importante aporte a la literatura y la cultura de América, me ha llevado a recordar que, junto a él, en semanas próximas, han fallecido también Roberto Torretti, excompañero de Edwards en la escuela de Derecho de la Universidad de Chile, y con posterioridad al deceso de Torretti, supimos también de la muerte de Hernán Valdés (1934-2023), a quien imagino, en los tiempos de la difícil juventud de la década del 50, mirando al pasar a ambos amigos, acompañados, una que otra vez, en distintas ocasiones, por Claudio Giaconi, Luis Oyarzún, Jorge Millas, Enrique Lafourcade, Alejandro Jodorowski y su hermana Raquel, Teresa Hamel, Marta Jara y la “Colorina” Estela Díaz Varín, Ester Matte, Armando Cassigoli, entre muchos más. Del Parque Forestal a la calle Ahumada, entre Villavicencio y la Alameda, pasaba esta gente joven, que tenía ansias de cataclismo y construcción, camino a las librerías Nascimento y Editorial del Pacífico, con sus libros y cuadernos debajo del brazo, mientras, quizás, desde la orilla, Hernán Valdés, observaba y apuntaba. Un poco menor que varios de los más destacados, es apenas cinco años menor que Lihn y un año mayor que Jorge Teillier. Valdés fue un protagonista de las letras chilenas, que se caracterizó por su circulación en los márgenes de la denominada generación del 50. Su posición de cazador furtivo le permite ver, desde la distancia, lo que otros no podían ver por la cercanía.
Tras un viaje allende la cortina de hierro, a estudiar cine a Checoslovaquia, para más señas Valdés retorna con una novela memorable, que hace muy poco tiempo se reeditó en Chile: Zoom. Publicada en México en 1971, no alcanzó a tener notabilidad entre los lectores chilenos ni del resto de América, ya que los ojos estaban puestos en el proyecto revolucionario encabezado por Allende. Sólo Enrique Lihn, con la astucia de quien sabe de lecturas, escribió una reseña que le hacía justicia a la novela de Valdés, en momentos en que sobre su obra abundaba el silencio. Sin embargo, en ella está larvada la perspectiva que caracteriza la obra de Valdés, la distancia, que como el viento alienta fuegos poderosos o los apaga de forma definitiva. En su caso, la distancia de Checoslovaquia le permitía ver que la promesa socialista no iba por buen camino, como testimonia en alguna de sus crónicas sobre cine, lo que en Chile no era bueno que sonara, ni como la más impopular de las canciones, porque acá el entusiasmo era el condimento de la revolución que no se podía apagar. La distancia le permitió a Valdés, pese a las marcas de la tortura, escribir –en la distancia, luego de salir raudamente de Chile, tras el infierno de Tejas Verdes–, un testimonio que estorbaba el silencio cernido sobre Chile tras el Golpe.
El margen, la lejanía, le permitían a Valdés, una vez más, mirar con sutil distancia el estruendo mudo del fracaso de la izquierda, y el fracaso inmediato del plan falaz de que la violencia restauradora traía consigo la paz. Más tarde, con igual distancia, en su novela A partir del fin (1981), reeditada en Chile más de veinte años después de su primera edición en México, Valdés recupera, en una ficción que articula referencialidad histórica e imaginación novelesca, los días aciagos, premonitorios, de una relación de pareja que se quiebra al unísono en que se rompe la convivencia del país. La pareja que había surgido al calor de la revolución se hunde con la misma rapidez que había subido la espuma, para desintegrarse en el trago amargo del fracaso. Un rumor de discursos ácidamente representados, los del entusiasmo y la ceguera política, representada sobre todo en el discurso de Allende, exhiben, al sesgo y con amargura, a la vez que con gran destreza narrativa, el fin de la ilusión. El despertar de la historia y la resaca de quienes creen en utopías y en sueños, es una de las cuestiones que la perspectiva, desde el margen, Valdés logra cristalizar de manera eficaz.
Nuevamente, la distancia, la lejanía, le permitirán, en Fantasmas literarios (2005), reconstruir, con el despiadado brío que da la mirada desde el margen, e instruir a sus lectores sobre aquella brumosa generación del 50 a la que parecería no pertenecer, aun perteneciendo. El filo de la prosa de Valdés, su capacidad para operar el zoom, hace relucir con certeza las sombras de un mundo que se ha apagado y cuyos brillos sólo pueden ser desmentidos desde las orillas de su relato. Casi habituándonos a los incautos lectores, una vez más, hace relucir las contradicciones que tejen la verdad de la historia. Brumas y distancia, y una profunda honestidad, además de una prosa ejemplar, caracterizan al trabajo de Hernán Valdés. Nos dejó en febrero, hace algunas semanas, pero su brillo, muchas veces opacado por las rutilantes estampas de sus coetáneos, nos puede ayudar a ver con menos estruendo la sinfonía en gris de la verdad histórica. Esa que algunos, nuevamente, se aprestan en inventar, al calor mendaz del entusiasmo y las ilusiones.
Ignacio
7 abril, 2023 @ 14:24
Excelente artículo. Se agradecen las perspectivas novedosas, de intelectuales lúcidos y atentos.