“Quizás el fútbol no sea solo un tema en común, sino la forma más simple que encontramos para decirnos que todavía queremos hablar”, nos dice Matías Saa en esta a breve crónica sobre el lugar del fútbol en la vida afectiva de los hombres.
Esta idea no se me ocurrió a mí; se le ocurrió a Martín Kohan cuando, en su cuento “Silencio”, narró el reencuentro de dos amigos que viajan al valle junto a sus respectivas novias. En una escena, Mara –a novia del protagonista– les implora a ambos: “Ni fútbol ni recuerdos del secundario”, y el narrador concluye: “Descubrimos así, de repente, que sin el fútbol, que es un tema universal, y sin los recuerdos del secundario, que es el único asunto que nos unía, casi no teníamos cosa alguna que decirnos”. Algo similar había escrito también Martín Caparrós, en una carta dirigida a Juan Villoro durante el Mundial de Sudáfrica: “En casi cualquier lugar, momento, encuentro, es posible reemplazar un silencio molesto por la complicidad instantánea y breve de un comentario futbolero”.
El fútbol, sin dudas, es un tema comodín, al menos entre hombres, o entre hombres heterosexuales. Es como hablar de la muerte, del sexo, de política o de los amores no correspondidos. Hablar de los regates, fichajes o la intervención del VAR para romper el hielo me ha funcionado en ciertos contextos: en el trabajo, en clases y con mi papá. Especialmente con mi papá. El fin de semana me dijo: “No te pido nada, solo te pido que veas el partido de Boca contra el Bayern”. ¿Para qué? Probablemente porque no tenemos ningún otro tema en común más que el partido del momento. Pero queremos comunicarnos, o al menos, lo intentamos, porque no aún hemos podido hablar de la muerte, del sexo, de política o de los amores no correspondidos. Quizás el fútbol no sea solo un tema en común, sino la forma más simple que encontramos para decirnos que todavía queremos hablar.
Mi papá rara vez se queda callado. A veces me habla incluso cuando yo tengo los audífonos puestos, sin que lo escuche. Se refugia en temas sueltos: la corrupción, el clima o el taco que le tocó en el camino. Me habla de cualquier cosa para que no haya silencios. Pero cuando el silencio llega es de forma pacífica, excepto cuando hablamos de fútbol. Porque, ¿de qué hablamos cuando hablamos de fútbol? Hablamos de todo lo que no podemos decir directamente con palabras. Hablamos de cariño, de miedo, de nostalgia. Hablamos de lo que duele sin tener que nombrarlo.
Recuerdo perfectamente el día en que Camila me dijo que no quería seguir conmigo, que estaba aburrida, que nuestra relación no iba para ningún lado. Y yo, cuando más necesitaba un abrazo, fui donde mi papá a llorar en su hombro. Le dije que la Cato había perdido otra final. Eso le dije: la Cato perdió otra final, abrázame. Él con su torpeza y yo con la mía, hicimos lo que pudimos: nos quedamos callados un rato largo, pero juntos.
Cuando Merentiel le hizo el gol a Neuer, mi papá me llamó para no decirme nada.
–¿Qué pasó?, le dije.
–Partidazo, me dijo él.
Y con eso bastó. No hablamos del gol, ni del autopase, ni del Bayern, ni de La 12 que no dejó de cantar. Hablamos sin hablar. Fue su forma de decirme que estaba pensando en mí, de recordarme que todavía tenemos algo que compartir. Esa ha sido su manera de demostrarme cariño cuando no ha sabido –o no ha podido– decirme te quiero.