Benoit Santini, profesor de la Universidad del Litoral Côte d’Opale, especialista en literatura chilena y latinoamericana, entrevista hoy a Jorge Cid para hablar de su reciente libro Éxodos (Cástor y Pólux, 2019), una «crónica poética respecto del trance que significa migrar hoy, en condiciones muy duras y también en otras que, aunque menos dramáticas, no están exentas de interrogantes sobre lo que somos y sobre cómo viajar de un punto a otro, nos transforma profundamente».
Éxodos ya es tu tercer poemario. En él abordas el tema candente de las migraciones y del desarraigo. ¿Cuál es el origen de este libro?
Los poemas de este libro surgieron como una reacción a la lectura de la prensa que durante ese 2014 daba cuenta de la muerte de cientos de migrantes que esperaban alcanzar las costas de Europa en embarcaciones que naufragaban en las costas de Italia y España. En pocos días sumaban miles de muertos, personas que escapaban de guerras, hambrunas, crisis económicas severas, entre otras causas. Esos hechos eran solo el comienzo de una crisis migratoria que aún pervive y se acrecienta. Estos poemas, intercalados con fragmentos de la prensa de la época, son una crónica poética respecto del trance que significa migrar hoy, en condiciones muy duras y también en otras que, aunque menos dramáticas, no están exentas de interrogantes sobre lo que somos y sobre cómo viajar de un punto a otro, nos transforma profundamente.
Un hecho relevante respecto de mi interés por el tema de la migración dice relación con el hecho de que viví en Francia cuatro años. Durante ese tiempo, me familiaricé con la política inmigratoria de Francia y de la Unión Europea, observé cómo esta se fue endureciendo dramáticamente a partir de la grave crisis subprime que causó, como se sabe, un aumento ostensible de la cesantía con los programas de austeridad como consencuencia más patente. Como correlato de la crisis económica, las encuestas comenzaron a favorecer de manera creciente a los partidos de derecha más radicales, antieuropa y antiinmigración.
Junto con esto permanecen en mi retina hitos como la circulaire du 31 mai 2011, conocida como la circulaire Guéant; la expulsión de Leonarda en 2013, la joven kosovar de 15 años expulsada durante el gobierno Valls a pesar de estar escolarizada; el grupo de 21 inmigrantes libios sin papeles llegados en 2014 en una balsa que pasó cinco horas abandonada al sol en una playa de Maspalomas (Gran Canaria) esperando a que las autoridades decidieran si activaban o no el protocolo para casos de ébola y que luego fueron trasladados en un camión de basura hacia la carretera; el hallazgo bajo los rayos equis de Abou, un niño proveniente de Costa de Marfil, que llegó dentro de una maleta de bodega al aeropuerto de Barajas en 2015; entre otros muchos casos que cuestionan severamente, a mi juicio, la condición civilizada de Occidente. Todos estos casos reaparecen en los poemas de Éxodos, junto con la cita de los diarios donde los conocí. Ellos inspiraron mi libro y me acompañan como un séquito de espectros literarios que interpela a los sobrevivientes y conjura a todos nuestros muertos.
¿Cómo se hizo la colaboración con la editorial Cástor y Pólux?
La colaboración con Cástor y Pólux surgió del interés que desde un comienzo mostraron Paula Ilabaca y David Villagrán, sus editores y grandes amigos, por el poemario. Fue el fin de cuatro años de tener al libro penando dentro mío a la espera de mejoras que pudieran darle el nivel poético que buscaba. Carmen Berenguer me sacó del sopor y me dijo: «¡Mándamelo! yo lo enviaré y lo publicarán». Junto con esto, publicó una porción del libro en la revista que dirige en la Sociedad de Escritores de Chile. Su gesto fue de gran ayuda, me remeció y obligó a dejar ir el libro.
El tema de la marginalidad siempre ha cobrado especial relieve en tu producción poética. Pienso, por ejemplo, en la presencia de seres rechazados como María Magdalena o del gueto en tu primer libro, Labia larvaria, y de un ser híbrido y anómalo, el «bebé sirena» en tu segundo poemario epónimo. ¿Podrías explicar por qué te ha interesado este motivo temático y cómo se manifiesta este en tu escritura lírica, tanto a través del lenguaje, como de las escenas cantadas?
Son presencias muy estimulantes a la vez que conmovedoras. El trabajo con estos temas tiene que ver con el imperativo ético de que la poesía da voz a los personajes del cine mudo de la historia y preserva las lenguas evanescentes de comunidades que no alcanzan la estatura normalizadora que exige la historia para acreditar su existencia. No pretendo arrogarme su voz, su representación, ni ser su redentor, he buscado más bien con mis palabras alcanzar humanamente con la poesía cuerpos que han sido privados del afecto por causa de sus actos o formas consideradas aberrantes. Esto se ve claramente con Bebé sirena, caso en el que comencé a preguntarme por el dolor de no ser tratado como individuo, sino como caso clínico sin, en ocasiones, llegar a tener nombre a pesar de tener cuerpo. Con los años este poemario pareció estar en consonancia con los propósitos de movimientos antiaborto, sin embargo, lejos de esos asuntos este poema buscó ser un acto de empatía radical con el cuerpo mortinato. Me interesó en la medida en que en ellos resuena todo el dolor de los excluidos hoy, el bebé sirena funciona como una suerte de símbolo del castigo a la diferencia. Lo mismo ocurre con María de Magdala o los migrantes ilegales. «Están del lado agrio del azar».
En Éxodos, se percibe una atmósfera de violencia y de muerte a la par que se manifiesta una gran empatía del hablante con respecto a los migrantes a los que evoca. ¿Consideras Éxodos panfleto y poema político? ¿Te parece que el objetivo de Éxodos consiste en cantar lo que el texto de la contraportada de tu libro califica de «utopía del arraigo»?
Es un libro que tiene mucho de político, piensa en la multitud de cadáveres que en el mar ha dejado la crisis en África, pero en ese concierto de cuerpos también aparece Marta Ugarte, la profesora asesinada por la DINA cuyo cuerpo fue el primero que el mar devolvió de los cientos lanzados al océano en el marco de los vuelos de la muerte. La prensa de la época presentó el caso como un crimen pasional, el mar revelaría luego toda la verdad. Del mismo modo, el poemario alude directamente a Alba dorada, partido político griego, considerado hoy como una asociación criminal en virtud de su inspiración neonazi que no le impidió llegar al parlamento en 2011; alude directamente a Marine Le Pen, presidenciable del Front National francés. El hecho de construir sus imágenes en torno al horror de los muertos en el mar, refiere directamente a la política migratoria de la UE y su gestión de la crisis migratoria en la que primó un relativo desinterés o abulia hasta el atroz hallazgo en 2015 del cuerpo del niño sirio Aylan en una playa de Bodrum en Turquía. Resulta muy paradójico pensar que ese niño sobrevivió a los ataques químicos de Bashar al Asad para, cerca de tocar el suelo europeo, morir a manos de las olas. Eso pasó antes con muchos otros niños de raza negra de los que a veces hubo fotos en la prensa que inexplicablemente no conocieron la piedad que inspiró la imagen de Aylan. Desde ese momento, la UE adoptó medidas para articular una acogida más o menos organizada en varios de sus países, fragmentando por grupos a los recién llegados. Lo que siguió no fue demasiado feliz, pero al menos estaban en tierra.
En Chile ha causado estupor el atroz destino de cientos de niños latinos separados de sus padres y retenidos en jaulas en la frontera por decisión de la administración Trump.
En Chile familias con niños venezolanos escapando de la crisis política y humanitaria de su país, durmieron a la intemperie en el desierto soportando menos de diez grados bajo cero en el paso fronterizo de Chacalluta en la frontera de Chile y Perú al no poder entrar al país por un inesperado cambio en las exigencias de entrada por parte de la administración Piñera. No me quedó claro si este hecho perturbó de igual manera a la comunidad chilena como el que viven los niños en la frontera estadounidense. Es sin duda la inmigración un tema fértil para las paradojas y las miradas a un costado.
En Éxodos se descubre un movimiento constante: horizontal, por el mar, por territorios inhóspitos como el erial, pero también vertical con las referencias a las estrellas y los exoplanetas. ¿Qué podrías decir a este respecto?
Efectivamente los poemas del final del libro aluden a un escape a otros niveles de realidad, a la sobrevivencia molecular de virus, líquenes o como polvo de estrellas. Esta salida apareció en un momento final de corrección del libro en el que lamenté que todos los poemas fueran constatación de la crisis, pero sin aportar nada más que su consignación. De pronto me pareció plañidería vacía sin una propuesta. Es así que surgió esa idea de pensar en otros niveles de sobrevivencia, ya lejos de los paradigmas fronterizos desgastados y en clara crisis. Ahí apareció la figura de la momia, de sus restos atravesando los milenios. Las chinchorro incluso alcanzan 7 milenios de data, antecediendo como se sabe a la momificación egipcia. Las momias han atravesado las fronteras esperando bajo tierra el paso de distintos órdenes geopolíticos, vernáculos o colonizantes. Y sus huesos son de calcio, el mismo material que conforma las estrellas y que como nos indica Patricio Guzmán en su magnífica Nostalgia de la luz, es la misma materia que conforma a las estrellas. De ahí la relación. Desde la desesperación por la desaparición de esos cuerpos migrantes, hacia la posibilidad de un duelo posible en una dimensión no humana.
¿Qué proyectos literarios tienes actualmente?
Estoy trabajando en el ordenamiento y edición de dos libros que creo están pidiendo ya salir de gestación. Ambos vuelven de cierto modo al lenguaje de Labia larvaria, estableciendo relaciones entre cuerpo y lenguaje, entre erotismo y generatividad lingüística. Son libros que trabajan con otras ideas de margen que, en su dimensión más social, consideran al mundo del hampa en la imagen fantasmagórica de los niños del Mapocho y, en su dimensión más biopolítica, a Joseph Merrick, el hombre elefante o a Corina Lemunao, la mujer gallina. La feralidad funciona como una gran metáfora de los cuerpos en soledad, a ellos vuelvo poéticamente, como fue en el caso de Bebé sirena. Pienso en la deformidad como una belleza incomprendida y en la posibilidad que tenemos de reconocer en ella el pavor al rechazo que nos acompaña íntimamente y que nos define como cultura de imagen y espectáculo.
Poemas del libro Éxodos
Desfiladeros
“Leonarda, de 15 años, estaba en el autobús con sus amigos de camino a la escuela, cuando la Policía Fronteriza vino a arrestarla para expulsarla”.
Le figaro , Levier, 15 de octubre de 2013 .
Todos somos de color en esta espera.
Tenemos hijos recién nacidos,
problemas, razones de peso
para estar lejos de casa.
Ojos, bocas y mejillas tienen prisa.
El frío nos iguala los rasgos
en este microcosmos apátrida y racial,
en esta fila que no avanza
cuando el documento caduca y asfixia.
Régularisation / L’obligation de quitter le territoire français
Leonarda, apartada por la policía frente a sus compañeros
que se preguntaban si era en verdad un criminal.
Leonarda, conducida a la frontera;
las razones de tus padres para dejar Kosovo
son el plomo que este trance
dispara sobre tu vida anegándose.
Se nos congelan las prórrogas.
Los hombres se golpean con tal de avanzar.
Espectros se asoman desde otra fila.
No tenemos papeles, tenemos vergüenza.
Los peces se levantarán contra nosotros
En nuestras mesas
los peces contarán la historia submarina
abiertos sobre nuestros platos
como libros que el mar devuelve.
Los peces reflejan en cada escama los rostros
de quienes cruzaron su cardumen
como bengalas encendidas por la gravedad.
Esos peces en nuestros platos imitan en sus rostros
los gestos de estos indios, de estos africanos,
de estos detenidos detenidos con rieles
—cómo olvidarte Marta Ugarte—
compatriotas que nos miran aquí desde la muerte.
Los peces siempre tienen en el rostro
las marcas del horror que se vive en lo profundo,
donde no llega la prensa, ni los intereses de Estado.
Sobre nuestros platos, como carne asada o caviar,
los muertos de la indiferencia palpitan,
saben a sal y a noche,
entran en nosotros
y nos hacen cómplices de su martirio.
Mieses trasegadas
Porque en la mucha sabiduría hay mucha tristeza;
y quien añade ciencia, añade dolor.
Eclesiastés 1:18
Las bayas tienen una enfermedad,
mueren los animales que las comen,
son pestilentes sus cadáveres
y ni las fieras vienen a estragarlos.
El bosque entero sufre una plaga.
Las aves ya no vienen ni vuelven por sus nidos.
Las crías caen de los árboles
y en la tierra la ortiga las rechaza.
Frutos contrahechos con cara de pájaro
asustan a los hombres de cacería.
Creen que es el odio de dios asomándose a la mata.
Se niegan al ritual los jóvenes en edad casadera,
despavoridos huyen de la aldea,
en la espesura buscan el diamante lázaro
que impida el final de su raza.
Tánger
“Menores aislados, drogadictos y violentos, surgieron hace más de un año en la capital. Se pensaba que eran niños marroquíes de la calle, pero, en realidad, a menudo tienen una familia”.
Le Monde, París, 17 de mayo de 2018.
Atardece en Tánger como un cuchillo de sangre,
faltan los niños que vivieron el hambre,
y que ahora sueñan ríos de pan imaginario
por huella que su olfato apresa y que la realidad aletarga
artera, pánica y maloliente.
En las fantasías estéticas del tolueno
bajo red de estrellas y armadura psicoactiva,
vas varando por ríos gélidos de Europa, toxicómano adolescente.
Te lloran en África —por una vida mejor, dicen—
cuando fracasas estruendosamente en pocilgas
con jeringas que no renovó sanidad,
en caletas de un Mapocho que el invierno parisino arrasó
sembrando azules máscaras sobre tu exilio racial.
Dos rupias para cerrar sus párpados, señores.
París es un diluvio extraño, donde almas niñas
tiñen de crónica roja el frontis de los grandes almacenes
de esa moda que jamás lucirás
por las veredas de Tánger.