¿Qué es lo que define a un barrio? Para algunas personas el barrio es el espacio de la ciudad hasta donde se puede llegar –desde la habitación personal– en pantuflas o en pijama; para otras, lo más lejos que se puede ir sin cédula de identidad; o también, el entorno en el que uno se saluda con las personas con las que se cruza en la vereda. Pero José Leandro Urbina, en El basurario del Baruni (Santiago: La Calabaza del Diablo, 2012) parece tener su propia definición: el barrio es el lugar de los amigos callejeros, donde uno «se entera de cuentos aunque no quiera».
Y es que de cuentos y personajes en el barrio de Independencia está construido este nuevo libro de Urbina, El basurario del Baruni, segunda entrega de Las memorias del Baruni (publicado también por La Calabaza del Diablo en el 2009). Esta vez, como entonces, José Leandro Urbina explica a sus lectores que él es tan solo el «editor ad honorem y reacio heredero» del manuscrito dejado por José Luis Baruni, el verdadero autor de las memorias. Si bien éste es un viejo recurso, bendecido, por ejemplo, por Cervantes o por Borges, Urbina lo exhibe abiertamente y con ello logra parodiarlo, reírse de la tradición literaria y, de paso, urdir en la narración autobiográfica con la máscara del editor. No sólo Baruni es un anagrama de Urbina (y comparten las iniciales JL del nombre), sino que también coinciden el espacio en el que Urbina escribe/edita y en el que se desarrollan las acciones del relato del Baruni: la calle Maruri y sus alrededores.
No falta nada en este barrio: a través de retazos narrativos bien articulados (de ahí el «basurario»), la privacidad de la vida se deshace en boca de los vecinos y se rehace con una mixtura de sabiduría y credulidad popular. De esta forma, incursiones sexuales irrefrenables, tardes de cine (horror o Tarzán), encuentros en la botillería y fiestas apoteósicas; pero también lo sobrenatural, el trasvase de almas a otros cuerpos, gatos caníbales y zombies, todo pasa a formar parte de un imaginario singular, localizado temporalmente en la década de los sesenta.
Pero el texto va más allá de personajes y situaciones. La verdadera apuesta imaginaria se encumbra sobre el lenguaje y sus rasgos de oralidad, donde los versos de Neruda son desplazados por las creaciones espontáneas de bardos callejeros y por las rimas picarescas de los «curaos». Nota aparte merece la convocatoria musical que hace Urbina para edificar el mundo del texto: cumbias y cantos gregorianos, pasodobles y música popular chilena, Elvis y los Beatles («¡lav, lav mi du!»), el rock del mundial y el twist del esqueleto. Y siempre con la avidez de un «¡uan mor taim!» tras cada hit del momento.
«De todo eso, de la gente y del barrio de entonces, no queda nada», nos dice el Baruni tempranamente en el texto, imprimiendo, entre una risa y otra, un rictus nostálgico por un lugar y una época perdidos para siempre. Hay algo de detención de tiempo y de fin irreversible en este libro: el Baruni está muerto; sus cuadernos se quemaron en el 73. Y es entonces cuando agradecemos como lectores estas memorias contra el olvido, memorias que, por cierto, rebasan con creces las «numerosas calles del barrio Independencia».
Marta
16 marzo, 2015 @ 15:47
Estamos intentando contactar a José Leandro Urbina Soto, si es posible, favor comunicarle. Muchas gracias