Acaba de ser lanzado el libro El arte de pensar sin riesgos (Corregidor, 2021), un conjunto de textos críticos sobre la obra de Clarice Lispector, que pretende mostrarnos otra imagen de la autora, abordando principalmente su trabajo como cronista, pero también recogiendo aproximaciones nuevas, que se acercan a su obra desde nuevos campos, como los estudios urbanos. El libro, editado con mucho esfuerzo y cariño por Claudia Darrigrandi, Macarena Mallea y Mariela Méndez, fue presentado por Ana Lea-Plaza, cuyo texto publicamos hoy. Su presentación fue acompañada de una performance virtual, realizada especialmente para la ocasión, por Magdalena Edwards y Marina Quezada.
¿Dirías tú que el título “El arte de pensar sin riesgos” pertenece a un libro sobre Clarice Lispector? Yo, más bien, habría dicho que Clarice, la autora de obras tan intensas y torrenciales como La pasión según G.H. ejercía un arte de pensar “con riesgos”. Qué raro, pensé, imaginando esta presentación. Debe ser un error, me dije, pero hay tanta gente experta en juego…
Le escribo un correo a Claudia pidiéndole, discretamente, que me cuente un poco la historia de este título, y entonces me responde que era una cita de Clarice, tomada de su crónica “Jugar a pensar”. Les había gustado porque expresaba el complejo trabajo reflexivo e intelectual al que ella se arroja, pero que podía interpretarlo como yo quisiera. Hay un problema de traducción, entonces, pensé. ¡¿Cómo un trabajo intelectual de ese tipo puede ser declarado como un pensar “sin riesgos”?!
En portugués “risco” puede tener dos sentidos: por un lado, el de un peligro probable y, por otro, el sentido de línea, trazado o surco hecho sobre un papel o una superficie en general. Sin leer aún la crónica –ya un poquito obtusa, un poquito llevada de mis ideas– me digo: Clarice hablaba entonces de un pensar “sem riscos”, en el sentido de un pensar sin trazados, ni bocetos, y por tanto libre intuitivo, improvisado. Voy a la crónica y me encuentro con el siguiente fragmento:
“Bueno, pero en lo que se refiere a pensar como diversión, la ausencia de riesgos lo pone al alcance de todos. Algún riesgo hay, es claro. Se juega y se puede salir con el corazón pesado. Pero en general, una vez tomados los cuidados intuitivos, no hay peligro. Como hobby, presenta la ventaja de ser por excelencia transportable. Aunque en el seno del aire, sea aún mejor, según yo”.
Esta era la cita de Clarice. Es decir, ¡no había ni el más mínimo problema de traducción! Efectivamente, Clarice aludía a un pensar “sin riesgos”, un pensar como juego y hobby, luminoso y portátil, anclado a lo pequeño y lo diurno. Este pensar sin riesgos, sin embargo, estaría siempre amenazado y movilizado por el riesgo y la aventura, sería siempre intenso y en relación continua con la zona existencial del vacío y la angustia, por la que Clarice sentía una atracción fatal. En la crónica, “Aprendiendo a vivir”, donde habla de Thoreau –quien defendía, según ella, “la salvación por el riesgo”, Clarice nos dice: “Repito por pura alegría de vivir: la salvación es por el riesgo, sin el cual la vida no vale la pena!”.
Lo que este libro nos muestra, entonces, efectivamente es otra imagen de Clarice. Es un conjunto de textos críticos que abordan sobre todo su trabajo como autora de crónicas, pero también de cuentos infantiles y cartas, escritos en la región segura de lo concreto en la ciudad, la domesticidad y el trabajo, donde Clarice se mueve como una aventurera que enfrenta otro tipo de riesgos, los riesgos de lo real. El mayor de todos ellos fue sin duda el riesgo o el arte –tienen mucho en común– de pensar y escribir dentro de un escenario de posguerra, donde los peligros, sin embargo, no han pasado, sino que están en el día a día de un contexto político autoritario, de un ambiente aún tenso para los judíos y las mujeres que tienen que realizarse dentro de la camisa de fuerza del status quo, la vida doméstica y el maquinismo, que Clarice enfrenta con su máquina de escribir, pero que también combate con el arma libre de su pluma.
Pero además me gustaría hablar aquí de los riesgos de este libro. No de sus peligros sino de sus audacias. El riesgo de leer a Clarice desde su prosaísmo –el cual, repito, es siempre un poquito mentiroso, un poquito calculado–, es decir, desde un lugar diferente al que ha construido la crítica que ha inscrito su obra dentro de la “gran literatura”, con todo el peso que esa inscripción implica. El riesgo también de leer a un clásico desde su viralización en la era digital; de cuestionar trabajos canónicos en torno a Clarice, como el de su biógrafo Benjamin Moser. El riesgo de estudiar sus incursiones en artes que entendió brillantemente, como la pintura y la música, pero en las que no era, claramente, genial. Y, finalmente, de estudiar relatos protagonizados, ya no por Joana, la fascinante adolescente, o la incógnita mujer de La pasión según G.H –novelas que describen en conjunto una enorme Bildungsroman de mujer– sino desde los textos que se vuelcan sobre niños y viejos, como nuevas formas de lo otro…
El libro, es además, bilingüe. Algunos de sus capítulos están en español y otros en portugués. Sin embargo, lo más notable es que este es un libro sobre todo polifónico, un libro coral. Clarice es vista desde Chile, Uruguay, Argentina, Estados Unidos, España… Es un libro que se escucha, que suena, que disiente. Un conjunto crítico ruidoso y armónico, hecho de escrituras que experimentaron intensamente algún aspecto de la obra de Clarice. Entre sus autores, hay algunos hombres con trabajos muy valiosos, pero sobre todo hay mujeres: académicas jóvenes, doctoras, profesoras, escritoras, actrices, traductoras, comunicadoras. Muchas se refieren a Clarice en términos de una voz. La escuchan, le hablan, resguardando sus silencios, y levantan un conjunto de voces que crean un crítico afecto –como el que ella buscaba en su literatura para niños–, casi una amistad, entre Clarice, sus intérpretes y, nosotros, lectores-auditores de este fascinante diálogo.
Para terminar, me gustaría cerrar con una cita del libro Elogio del Riesgo, de Anne Dufourmantelle:
“¿Cómo no interrogarse acerca de lo que adviene de una cultura que ya no puede pensar el riesgo sin convertirlo en un acto heroico, una locura pura, una conducta apartada de la norma? Y si el riesgo trazara un territorio antes siquiera de realizar un acto, si supusiera una cierta forma de estar en el mundo, si construyera una línea de horizonte…Tal vez arriesgar la vida sea, para empezar, no morir. Morir en vida, bajo todas las formas de renuncia, de la depresión blanca, del sacrificio. Arriesgar la vida, en los momentos clave de nuestra existencia, es un acto que nos rebasa a partir de un saber aún desconocido por nosotros, como una profecía íntima; el momento de una conversión”.
El riesgo está hecho de paradojas. Habita en todo y ninguna parte. Expone a la vida, enseñando la muerte; muestra el peligro de vivir sin morir. La obra de Clarice que este libro aborda regula y desplaza el riesgo sin ahogarlo, invitándonos a viajar fascinados y contentos, tiernos, suspicacez, activos, pasivos, asustados y entregados, por el peligroso terreno público y privado de nuestro tiempo, con la sola maleta del pensamiento y la contemplación, “sin cálculos de probabilidades, sondeos, escenarios alrededor de los cracks bursátiles, evaluación psíquica de los individuos, anticipación de catástrofes naturales, células de crisis, cámaras” (Anne Dufourmantelle)…amando lo incierto… y lo cierto.
Gracias a las editoras por esta clave de lectura.