Partitura (Chancacazo, 2015) de Francisco Casas, es una novela que desde su título sugiere un vínculo con la música, que no solo encontramos en su forma, sino también en su contenido. Podemos observar por ejemplo, que su interior se estructura en torno a dos movimientos—simulando la acción del director de orquesta—que se componen de indicaciones musicales como attaca, fermata, rubato, caesura, entre otros; que a la vez, se transforman en indicaciones textuales, de cómo debe ser leído cada capítulo. De manera que ya no solo nos encontramos ante un lector, sino también ante un intérprete de esta partitura que se nos propone. Así, lo que se narra puede leerse al son de la música. Como lo podemos ver en el primer capítulo: attaca, que se caracteriza por ser una dirección al final de un movimiento que muestra que lo siguiente es continuar sin pausa. En este caso, tenemos la representación de una ruina que avanza sin detenerse hacia la decadencia total. O bien, en el capítulo llamado fermata que es una detención que mantiene la música en pausa, y que en el caso de la narración, se representa un punto de reposo que se dedica a contextualizar una historia amorosa. De este modo, se conjuga forma con contenido, agregando también a esto alusiones directas a la música como a un personaje pianista que se dedica a componer, adjetivos referentes a lo musical, la inclusión de la palabra sonido y silencio al narrar, descripciones musicalizadas como la siguiente:
La perforó lentamente bajo la amarillenta bombilla encendida, sin mirarle el rostro, atento a los sonidos sofocados que Cósima emitía y que a ratos le parecían desafinados gorjeos orquestales, una composición coral que provenía evidente de su caja torácica. Los pechos de Cósima semejaban fuelles de órgano hinchándose, subiendo y bajando monocordes; Sebastián montado sobre ella, dirigía la entrada y salida del aire mientras la clavaba (20).
En la cita anterior podemos ver cómo el sexo se encuentra vinculado a la música, cómo el cuerpo es comparado a instrumentos y términos musicales, tales como sonido, desafinaciones, composiciones, órgano, entre otros que son posibles de identificar. Es así como la música ocupa un lugar central en Partitura (2015) de Francisco Casas.
Ahora bien, esta novela no se trata de cualquier partitura, sino que puede ser interpretada como un Réquiem, el Réquiem de un Chile postdictatorial. Sabemos que el texto se sitúa en Chile, pero ¿cómo se nos describe a este Chile? La novela nos describe personajes anoréxicos, cadavéricos, pálidos, endebles, feos, que constituyen un mundo agónico:“—¡Parece que estamos todos cagados!, ¡na’ que hacer!” (54) se nos dice. Son los restos de la muerte, cuerpos compuestos dentro de una partitura que musicaliza lo fúnebre. Los personajes entre sí intentan descifrar sus eufonías, como una búsqueda constante de sentido y armonía, pero chocan constantemente ante el memento mori.
El contenido de esta partitura es totalmente fúnebre. Se trata de una obra decadente, ruinosa, de atmósfera sombría, en la que el tema de la muerte y de lo viejo figuran como lugares comunes. Se trata de los vestigios de la vida, de personajes que rancios y fantasmales se mueven en un Chile degradado. “Es el sentido de todo lo que no está vivo” (133). Es la historia de dos matrimonios decadentes, que se engañan sin que esto tenga algún tipo de impacto. Es el fracaso tematizado en cada uno de los personajes narrados: “—Son como nosotros, derrumbes de vidas cruzadas” (116).
“¿Quién muere en realidad? ¿Cuál es la finalidad de los muertos?” (125). Es una pregunta que se nos plantea en esta novela. Los cuerpos de los personajes como notas de una partitura que no hace más que interpretar a la muerte, pero ¿a la muerte de qué? ¿de un Chile que tras la dictadura no ha podido levantarse? ¿de un país que ha perdido el sentido y no siente más que excitación por las ruinas? Tal y como se representa en la figura del empresario, que constantemente intenta volver al pasado y se excita ante las ruinas y lo lúgubre:
Al derribar uno de los muros del ala de servicio [. . .] descubrió la pequeña habitación donde descansaba el cadáver [. . .] ya sin el característico hedor a descomposición de la carne muerta. El empresario sintió el olor al encierro de los años, a las horas estancadas y podridas, el mismo olor de su niñez que lo perturbaba y excitaba en las bodegas de su casa natal (36)
También tenemos la mención a la taxidermia, a la disección de muertos, al acto de embalsamar. De hecho, los mismos personajes, como Cósima por ejemplo, descueraban a los muertos y con el sebo que sacaban confeccionaban velones, cirios con los que velaban a las momias (88).
Partitura vendría a ser la pieza musical, el Réquiem, que recuerda la muerte simbólica de un Chile que tras la dictadura ha quedado carente de sentido, tal y como se representa en los personajes de Partitura y en el ambiente que se caracteriza por ser tétrico; es como si el Chile actual representado hubiese perdido su aura. En definitiva, se trata de una novela interesante de leer no solo por su estructura, sino por esta óptica fúnebre, por esta muerte que no deja de ser latente tras cuarenta y tres años del golpe de Estado.