Desde hace algún tiempo he tratado de comprender la construcción de las identidades travestis o locas en la literatura latinoamericana, tarea que me ha hecho atender a personajes imborrables de la literatura como la Manuela en El lugar sin límites de José Donoso o La Loca del Frente de Tengo miedo torero de Pedro Lemebel, así como también la transformación de Molina en El beso de la mujer araña o el travestismo por venganza en Los topos de Félix Bruzzone, por nombrar algunos ejemplos que me resultan fundamentales, personajes que cuando se me cruzan entre lecturas me obligan a detenerme a comprender su propuesta ideológica y política, que en literatura siempre está por sobre la identidad sexual, a la inversa de como ocurriría en la vida real. Menciono esta búsqueda personal porque creo haber encontrado en La misma nota, forever, primer libro de Iván Monalisa Ojeda (Sangría Editora, 2014), una pieza fundamental de este mapa que he intentado construir, una propuesta particular sobre la identidad travesti neoyorquina que representa la maduración del cuerpo como un relato.
“La barra está llena de monitores de televisión que muestran películas pornográficas, hombres con hombres que no parecen hombres. Son hombres con silicón, con implantes de agua salina. Hombres que han tomado hormonas. En cambio yo soy una travesti. Algo de origen más antiguo, casi mitológico” (11). Así es como se inicia “La gata siamesa”, el primer cuento del libro y no es exagerado plantear que en La misma nota, forever el origen mitológico del travesti, como todo mito, permite comprender el origen, en este caso de Nueva York, La city, en el lenguaje de los personajes. Estos son los travestis que llegaron hace un par de décadas a la gran manzana, cuando eran menos, cuando los barrios y los circuitos por los que hoy se mueven cómodamente aún no estaban establecidos. Hoy en día, los que se quedaron en Nueva York tienen un lugar en el corazón de Manhattan, lugares donde pueden hacer el dinero para pagarse la vida, espacios ganados que elaboran un mapa de la ciudad. En el cuento antes mencionado, hay un gesto simbólico en el instante en que el personaje enciende la luz, momento en el que puede ver, no solo los detalles del lugar en el que se encuentra, sino que puede ver en el sentido no literal de la expresión y de esa forma puede entender la ciudad.
Hay otros cuentos como “El chico de al lado” y “House of dreams”, donde la construcción de un barrio o de una comunidad en un edificio son la historia contada, quienes lo habitan, las razones por las que viven ahí, por qué no se van. En el primero de estos cuentos también es posible elaborar un mapa del comportamiento de sus habitantes, las rutinas que establecen y los vínculos que los mantienen en los espacios.
El travesti de “La misma nota, forever”, cuento que le da nombre al libro, es el travesti que por alguna razón se ha quedado en la ciudad sin cuestionar la razón, se siente vinculado a un espacio que a veces lo maltrata: “Yo no soy ninguna estúpida. He vivido en Nueva York todos estos años”, dice Silvia. Este personaje cuenta una de las anécdotas más vergonzosas de este libro y es que Nueva York también parece ser eso, el lugar de lo no deseado, del error y del peligro.
Una ciudad no es únicamente un espacio planificado, es también lo que sus habitantes hacen de ella. Por eso este es un libro importante, porque en sus graciosas anécdotas con las que en algunos casos literalmente me reí a carcajadas, se construye una identidad y un espacio. Las travestis latinas que salen a marchar con sus banderas, las que se cuidan entre ellas, se recuerdan las unas a las otras que no están ahí para enamorarse. Lo que hay en su presencia es un origen más profundo, casi mitológico.
La misma nota, forever
Iván Monalisa Ojeda
Santiago: Sangría Editora, 2014