A comienzos del 2012, Andrea Jeftanovic y Beatriz García Huidobro nos invitaron a mí y a otros cuatro críticos y académicos a formar parte del comité editorial del libro .CL (Ediciones Alberto Hurtado, 2012). El trabajo de reunir y sugerir algunas ideas desde el punto de vista editorial, no solo para mí, creo, sino para todo el grupo, conformado por Eugenia Brito, Fernando Pérez, Ignacio Álvarez y Javier Edwards, generó una serie de preguntas que procuré formular en mi intervención en el libro, que titulé “¿Con qué limita .cl?”, porque me parecía que había muchas posibles respuestas, que ensayé también en forma de preguntas. Me pareció, pensando en este libro, que la mejor parte del ejercicio crítico es cuando vacilas, cuando te preguntas cosas y esa vacilación constituye en sí misma una imagen de las fronteras del pensamiento. Es cuando te encuentras un umbral, cuando estás por traspasarlo porque la formulación misma de tus dudas te acerca a otro territorio, como si estuvieras llegando, pero sin llegar del todo. Así, pregunté muchas cosas, partiendo por ese concepto de frontera, que en otros momentos he visto definido o formulado como zanja, grieta, espacio en blanco, confín, campo minado… Las imágenes son tantas y tan variadas –se puede constatar en la interpretación que los distintos autores hicieron de la convocatoria- que me pareció legítimo preguntarse cosas al punto de llenar tres páginas con mis interrogaciones al/en el libro, interrogaciones que apuntaban a esclarecer el lugar de la frontera en los textos seleccionados.
Nos pedían, al momento de escribir los cinco recorridos críticos que acompañan a los textos de creación, que mapeáramos un territorio literario, señalando los hitos o lugares obligados de paso para nosotros, nuestras preferencias en un viaje deliberadamente largo, pues la idea que las editoras siempre defendieron fue la de la inclusividad: que autores muy diversos, de distintas edades y lugares del país, también afincados en el extranjero, expusieran sus obras en lo que ellas pensaron como una suerte de curatoría literaria. Y así fue que se reunieron contendores y consagrados. Pop y canon. Destaco esto porque desde el comienzo se buscó traspasar una frontera, esa que cerca la república de Santiago, una geografía centralizadora, con ciertas constelaciones literarias que, en vez de expandirse, se repliegan, centrípetas, generando exclusiones y las formas más miserables de frontera, el campo minado que muchas veces nos echan en cara a los académicos, el límite que atrapa entre pocas paredes y con aparente altura o jerarquía un tipo de conocimiento, una forma de hacer las cosas.
Hay, pues, un deseo de inclusividad que anima el proyecto, la mirada hacia la provincia, el deseo de que se hicieran presentes con su escritura las visiones de los confines de este confín que en sí mismo es, en nuestro imaginario, el país chileno. Había que integrar estilos, producciones con referentes muy diversos. Cruzar fronteras. Esto se puede ver en el libro, en que, como ya decía, no encontramos solo cuentos, sino también “textos de frontera”, como el de Elicura Chihuailaf, autor que debía estar, con un texto como el suyo, en el momento que sufrimos como país, enfrentados a fronteras internas y conflictos que negamos o deseamos invisibilizar. A su lado aparecen otros nombres, otras escrituras, que transitan entre la crónica periodística, la experimentación discursiva o bien, impecables, breves ejercicios reflexivos. Hay también textos en que se adivina el capítulo de una nueva, inminente novela, o las huellas de una entrevista. Todo eso se encuentra en este mapeo, que por lo que les he contado, fue un trabajo delicado, difícil, y que seguramente parecerá limitado, porque no pudieron o no quisieron estar todos los que podrían haber estado.
Por otra parte, hay una pregunta que no se me ocurrió cuando hice mi recorrido por el libro, donde planteo, quizás, preguntas más puntuales referentes a los hilos de sentido, sobre todo temáticos, que se hallan en los textos, como el conflicto de las filiaciones, las fronteras de la ancianidad y la infancia, las que aparecen prácticamente como símbolos políticos o sociales. Se trata de una interrogante que fue planteada durante una mesa redonda realizada en la FILSA, en la que participó Elsa Drucaroff, autora del importante libro Prisioneros en la torre, sobre la literatura reciente en Argentina: ¿por qué leer a los contemporáneos? En el caso de .CL esa contemporaneidad viene dada incluso por el carácter inédito de los textos que los autores cedieron con gran generosidad al proyecto. Pero ¿para qué, por qué? ¿Para qué más muestras, más antologías? Otros dieron sus respuestas aquel día. Yo, que trabajo principalmente con narrativas de la primera mitad del siglo XX, o sea, con textos de Pedro Prado, José Santos González Vera, Manuel Rojas, Marta Brunet, Oscar Castro, pienso que cuando leo a mis contemporáneos puedo hacer realmente historia. Observo las ruinas de la modernización en los confines del campo amenazado que narra Simón Soto, o las esquirlas de esa gran fuerza que fue el anarquismo estudiantil y obrero chileno en el relato de López Aliaga, cuando su personaje, Toño Román, dispara una piedra a un helicóptero. Oigo también el eco de las utopías que resuenan en las historias de familias destrozadas. Y descubro también, en el cuchillo de una vecina de población (con esto me refiero al texto de Fátima Sime) la piedra callada de la abuela campesina de Marta Brunet. Leer la literatura de mis contemporáneos me permite leer una historia de Chile que no está en los almanaques, me permite intuir fracasos y victorias, me descubre la violencia, esa energía que serpentea por distintas escenas, fundacionales y públicas, también anecdóticas y muy íntimas, de esto que hemos llamado .CL, del país al dominio, de lo geográfico a lo virtual que no busca engañarnos en este caso, porque de lo virtual volvemos a la realidad cruda, fronteriza, de una sociedad que no logra rearmarse como comunidad política. Los textos que integran esta muestra nos ofrecen algunas piezas, que nos obligan a pensar en ese puzzle.
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Este texto fue leído en el lanzamiento de la antología .CL. Textos de frontera en la Feria Internacional del Libro de Santiago, Chile, el 10 de noviembre del 2012.