¿Qué sucede cuando uno se enfrenta a un poemario? Hago esta pregunta necesaria porque enfrentarse al poema parece infundir algo de miedo en nosotros. Personalmente la poesía siempre me ha parecido una travesía del todo vertiginosa donde el lector debe arriesgarse mucho y en la que nunca se sale ileso o ilesa. Esa idea me recuerda especialmente las palabras del filósofo alemán Hans-Georg Gadamer: “La obra de arte que dice algo nos confronta con nosotros mismos. Eso quiere decir que declara algo que, tal y como es dicho ahí, es como un descubrimiento; es decir, un descubrir algo que estaba encubierto. En esto estriba ese sentirse alcanzado. ‘Tan verdadero, tan siendo’, no es nada que se conozca de ordinario. Todo lo conocido queda sobrepasado. Comprender lo que una obra de arte le dice a uno es entonces, ciertamente, un encuentro consigo mismo”[1]. En otras palabras, enfrentarse a la posibilidad del poema es aventurarse a encontrar dentro de uno la alternativa de lo no conocido, algo así como un mar nuevo donde estrenar el coraje. Quizás la estrategia vital del enfrentamiento con un yo por descubrir.
Hablo de viajes y mar porque Piedras a la oscuridad [2] –que es lo que nos convoca- es de puño y letra de Sergio Pizarro Roberts (Santiago, 1964- ) poeta que ha estudiado y trabajado muy cerca del mar (estudió en Valparaíso y reside actualmente en Viña del Mar). Como primera cosa se descubre un libro tremendo, un libro terrible. Tremendo, porque pasadas las 41 páginas de su extensión estas nos siguen acompañando por los días siguientes a su lectura y terrible porque el libro se refiere a lo que nadie quiere: quedarse solo un momento arrojando piedras a la oscuridad. Leer los poemas de Sergio Pizarro Roberts es entender las posibilidades que tenemos de sobrevivir. Su lectura me hace pensar mucho en Santiago o quizás en la idea de una ciudad (es posible que me acose esta imagen por que las composiciones están trazadas de manera tal que conciernan plenamente a las cuestiones que acosan al hombre citadino: como la ilusión de la compañía y el hostigamiento de la prontitud como un fantasma desmesurado sobre todas las actividades realizadas). En los versos que abren el libro se nos advierte el vértigo: “[…] ofrézcanme un cuchillo para que se corte el cordel de mi nombre / quiero ser el torrero que abandona la torre”(11). Salir corriendo siempre es una opción, pero no en el poema. Prueba contundente de esto es que el autor continúa escribiendo. Finalmente, nadie le ofreció un cordel para que cortara su nombre y es un hecho que nunca abandonó la torre. A este, le siguen muchos otros escritos que hacen de Piedras a la oscuridad un libro diverso, de múltiples estilos y con una noción de belleza muy delicada. “La escritura en el suelo”, poema que es la historia de dos niñas en una playa, en la que una le escribe algo a otra para contemplar finalmente como una ola se lleva la grafía, es por decir lo menos, el recordatorio de que a pesar de lo volátil de todo cada parte sigue valiendo la pena: es necesario sobrevivir.
Quiero mencionar también el poema “El libro de la posmodernidad” como el retrato descarnado de una clasificación bastante cuestionada y que el poeta compara con una fiesta de amigos donde nadie entiende nada. Entonces, todas las piezas del poemario proponen un viaje eminentemente dispar, lo que constituye una virtud. No hablo de una arquitectura de poemas “mejores” y otros “peores”, sino que pienso que los asuntos que rozan los versos en cuestión, abordan asignaturas diferentes. Todas reunidas en pos de la temática general: el viaje. Quizás también la de una especie de “manual de la sobrevivencia” dadas las incontables ocasiones en que nos rescata con su propuesta de un gesto sutil, es decir: atrapar momentos cotidianos y, con bastante delicadeza, mostrarnos cuánto los hemos olvidado. En pocas palabras, la función principal de la poesía. Es por esta última concepción de la sobrevivencia que pensaba bastante en la idea de la ciudad (sobre todo en esa ciudad que aplasta lo común, lo habitual, haciéndolo desaparecer y produciendo entre nosotros y los momentos corrientes una distancia tenebrosa que se inmiscuye en lo que significa sentir de manera saludable ), estos gestos poéticos incluidos en Piedras a la oscuridad llenos de la mejor tradición poética pero también muy frescos y actuales y por qué no decirlo, con un sentido del humor bastante especial, también nos enseñan lo que no habíamos visto: la alternativa de asir el poema en la oscuridad, de enfrentarnos a lo que no teníamos previsto y de darnos cuenta por fin el valor de la incertidumbre a la sombra del eco de estas palabras: “amaneces en su cama / que es también la última de su infancia” (16), “[…] las cortinas que permiten ver a trasluz / seducen las formas de lo que está prohibido[…]”(17), “me dicen que cuente una historia / […] me sugieren descubrir el oscuro paisaje de los ciegos”(22), “La última palabra no será angustia entre nosotros”(23) “estás incluso donde no estás y eso es morir”(32).
En definitiva, esta es una obra que se agradece. Se agradece por su enorme sentido de la realidad, por entender lo que está pasando con el ser humano hoy y ponerlo por escrito. Porque en ese gesto está la nobleza de publicar un poemario como este, de entender lo propio como algo que también puede ser colectivo, en este caso, esa sensación enfermiza que tiene Occidente por las certidumbres y por el constante olvido de los momentos. Teniendo en cuenta esas dos cosas este libro es un logro de Sergio Pizarro Roberts pero que no se queda sólo en la novedad. Diría que es más una estadía en un lugar cómodo e incómodo al mismo tiempo. Un lugar que puede sacar desde dentro del lector su lado más cobarde o el más valiente. Sin duda estamos frente a un gran libro y como dije antes se agradece la osadía.
[1] Hans-Georg Gadamer, Estética y hermenéutica, Madrid, Editorial TECNOS/Alianza, 2011, p. 60.
[2] Sergio Pizarro Roberts, Piedras a la oscuridad, Valparaíso, Ediciones Altazor, 2016
Claudio Vila Ceppi
3 septiembre, 2016 @ 14:02
Excelente percepción del fondo o contenido del mensaje poético de Sergio Pizarro.
Un cómo vivir muriendo sin morir: es decir ¿subsistiendo?.