Hoy rescatamos la reseña de Jorge Polanco sobre la exposición «Escuela de instrucción didáctica: aula segura», de Antonio Guzmán, que se realizó este año. El texto y las exposición se unen al pensamiento crítico que se viene desarrollando en torno a la educación en los últimos años, revisando sus resabios dictatoriales, cuestionando sus fundamentos políticos e interrogando el papel del arte.
Escuela de Instrucción didáctica: aula segura continúa la investigación de Escuelista, título de la exposición anterior, que reunía la poética de Antonio Guzmán. La función irónica de las pinturas, la disposición de los peculiares juguetes en el espacio, la performance del artista y el burro paseando por las calles de Quilpué, deteniéndose en los nombres de ciudades europeas inscritas en un territorio completamente distinto y escribiendo en el suelo los nombres de artistas vinculados a dicho continente, ofrecen un fino delirio paródico sobre la relación entre arte y educación. A esto se suma que Guzmán, vestido con capa de profesor, tintinea una campanita como si fuera un extraño vendedor ambulante. El uso del burro y la ironía reveladora remonta a Goya. En nuestro contexto, la extravagancia de los elementos hace pensar en el humor de El quebrantahuesos, los poemas de Rodrigo Lira y el surrealismo popular de la Aparición de la virgen de Enrique Lihn. ¿Dónde se ubica el lugar del arte en Chile? Las calles de Quilpué podrían repetirse en otras ciudades o pueblos de Latinoamérica; el escenario principal del arte no es el museo, los aviones sobrevolando Santiago o las galerías y estudios en Nueva York, sino las escuelas.
La obra de Antonio Guzmán incomoda. En la defensoría pública ubicada en la plaza de la intendencia de Valparaíso, el artista montó el año 2013: Cómo enseñar (arte) a un conejo de peluche; una exposición de burros vestidos de profesores como si estuvieran en una pequeña sala de clase. La violencia de los burros sometiendo peluches parecía una escena extraída de una película de Álex de la Iglesia. Como sabemos desde Freud, el humor es una forma de corroer la autoridad. Pero la peculiar charada de Guzmán no es precisamente un chiste. En un texto sobre Mickey Mouse, Benjamin afirma que el “humor pone a prueba la política”. Es sabido que los dibujos animados o caricaturas pueden generar una reflexión insurrecta, pero la manera usual es que representen a sujetos reconocibles y resuman la estupidez de los poderosos. Las caricaturas —observaba Calasso sobre Daumier, con su agudeza habitual— poseen sobreabundancia de significado. Sin embargo, las pinturas, juguetes y performance de Guzmán no transitan este derrotero. Evaden el trazo del carácter, la leyenda y la enseñanza.
La escuela de instrucción didáctica guzmaniana evoca también una huella de la infancia. Para quienes vivieron la niñez en dictadura, los colegios conformaban síntomas de domesticación, castigo y violencia. Baste recordar los “niños carabineros” de las escuelas públicas que colaboraban como espías de sus compañeros. La escuela era concebida como sometimiento a los símbolos patrios, en lugar de crear una apertura emancipatoria, como fue pensada por los liberales ilustrados que defendían el estado docente. Ya la noción de “escuela”, a diferencia de “colegio”, alberga desde la dictadura una mácula de clase. Aunque parezca obvio, la paradoja es que Guzmán también es un reconocido profesor de arte. Digo “obvio”, porque un profesor y artista debiera en algún momento detener su quehacer y sopesar el trabajo creativo en las aulas.
Esta exposición de Guzmán contiene varios sentidos. Como mencionamos, el peculiar humor de su trabajo es al mismo tiempo grotesco y corrosivo. ¿De qué? Del estatuto del arte y del artista; primero en cuanto a su función: en Guzmán no ingresa la discusión sobre la crisis de la representación como sucedía en dictadura, sino que pone el acento en el lugar donde se ejerce primariamente el arte. Tanto en el empleo de las letras, los animales como ilustraciones pedagógicas y las figuras lingüísticas (paráfrasis o suturar, por ejemplo), despiertan una sensación de extrañeza. La ironía de Guzmán no es conclusiva; no se resuelve en un lema o una propuesta moral. Su burla pareciera enfocarse en las formas de transmisión del conocimiento. Como los profesores sabemos, en la actualidad la didáctica apela a la lógica de las competencias y a la profesionalización mercantil de la experiencia educacional. O, mejor dicho, al vacío de la experiencia. No solo los estudiantes son tratados como burros, sino también los profesores. En vez de plantear preguntas, el actual régimen empresarial de la educación busca respuestas inmediatas. Es decir, la ganancia y la eficiencia. En este sentido, lo sugerente de Guzmán en el paseo con un burro por las calles de Quilpué es que elude una interpretación fácil; expone el escenario de la profesión del arte, ridiculizando las jerarquías y disciplinas del saber. En la violencia reprimida de nuestro país son importantes los detalles del lenguaje y las respuestas del humor reflexivo (no todo tipo de humor). Los útiles y el mobiliario escolar parecieran interrogarnos acerca de la función social del arte en Latinoamérica, poniendo en duda el sectarismo artístico de la galería segura por medio de la carcajada que eclipsa el sentido.