Con el fin de seguir celebrando el libro, hemos convidado a algunas personas a comentar su última gran experiencia de lectura. Hoy, Catalina Romero, licenciada en letras, bibliotecaria de la Universidad de Chile y estudiosa del tarot, escribe sobre Giordano Bruno y la tradición hermética, de Frances Yates. “Para Frances Yates (…) no puede ser que ´lo íntimo´ derive simplemente de enlaces neuronales: ¿acaso entonces hay una mente anterior a nuestro complejo sistema cerebral? Descartes y su séquito se retiran con los ojos en blanco. Según ellos, no tiene lógica investigar más allá de lo material pues se cruzaría hacia un plano de creencias no demostrables. El estudio de nuestra autora traspasa ese límite y busca reconstruir de forma sistemática los vínculos invisibles que hay entre los cuerpos”.
Un fantasma me ronda. Se llama Frances Amelia Yates, nació en Inglaterra, fue profesora del Instituto Warburg perteneciente a la Universidad de Londres y escritora especialista en aspectos esotéricos del Renacimiento; murió en 1981. Desde que leí su libro Giordano Bruno y la tradición hermética se me aparece todo el tiempo: trato de entender sus motivaciones, vuelvo a reflexionar cierto párrafo, e imagino lo difícil que debe haber sido escribir sobre el ocultismo dentro de un ambiente académico que avalaba (y avala) una concepción cartesiana del conocimiento.
Su referente fue Aby Warburg, historiador alemán que quedó rápidamente bajo la sombra, no solo del Instituto que lleva su apellido (y donde Frances trabajó), sino de sus propios seguidores (como Gombrich, contemporáneo a nuestra autora), quienes optaron por una demarcación tajante entre ciencia y metafísica, aislando el pensamiento mágico que impulsaba Warburg.
¿En qué lugar entre sus coetáneos habrá quedado entonces Frances?
Sus investigaciones tuvieron eco tardío en Europa, tal vez por la posición extremadamente discreta y algo marginal que ella ocupaba en el campo. Su preferencia por realizar preguntas en vez de criticar directamente la metodología oficial del conocimiento, sumada a la humildad de aclaraciones como que tal o cual enunciado deriva de una opinión personal, y a los recordatorios recurrentes sobre el objetivo final de Giordano Bruno y la tradición hermética, muestran que Frances Yates fue consciente de que sus estudios traspasaban el límite de lo aceptable y debía ser cuidadosa, por lo menos en la forma.
Porque en cuanto a su postura crítica la autora es muy clara: Descartes, con su pretensión de crear un método objetivo y despersonalizado para conocer la naturaleza, donde la matemática es el único instrumento válido, fue el responsable de “la transformación sufrida por el hombre cuando su mente dejó de estar estrechamente integrada con la vida divina del universo” (p. 515). ¿Pero qué hiciste con la imaginación, los sueños, las emociones de cada ser humano?, pregunta la autora tácitamente a este filósofo. Todo surge del cerebro, le responde el ejército cartesiano (compuesto por científicos, humanistas y religiosos) que defiende a su maestro y da por zanjada de esta forma cualquier discusión al respecto.
Para Frances Yates esta respuesta es demasiado tosca. No puede ser que “lo íntimo” derive simplemente de enlaces neuronales: ¿acaso entonces hay una mente anterior a nuestro complejo sistema cerebral? Descartes y su séquito se retiran con los ojos en blanco. Según ellos, no tiene lógica investigar más allá de lo material pues se cruzaría hacia un plano de creencias no demostrables.
El estudio de nuestra autora traspasa ese límite y busca reconstruir de forma sistemática los vínculos invisibles que hay entre los cuerpos. Como complemento al pensamiento cartesiano (que evidentemente le queda corto), propone integrar el estudio de la tradición hermética mágica que renacentistas como Giordano Bruno defendieron, al extremo de ser quemados en la plaza de Roma por no renegar de sus ideas. El corazón de esta tradición son los textos atribuidos a Hermes Trimegisto (dios egipcio que nace del sincretismo entre Thoth, escriba de los dioses prehelénicos, y el Hermes griego, mensajero de Zeus) donde se plantea que “Dios no tiene ningún nombre o tal vez tiene todos los nombres, ya que es Uno y Todo a un mismo tiempo y, por consiguiente, es necesario designar todas las cosas con su nombre o bien atribuirle el nombre de todas las cosas ” (p.151).
Según esta tradición, no existirían fronteras para el conocimiento humano, pues todo ser tiene facultades divinas y, a la vez, lo divino es creación. El universo como un todo vive, respira y piensa de la misma forma que cada una de sus partes, por más pequeña e insignificante que nos parezcan. Cielo y tierra son uno, al igual que mente y cuerpo, animal y vegetal, células muertas y vivas, de ahí que la alquimia sea la ciencia mágica por excelencia, pues mediante sus mezclas y transmutaciones explicita esta relación íntima que vincula tiempos y espacios.
¡Qué pensamiento más amoroso! Tal vez debido a esto mismo he llegado a sentir tan cerca a esta autora. De hecho ya le tengo cariño y, como lo haría con cualquier amiga, termino estas líneas denostando a sus posibles censores con la misma palabra que ella puso en boca de Giordano Bruno:
“¿Y cómo habría actuado Bruno frente a las Questiones in Genesim de Mersene y al ataque que en ella se hacía contra un núcleo mágico del platonismo ficiniano, sostén y vida de las concepciones brunianas? ¿Cuál habría sido su reacción frente a las condenas emitidas contra el alma del mundo y el animismo universal de la naturaleza dotada de vida y a la deliberada corrosión de la postura del mago renacentista de la que Bruno era un genuino representante? Con toda seguridad se habría lanzado al ataque, presa de la ira y gritando aún con mayor fuerza “¡pedante! ¡pedante!” (p. 503)
Bibliografía
Giordano Bruno y la tradición hermética. Frances A. Yates. Barcelona: Ariel, 1983.