1.
Pía me pidió que la acompañara hoy día y que dijera algunas palabras sobre este, su último trabajo. Puesto que la admiro, no pude decirle que no. Pero soy franca si les digo que al leer el libro, ver el libro y ver y escuchar el video que lo acompaña, casi me dieron ganas de no decir nada, o decir muy poco, quizá, sólo invitarlos a ver, leer y oír este trabajo que aparece como un arrebato para los sentidos, tan a menudo adormecidos por hábitos perceptivos que nos compelen a aislarnos del ruido cuando leemos, por ejemplo, o a escuchar, ver y leer al mismo tiempo, pero en una suerte de atmósfera urbana o digital que todo lo homogeniza, que nos mantiene siempre semiatentos, semidespiertos, semidormidos. Hablamos más a menudo de libros que se leen a solas y en silencio que de experiencias tan cotidianas como estar en el metro o frente a una pantalla leyendo textos, viendo imágenes y escuchando música a la vez. Entre una y otra experiencia, este trabajo de Pía Sommer opera como esos vasos comunicantes de los que hablaron los surrealistas, donde un registro nos conduce inmediatamente a otro y otro y donde resulta, sobre todo, imposible separar el continente del contenido, es decir, la forma, el soporte que se emplea de los significados que esos soportes movilizan.
2.
Uno toma el libro, la plaquette (que puede leerse aquí en versión digital). Lo mira, lo abre, ve un frottage, el registro de un suelo, de una escritura en el suelo, más bien. Distinguimos la palabra: potable. Al voltear la página, hay un epígrafe que dice: “Una tarde, cogí mi paracaídas y dije: / “Entre una estrella y dos golondrinas”. He aquí la / muerte que se acerca como la tierra al globo que / cae”. Vicente Huidobro. Al voltear nuevamente la página, un poema arranca así: “Una línea por sobre los puntos / unas hojas alargadas bajo los puntos / Una rama sobre dos hojas sobre la tierra en la tierra”. Al terminar el libro, las letras a, r, b, o y l trazan dispuestas una junto a la otra, repetidas la a y la l, la silueta de un árbol invertido: la copa hacia abajo, las raíces hacia arriba. Pensé: esa mirada que se dirige de la tierra al cielo y del cielo a la tierra es la mirada de una isla, digo, de aquel que solo, parado en medio de una isla no tiene hacia dónde mirar sino hacia arriba o hacia abajo. O hacia el horizonte. Pero el horizonte en este libro no dice nada de nada, es solo el lugar donde se multiplican las preguntas una tras otra, dice un poema, como si esas preguntas fueran disparos ciegos saliendo de una trinchera. Leo unos versos hacia el final: “Filma la borrachera y mi viudez mi isla / de lo que me apasiona y tamborea en este cuerpo / suena como trinchera y no traje la metralleta”. Y separada del texto, cayéndose como un globo, la pregunta: “Qué tienen las islas que me han golpeado de perfil”.
3.
“El mundo está lleno de islas”, dijo Robinson Crusoe. Quizá tanto como lo está de nubes el cielo. Como las nubes, también las islas han sido depósito de nuestras fantasías, ya no en el cielo, sino en la tierra. Islas utópicas, islas exóticas, paradisíacas, salvajes, inexploradas. Islas posibles e imposibles. Comunicadas e incomunicadas. Origen del que acaso sea uno de los adjetivos más frecuentes del glosario existencialista, a saber, aislado, aislada, casi la condición de algo así como el “individuo moderno” en el mundo.
Pero estas islas de Pía no son precisamente existencialistas. Acá “El lugar de uno / soplado por el ventilador de esta casa / es el mundo entero partido / por paralelos y meridianos”. Es una isla móvil, la de Pía, una isla que puede estar en cualquier parte porque es acaso una isla interior. Una isla que es un rostro de perfil que mira al cielo, el mismo cielo que es igual en todas partes, como quien mira la muerte “que se acerca a la tierra como el globo que cae”, según dice el epígrafe del libro. Pero una isla o un rostro que tanto como mira al cielo se esconde de la mirada del resto, oculta algo que reserva sólo para sí, para cuidarlo, para quererlo y protegerlo de la corrosión del mundo. “Nadie vendrá a lo sagrado” dice el poema que citaba recién. Poema que me recordó otros versos del primer canto de Altazor, donde el hablante le pregunta a Robinson por qué ha vuelto de su isla…
De la isla de tus obras y tus sueños privados –dice-
La isla de ti mismo rica de tus actos
Sin leyes ni abdicación ni compromisos
Sin control de ojo intruso
Ni mano extraña que rompa los encantos
¿Robinson, cómo es posible que volvieras de tu isla?
Pienso que las islas de las que habla Pía tienen algo que ver con eso.
4.
Frecuentemente isla. La frecuencia es una magnitud que mide el número de repeticiones por unidad de tiempo de cualquier fenómeno o suceso periódico, como pueden ser las revoluciones por minuto -incluida la metáfora política-, los latidos por minuto, para hablar del corazón, y los pulsos por minuto, que miden el tempo musical. Tres clases de fenómenos periódicos o repetitivos en los que parece jugarse, en efecto, la intensidad de este proyecto, Frecuentemente isla. Y es que aquí la palabra para ajustarse al abismo, como decía Lihn, se ajusta al sonido. Como si fueran cosas, objetos plásticos, maleables, Pía las fuerza unas con otras para ir componiendo un objeto sonoro que hace de rimas, aliteraciones, cacofonías y repeticiones -sin contar que hay poemas-partituras- el sustento de una voz que se lanza cuesta abajo como sobre las ruedas de una bicicleta que abandona recién sus ruedecitas para equilibrarse en la vida, convertida ésta “en un profundo estado de deseo”, dice el poema “El propio equilibro”: “como no habiendo menor duda de que hubo un desate cíclico”. Se me ocurre que esa bicicleta que allí corre a la velocidad de los años y los latidos del corazón marca el ritmo del conjunto. Una bicicleta a la que, según dice el poema, se le tranca la cadena, se le cortan los frenos, le queda alto el manubrio, se le baja el asiento y se le pinchan las ruedas. Como si Pía supiera que ya el ritmo sostenido, parejo, de la vida, la rima entre comienzo y fin de la que hablaba Hölderlin, se perdió. Porque también sobre eso habla este libro: “Entre la dureza y la blandura vivas / Ante lo innombrable y lo inasible / La mofa de Sísifo es mi médula y hueso sin descanso” dicen unos versos.
En el video que lo acompaña, las frecuencias de unas voces que se superponen declamando, dibujan líneas de colores que describen un movimiento cardíaco tan continuo como esa mofa, tan inestable como el trayecto de esa bicicleta pero tan intenso, a la vez, como el deseo que la empuja.
[frecuentemente isla] pía sommer from pia on Vimeo.
5.
Tal vez ese deseo se presente, ante todo, como un deseo de decir. Cómo decir y dónde decir son preguntas que insisten a lo largo de este trabajo pero también en la obra anterior de Pía. En La estatura de la estatua degollada, uno de los poemas de este conjunto, Pía escribe:
Dónde decir y cómo decir
Disfrazar la flaqueza
Y las locuciones
Moldear las frases apretándoles la blusa
Ventilando las hogueras
Y más adelante repite:
Dónde decir
Este frío de la carne en huelga
Que no cesa de operar las condiciones de uso
Los argumentos de los simuladores en la batalla
De una generación amarillenta que patalea
Recuerdo dos obras anteriores de Pía donde esta pregunta vuelve a formularse con la misma insistencia: un conjunto de fotografías y un video del año 2011 en el que Pía registra un trabajo que hizo con estencil, imprimiendo en diversos puntos de Santiago la pregunta “Dónde decir”; otro video, grabado un año antes, donde Pía registra una acción realizada en una playa del sur de Chile, en la que escribe arrastrando los pies sobre la arena la pregunta “Cómo decir”. Ambos trabajos forman parte de un proyecto que se titula, justamente, “Dónde decir, cómo decir”, inspirado en el último poema que escribió Samuel Beckett, poco ante de morir: “una locura para / para /? cómo decirlo / ?locura de esto / ?todo esto / ?una locura de todo esto / ?dado /? una locura dado todo esto / viendo / ?una locura viendo todo esto / ?esto / ?cómo decirlo / ?esto esto / esto esto”, etc.
No sería descabellado, creo, pensar esta Plaquette, junto con el video que la acompaña, como una nueva etapa en el desarrollo de ese proyecto que no se acaba. Esas preguntas se plasman, esta vez, no sólo en la multiplicación de soportes –lectura, audio y video, video que a su vez cita otra obra audiovisual de Beckett, Not I, esa boca que habla sola sobre un fondo negro-, sino que también se plasman esas preguntas –dónde decir, cómo decir- en un leve desenfoque producido por palabras que parecen querer decir otra cosa que la que dicen, que parecen enfrentadas todo el tiempo a la imposibilidad de decir, como si hubiera un desajuste entre el significado y el significante, un desajuste a partir del cual la forma, el significante, da siempre un paso más adelante.
6.
Y así, sin saber qué decir ni querer decir demasiado sobre esta obra, terminé tal vez diciendo algo. Cuando Pía presentó el video de “Cómo decir” acá en Valparaíso, en la galería Puntángeles, que si mal no recuerdo llenó con sacos y sacos de arena, recuerdo que le llevé una foto que encontré en un diario en la que aparecía Samuel Beckett caminando en shorts por la playa. Esta vez me hubiera gustado traerte una foto de Huidobro con un puñado de globos en la mano, o algo así, pero no la encontré. No quiero decir que estas palabras vayan en reemplazo de esa foto que no encontré. Tanto como esa foto son, con seguridad, insuficientes para dar cuenta de la belleza y coherencia de este trabajo.
Este texto fue leído en la presentación de Frecuentemente isla, último trabajo poético y audiovisual de Pía Sommer, realizado en Casa E, Valparaíso, el 17 de Julio de 2015.