Marcela Labraña, ensayista y académica de la PUC, comparte hoy con nosotros la presentación que hizo del último libro de Macarena García Moggia, La transparencia de las ventanas (Universidad de Valparaíso, 2022): “La ventana, sostiene Macarena, ‘es ella misma una metáfora de la mirada’; ‘un motivo artístico y literario, pero sobre todo, […] una experiencia’, una ‘experiencia de la imagen’. Tomando esta idea como divisa, los ensayos de este libro nos permiten asomar la mirada por las ventanas, sus marcos, anexos y/o atributos, presentes en las obras de artistas como Manet, Baudelaire, Cézanne, Duchamp, Benjamin, Nemesio Antúnez o Eduardo Vilches. ‘Meras excusas’, confidencia, ‘para contar algunas historias, acordarme en el marco siempre transitorio de un efecto de comprensión y volcar sobre la página esos murmullos que se oyen, confusos en la lejanía’”.
Macarena García Moggia, la autora de esta serie de ensayos que interrogan las ventanas, plantea en el prefacio de La transparencia de las ventanas que levantar “la cabeza y dejarse atrapar por la ventana es parecido a dejarse atrapar por un cuadro, una fotografía, un poema”. Creo que el gesto de levantar la cabeza para elevar o a veces bajar la mirada implica generar un suspenso, una pausa que detiene lo que la autora, llama “el curso habitual de la mirada o las ideas” (14). Hay veces, por fortuna, que el apremio de los días no resulta tan inclemente y uno logra prolongar la pausa, recorrer a buen paso el desvío, dejarse atrapar por un cuadro, una fotografía o un poema. Luego vendrá el enfoque, la selección u obsesión por un detalle ingobernable: un par de versos, una palabra o un gesto disonante, el pliegue especialmente volátil de una túnica o la veladura casi imperceptible de un color subterráneo en el territorio intachable de una pintura de Rothko.
La ventana, sostiene Macarena, “es ella misma una metáfora de la mirada”; “un motivo artístico y literario, pero sobre todo, […] una experiencia”, una “experiencia de la imagen” (14). Tomando esta idea como divisa, los ensayos de este libro nos permiten asomar la mirada por las ventanas, sus marcos, anexos y/o atributos, presentes en las obras de artistas como Manet, Baudelaire, Cézanne, Duchamp, Benjamin, Nemesio Antúnez o Eduardo Vilches. “Meras excusas”, confidencia, “para contar algunas historias, acordarme en el marco siempre transitorio de un efecto de comprensión y volcar sobre la página esos murmullos que se oyen, confusos en la lejanía” (14).
Hay dos ensayos, dos ventanas de este espacio-libro, que leí o abrí y que no he logrado, no he querido, más bien, cerrar del todo. Los títulos que enmarcan estos textos son: “La luz y el abanico” y “Un oficio en gris”. Estas ventanas que albergan ensayos se ubican de manera contigua dentro del libro, en su interior. Las veo, entonces, como ventanas que dan a una galería o a un patio interior; las imagino, incluso como ventanas enfrentadas, condenadas dulcemente a mirarse entre sí. El primero de estos ensayos está dedicado a un óleo sobre tela de Berthe Morisot titulado La hermana de la artista en su ventana. Antes de alzar la mirada y abrir la ventana, el ensayo acude a Virginia Woolf y a las habitaciones “a veces privada[s], a veces no” en las que “dispuso a mujeres solitarias afanándose en la labor de la interrupción. De la contemplación” (53). En Un cuarto propio, de hecho, nos alienta a “imaginar un cuarto, como los hay miles, con una ventana que mira a otras ventanas, por encima de los sombreros de la gente, los camiones y los automóviles, y sobre la mesa, dentro de la habitación, una hoja blanca de papel en la cual, con grandes letras, fue escrito ‘las mujeres y la novela’, nada más”. Creo que esta cita del célebre ensayo de 1929 de la Woolf facilita el diálogo con una pintura que cobija con esmero la intimidad de una mujer, la hermana de la artista, según el título. La ventana de la habitación está abierta, al menos una de sus hojas, la que participa de la escena. Pese a eso la mujer no mira hacia afuera; parece no sentir curiosidad por la calle, la gente y sus sombreros. Su cabeza, inclinada ligeramente hacia abajo, nos permite comprender que mira sin ver un abanico, perdida o hallada en sus pensamientos. En la esquina superior izquierda de la pintura la ventana abierta deja ver la balaustrada del balcón, sus maceteros y el edificio de al frente en el que también hay balcones, ventanas, persianas y manchas que parecen personas.
En la otra ventana/ensayo que he dejado entreabierta, “Un oficio en gris”, la autora de La transparencia de las ventanas describe en detalle Una mujer en una ventana, un cuadro de Louis-Léopold Boilly, pintado en grisalla, que a primera vista parece un grabado. De hecho, hay muchas cosas en este monocromo en gris que requieren de una segunda y tercera mirada:
Se trata efectivamente de una ventana, de la ventana sin vidrio de lo que parece una casa, aunque su interior no se deja ver. Hay una cortina que emerge desde adentro, asomándose hacia la luz del exterior en un primer efecto de trampantojo que desborda el marco de la ventana, que es también el marco de la representación, y que a la vez sugiere una transgresión de la separación entre el interior y el exterior: si su función es resguardar la intimidad, al desplegarse hacia fuera invierte la lógica del deseo de ver hacia el interior por un deseo, acaso manifiesto en la imagen de ver hacia el exterior (69-70).
La mirada de la autora también se desvía y enfoca en imágenes y en palabras que gatillan el pasado. De hecho, el libro parte y termina en un recuerdo. Luego del que marca el inicio, Macarena plantea que quizá todos guardamos un recuerdo de infancia similar al convocado por ella: “el recuerdo de lo que pudo ser un tiempo lento, alejado aún de las pantallas, en el que las ventanas de la casa cumplían, a menudo, un papel similar: invitarnos a imaginar un exterior y a convertir en historia cualquier acontecimiento, por mínimo que fuera” (11). La lectura de este libro despertó en mí el recuerdo de una ventana ajena. Recordé el pasaje de una novela, quizá también algunas escenas de la película basada en el libro. La protagonista es joven, muy joven. De un tiempo a esta parte escapa del colegio para encontrarse con su amante, su primer amante.
El ruido de la ciudad es intenso, en el recuerdo es el sonido de una película pero demasiado alto, que ensordece. Lo recuerdo perfectamente, en la habitación hay poca luz, no se habla, está envuelta por el estrépito continuo de la ciudad, embarcada en la ciudad, en el tren de la ciudad. En las ventanas no hay cristales, hay cortinillas y persianas. En las cortinillas se ven las sombras de la gente que circula al sol de las aceras. Esas multitudes son enormes. Las sombras están regularmente estriadas por las rendijas de las persianas. Los taconeos de los zuecos de madera golpean la cabeza, las voces son estridentes, el chino es una lengua que se grita como siempre imagino las lenguas de los desiertos, es una lengua increíblemente extraña.
Afuera el día toca a su fin, se sabe por el rumor de las voces y el ruido de los pasos cada vez más numerosos, cada vez más confusos. Es una ciudad de placer que está en pleno apogeo por la noche. Y la noche empieza ahora con la puesta de sol.
La cama está separada de la ciudad por esas persianas de rendija, esa cortinilla de algodón. Ningún material duro nos separa de la gente. Los demás ignoran nuestra existencia (Marguerite Duras, El amante, 54-5).
Regreso ahora, y para terminar, al prefacio de La transparencia de las ventanas, a su último párrafo. Me valgo de él para sostener que la ventana-trampantojo de Boilly, la ventana volcada al interior del cuadro de Morisot y también la ventana de las habitaciones imaginadas por Virginia Woolf y Marguerite Duras emergen como marcos para el deseo al proponer “un juego de opacidades y transparencias tan caro a la mirada –y a la escritura– como en otro tiempo lo fuera el claro de un bosque, una hendidura en el tejado, o un libro sin empezar” (14).
Bibliografía
Duras, Marguerite. El amante. Trad. Ana María Moix. Barcelona: Tusquets, 1984.
García Moggia, Macarena. La transparencia de las ventanas. Ensayos sobre la mirada. Valparaíso: Editorial UV, 2022.