Original de Geneton Moares Neto
Dos semanas antes de morir, Carlos Drummond de Andrade (1902-1987) concedió a Geneton Moares Neto, vía telefónica, la que sería su última entrevista. Apareció publicada en las páginas del suplemento Idéias del Jornal do Brasil, el 22 de agosto, cinco días después de su fallecimiento.
Lo más aburrido de la vejez es que uno acaba completamente privado de sus facultades. Un viejo tiene que moderar su ritmo al caminar, pues, de lo contrario, el corazón reclama de inmediato. No puede excederse con grandes esfuerzos. No puede emborracharse de vez en cuando porque eso le traería enormes consecuencias. Un viejo tiene que moderarse hasta para el amor. Lo que temo es sufrir una caída, lastimarme, romperme la cabeza, cosas así, porque a mis años lo primero que pasa con una caída es una fractura de fémur. Eso sí me da miedo.
¿Mi vida? Creo que fue poco interesante. ¿Quién fui? Fui un burócrata, un periodista burocratizado. No hubo nunca nada relevante en mi vida. Nunca ejercí un cargo que me permitiera tomar una gran decisión política o social o económica. Nunca ningún destino dependió de mi vida o de mi comportamiento o de mi actitud. Me considero –y lo soy realmente– un hombre común. No dirijo ninguna empresa pública o privada. La suerte de los trabajadores no depende de mí.
Aún me emociona mucho la belleza. No sólo la belleza física, sino la belleza natural. Hoy, con casi ochenta y cinco años, tengo una visión de la naturaleza mucho más rica que cuando era joven. Me interesaban más ciertas formas de belleza. Pero hoy, la naturaleza conforma para mí un repertorio sorprendente de cosas magníficas y bellas. Contemplar el vuelo de un pájaro, una paloma o una tortolita que se posa en mi ventana… Me paralizo al ver la maravilla de aquel animal que voló sobre mi cabeza en busca de comida o de vaya uno a saber qué. La interrelación de los seres vivos y su integración al medio natural es algo que me parece sublime.
¿Que si me siento solo? En parte, sí, porque perdí a mis papás y a todos mis hermanos. Éramos seis hermanos. Y en parte porque también perdí amigos de mi infancia, como Pedro Nava, Milton Campos, Emilio Moura, Rodrigo Melo Franco de Andrade, Gustavo Capanema y otros que formaban parte de mi vida de hace tantos años, la más profunda. Eso me provoca un sentimiento de soledad. Por otro lado, la soledad en sí misma es muy relativa. Una persona con hábitos intelectuales o artísticos, una persona que disfruta la música, una persona que disfruta leer nunca está sola. Ella tendrá siempre una compañía: la compañía inmensa de todos los artistas, de todos los escritores que ama, a lo largo de los siglos.
En mi carrera intelectual, no me lamento por nada que haya dejado de hacer. No hice mucho. No organicé nada. No tuve un proyecto de vida literaria. Las cosas se fueron dando al sabor de la inspiración y el azar. No programé nada. Sin una sola ambición literaria, fui más poeta por el deseo y por la necesidad de expresar sensaciones y emociones que perturbaban mi espíritu y que me angustiaban. Hice de mi poesía un diván. Ésa es la definición de mi trabajo poético. No tuve la pretensión de ganar premios o de destacar a través de la poesía o de compararme con mis colegas. Al contrario. Siempre admiré mucho a los poetas más afines a mí. Pero jamás sentí la tentación de incluirme entre ellos como uno más de los famosos. No tuve nada que lamentar. Tampoco nada de qué jactarme. Para nada. Mi poesía está llena de imperfecciones. Si fuera crítico, señalaría muchos defectos. No lo haré. Se lo dejo a otros. Mi obra es pública.
Por lo menos en lo que a mí respecta, existe una emoción enorme y una alegría cuando escribo un poema. Una vez hecho, es como el acto amoroso. Uno siente el orgasmo, sale del caos y después todo aquello se acaba. Queda el recuerdo agradable, ¡pero uno no puede decir que ese orgasmo fue mejor que aquel otro! El mecanismo no es idéntico, la reacción no es la misma.
No. No he escrito. Ese sentimiento de inspiración aparece en el acto de la creación en general. Es algo imprevisto, algo súbito que despierta una cierta emoción. Pero sucede que no he escrito. No tengo ganas de escribir. Ya escribí mucho. Escribí más de cuarenta libros. Es una cantidad muy considerable. Es hora de dejar el trabajo y leer a los jóvenes que van apareciendo, que van mostrando su trabajo y que despiertan interés.
Mi relación con el poder fue una relación de amistad con el ministro Gustavo Capanema, debido a que fuimos antiguos compañeros. Nunca compartí el poder. Nunca lo deseé. Nunca tendría tal vocación. Yo era de la mayor confianza del ministro. Me señalaban y acusaban de hacer favoritismo político y de arreglar la lista de personas para que hablaran bien de mí en los periódicos, lo cual es absolutamente falso. ¡Yo no tenía poder! Y tampoco traicionaría la confianza de Gustavo Capanema (ministro de Educación del primer gobierno de Getúlio Vargas) haciendo cosas así. Nunca tuve la oportunidad de conversar con Getúlio, aunque me acusaron de ser un poeta ligado al Estado Novo.* Yo no tenía nada que ver con el Estado Novo. Nunca participé en homenajes al gobierno. Y salí de ahí mostrando las manos.
Trabajé en los medios impresos durante toda mi vida, con un pequeño intervalo en que me dediqué sólo a la burocracia del Ministerio de Educación. Siempre recibí una gran consideración de mis compañeros. Y una gran libertad. Pero me acuerdo de que, tiempo atrás, en un momento de juventud, para probar la resistencia del copy-desk, escribí en el Jornal do Brasil la palabra culo. La cortaron y pusieron la palabra trasero. Hoy, la palabra culo se ve hasta en fotos, en dibujos, en todos lados. Una de las cosas más celebradas por los grandes medios impresos es el culo. Igual la televisión –que muestra culos de hombres, lo cual, a nosotros, no nos interesa… No formé parte de la elaboración del enorme periodismo diario e intenso. Como cronista, escribía en casa. El periódico, gentilmente, enviaba a alguien por mi trabajo. Como periodista, no conocí la emoción del gran reportaje y de los grandes acontecimientos que yo tendría que enfrentar en una fracción de segundo para que el trabajo saliera al día siguiente.
Confío en que la poesía fue una vocación, aun cuando no haya sido una vocación desarrollada conciente o intencionalmente. Mi motivación fue la siguiente: intentar resolver, a través de los versos, problemas existenciales internos. Son problemas de angustia, incomprensión e inadaptación al mundo.
* Término con el que se conoció al régimen de 1937 a 1945, implantado por el dictador Getúlio Vargas [nota del traductor].