Prendí la televisión justo a la hora en que un hombre volaba durante algunos segundos a lo largo de la pantalla, e iba a caer sobre una red elástica emplazada en un paisaje arenoso. ¿? Se trataba del hombre bala, que cruzaba, de este modo inusual, y portando pasaporte -lo que debe ser más inusual todavía- la frontera entre Estados Unidos y México, a la altura de San Diego y Tijuana. El noticiero chileno, que usaba naturalmente estas imágenes para relajar un poco a los espectadores, (quienes habían visto durante tres días como parte de Santiago se hundía en el barro después de un aguacero), no explicó cuál era el contexto de ese salto y se limitó a destacarlo como un hecho curioso y anecdótico, que dio pie a la sonrisa distante de los conductores.
Hoy, revisando otras fuentes, me doy cuenta de que el salto ocurrió días antes. Según informa una agencia, el estadounidense David Smith -quien posee el récord mundial de distancia recorrida en calidad de proyectil- “fue disparado desde una popular playa en Tijuana, México, y viajó unos 45 metros sobre una valla de postes negros de metal, a unos seis metros de altura. Aterrizó ileso sobre una red en el Parque Estatal Border Field de San Diego, donde era esperado por agentes de la Patrulla Fronteriza -a quienes debe haber presentado sus documentos en regla- y por una ambulancia”.
Por primera vez un “hombre bala” cruzó una frontera internacional, (caso que no es, como es claro, el de las balas propiamente tal). Tampoco es cualquier frontera, sino una por la que transitan anualmente miles de mexicanos que tratan de entrar a Estados Unidos por la playa, muchos de los cuales mueren en el intento. Los postes negros a los que refiere la información corresponden a una especie de reja de barrotes que se interna en el mar y que da al paisaje una apariencia brutal.
Este lanzamiento, postulado y planeado como acción de arte, lo fue por el venezolano Javier Téllez y es parte de las actividades del programa inSite O5, que se desarrolla ahora mismo, justamente en este cruce costero, donde se encuentran (para evitar decir “limitan”) las ciudades de San Diego y Tijuana. El sentido de estas acciones, cuyos espectadores son en su mayoría ciudadanos de ambos lugares, o más bien su objetivo, según lo declara la información oficial de inSite, es reunir a “un grupo de artistas y curadores interesados en inocular, desde la práctica artística, la gestación de nuevas utopías de pertenencia y dinámicas de asociación, en el escenario circunstancial y descontrolado del dominio público”. Entre otras cosas esta iniciativa toma entre los suyos el cada día más sensible tema de los flujos de personas a través de las fronteras internacionales, fronteras que pueden llenar de desconfianza la más pacífica playa y convertirse en verdaderas barreras existenciales para muchos.
Obviamente se enfoca también un fenómeno cultural de deslizamientos y movilidad de larga data, que es cada día, creo, más interesante.
Sin embargo, algo no andaba bien en la imagen de ese hombre disparado sobre la frontera. Me permito una opinión de espectadora de noticias descontextualizadas en la televisión. Probablemente verlo en vivo fue otra cosa. Pero aunque algunos celebraron el aspecto humorístico de la acción, que probablemente existió a juzgar por la cara del hombre- proyectil, y por la alegría de las personas que se hallaban en el lugar, entre los cuales algunos celebraron en este acto la elevación a metáfora del ánimo impetuoso de los mexicanos que buscan cruzar la frontera y luego sufren al otro lado de ella una caída estrepitosa -y sin red elástica- la idea del proyectil humano no me parece del todo feliz. No sólo porque evoca la brutalidad del armamento, (no es únicamente una cuestión de pacifismo), sino porque evoca su carácter elemental: algo que va de un lugar a otro no portando nada más que su programación unilateral.
Espectacularizado por enfoque de la tv, el salto quedó reducido a un acto circense.
Es difícil no comparar esta acción con la emprendida hace unos años por el artista Alfredo Jaar, en la misma frontera, según me parece. Jaar no lanzo un proyectil humano, ni siquiera uno de algún tipo, sino que puso a volar, en una dirección que le permitió hacer el cruce fronterizo, una escultura efímera –una nube de globos que se liberaron con el viento y que se esparcieron en el cielo como partículas de polen- mientras música, interpretada en el mismo lugar, sonaba a ambos lados del límite, diluyéndolo. Decidió el viento, en esa oportunidad, que los globos volaran hacia México, avatar que jamás pudo haber influido sobre el proyectil.
No hace falta, creo, redundar en la comparación entre estas dos maneras de enfrentar los límites del asunto. No es lícito además hacerlo, careciendo de otra cosa que del enfoque televisivo de la obra de Téllez. Aunque tal vez este enfoque era justamente el que demandaba esa obra. Haber visto en un noticiero chileno la flotante escultura efímera de Jaar habría sido imposible. La imagen de esa nube es otro espectáculo, no tan fácil de integrar, como la del proyectil humano, a la de los otros tantos proyectiles que cruzan a diario los noticieros locales e internacionales.