Es temprano. Pete Martell besa la punta de sus dedos y los apoya brevemente sobre la mejilla de su esposa. Sale a pescar. En la playa, a lo lejos, aparece en pantalla un bulto de plástico sobre la arena. Esta es una de las escenas que abre el episodio piloto de Twin Peaks. Samuel Espíndola, por su parte, la retoma y hace propia en elsegundo poema de Historial de las coníferas:
Pienso que los poemas que componen esta plaquette se cifran en ese instante –más creado por Espíndola que por Lynch– en el que Pete Martell pesca y saca del agua el cuerpo sin vida de Laura Palmer. Este “historial de las coníferas” podría leerse entonces como el registro y expansión infinita de ese momento en el que, por horror y extrañamiento ante la violencia desmedida contenida en el cuerpo de la adolescente, el tiempo se detiene, y el pueblo de Twin Peaks (sinécdoque de cualquier otra comunidad), se transforma ante nuestros ojos. El horror desarticula así el orden espacial y temporal: el tiempo ya no avanza linealmente, sino que comienzan a superponerse constantemente acontecimientos y locaciones. El hallazgo del cuerpo, el vórtice de la vorágine. Ya lo dice Plinio en uno de los epígrafes que abren el poemario: “los cuerpos de todos los seres pesan más muertos que vivos”.
Volvamos al poema del pescador. Pienso que las imágenes que nos presentan los poemas de Samuel Espíndola, son como esos dibujos que se tatúan en la piel de Pete cuando alza del lago el cuerpo de Laura envuelta en plástico. Son dibujos de calamares, de árboles altísimos, de madres videntes y brujas, de estatuas de sal, de incendios y de hoteles derruidos, de bailes frenéticos, de liebres que toman mate, de agentes del FBI, de infestaciones de hongos y de cárceles con reclusos que cambian de forma.
En este sentido, los poemas que componen esta plaquette son bastante más que una mera reescritura de los capítulos de Twin Peaks. No vuelven a contar la historia ya contada por Lynch y Frost. Tampoco la reescenifican en un espacio chileno –solución quizá demasiado fácil. Me parece que Historial de las coníferas es, en cambio, un historial de aproximaciones a esa violencia sistemática que no puede traducirse en palabras. Sus son poemas, entonces, tentativas de lenguaje que se anclan en la serie y sus personajes para ensayarse. Así, las imágenes se amplían y multiplican: los habitantes de Twin Peaks aparecen en escenarios nuevos e imposibles, avanzan o retroceden en el tiempo a destajo, y se entrelazan con facilidad entre ellos y con otros personajes de la cultura popular.
Esta operación de ampliación –y aquí creo que Samuel rescata una de las características más interesantes de la serie de televisión– estará siempre atravesada por cierto desasosiego, por la sensación inquietante de lo incomprensible, de una amenaza ominosa y subterránea, de un mal que crepita lento y constante. Ensayos todos, quizás, de ese mismo horror que juega a decirse. Es así que en el poema titulado «Leland Palmer», por ejemplo, él y su esposa –padres de la joven asesinada– duermen durante tres días bajo los efectos de somníferos. Mientras ellos reposan, algo cobra vida dentro de la casa, que se llena de respiraderos de camarones de río, con torres humeantes erguidas sobre la alfombra del comedor, todo vuelto barro.
En la serie, el bosque que bordea al pueblo es el origen de una maldad, no siempre incorpórea, que se bate entre lo esotérico, lo extraterrestre y lo ancestral. “Hay muchas historias en Twin Peaks” -dice Margaret, la mujer del tronco, en el episodio piloto- “algunas son historias de locura, de violencia. Algunas son comunes y corrientes. Y aun así todas tienen cierto misterio, el misterio de la vida. Otras veces, el misterio de la muerte, el misterio del bosque que rodea a Twin Peaks”. En Historial de las coníferas, sin embargo, esta frontera ominosa no es el bosque, sino el agua, y toma forma en sus infinitas criaturas submarinas.
Cito un ejemplo paradigmático de lo anterior, en el que se retrata una suerte de Twin Peaks invertido que subsiste bajo el agua:
El pueblo de Twin Peaks se infecta aquí de seres marinos que lo descomponen lento, en una progresión pesadillesca, que amenaza con perpetuarse sin justificación racional posible. Algunos de los aspectos más bellos y contingentes de este poemario, me parece, se cifran precisamente en este gesto: una niña es asesinada, su cadáver arrojado al lago y esto no puede sino desbarajustar al pueblo entero, que se desintegra de mano de los mismos males oceánicos que atestaron el cuerpo ya sin vida de Laura Palmer.
Este texto fue leído el 7 de junio del 2018, durante la presentación de Historial de las Coníferas, en Santiago.