Hace varios años me encontraba reporteando una muestra internacional de flores en Sausalito, California, para una revista femenina local. Instalada en un salón de té frente a la plaza central, divisé a Teddie Weisengrund. No pude dejar pasar la oportunidad única de acercarme para confesarle mi admiración por su obra, sobre todo por sus estudios de la filosofía de la música. En un arranque de nerviosismo le comenté cuánto me había impresionado, en su momento, aquel ensayo suyo acerca de la regresión de la escucha (en que Weisengrund advertía los peligros del enmudecimiento del ser humano ante los desafectos de la música ligera). Dijo sorprenderse que la gente aún se acordara de aquel escrito, y me preguntó por mi nacionalidad. Al enterarse de que venía de Chile sonrió, y me preguntó si seguía existiendo el Festival Internacional de la Canción de Viña del Mar. La conversación duró cinco tazas de té Earl Grey, y un sinnúmero de galletas de mantequilla.
(N. del E.) Esta conversación fue publicada por primera vez en un pequeño tríptico editado a raíz de la exposición «Suite Quinta Vergara» de Cristián Silva, que se llevó a cabo entre el 4 de septiembre y el 4 de Octubre de 2009 el centro de extensión del CNCA. Las ilustraciones pertenecen a su Suite Quinta Vergara (1973-1990), 2009. Carboncillo sobre papel. 17 piezas, 76 x56cm c/u. Adriana Loyola es escritora.
Loyola: Recuerdo una frase suya en particular: “Cuando ya nadie sabe hablar de verdad, entonces, ciertamente ya nadie sabe escuchar”. En su análisis planteaba cómo el tráfico universal de la mercancía se traducía en la desaparición del valor de uso de la música. Pero, pienso, más allá que una crítica a la música ligera, apuntaba al desfallecimiento del lenguaje mismo como expresión…
Weisengrund: Efectivamente. Estaba ocupado entonces por el modo en que se gestaba la regresión de la escucha y tal como señalas, por las formas de subjetividad engendradas por el capitalismo tardío. La violencia de la música, específicamente la ligera, está en su proceso de valoración, que podría considerarse tautológico: que nos guste una canción de moda es casi lo mismo que reconocerla, y ambas cosas se suceden paralelamente. Es algo muy evidente en un espectáculo en vivo, donde finalmente se impone la voz del público coreando las canciones; la interpretación y la ejecución musical es completamente indiferente al auditor. Se trata de una sonoridad monocroma donde la escucha se anula en la valoración de la repetición excluyente.
«Suite Quinta Vergara» (1979)
L: Ahí asoma otra problemática de suma vigencia, trabajada en sus escritos acerca de la música tutelada; me refiero al carácter utilitario del oído alienado y despolitizado de los amigos de la música ligera.
W: Todo el mundo sabe que –al otro lado del telón– las preocupaciones culturales de las que se habla expresamente, en verdad hacen referencia únicamente a cuestiones de realidad propagandística. La identificación del oyente con la música fetichizada –que otorga a las canciones de moda su poder–, se consuma en la sucesión de olvido y recuerdo. Puesto que toda propaganda se compone de lo inadvertidamente conocido y de lo llamativamente desconocido, la canción de moda permanece así benéficamente olvidada en la tonalidad crepuscular de su celebridad para en un momento -como bajo el cono de luz de un foco- hacerse dolorosa y extremadamente evidente mediante el recuerdo.
Así, el masoquismo auditivo no se define únicamente por el autoabandono y por el placer sustitutivo que se identifica con el poder. En él subyace la experiencia de que la seguridad de buscar abrigo bajo las condiciones dominantes es provisorio, de que es un mero paliativo y de que todo, finalmente, tendrá que hacerse añicos. Incluso en el abandono de sí mismo, no se es bueno consigo mismo: con gozo se siente uno traidor de lo posible, y al mismo tiempo, traicionado por lo existente. La escucha regresiva está siempre dispuesta a degenerar en cólera. Este efecto retorna salvaje escorzo para los oyentes regresivos: éstos querrán destruir y burlarse de lo que todavía ayer les encantaba, como si quisieran vengarse posteriormente de lo que no tenía encanto alguno.
A este efecto ustedes los chilenos le han dado un nombre propio. Pienso que se trata de un fenómeno paradigmático de la escucha: el monstruo. Aunque bien podría desdeñarse como materialismo auditivo vulgar, pienso que es más relevante que eso. El comportamiento perceptivo por el que se prepara el olvido y el abrupto reconocimiento de la música de masas es la desconcentración. Cuando los productos desesperadamente semejantes entre sí, no permiten la escucha concentrada sin hacerse insoportables para los oyentes, entonces éstos no son ya en absoluto capaces de escuchar. El rechazo arrogante e ignorante de todo lo desacostumbrado es un rasgo característico e inequívoco de la comunión teológica entre música y propaganda.
Creo que fue un cantautor venezolano cuyo nombre no logro recordar, quien consiguió apropiarse del monstruo para decir unas cuantas verdades en un momento políticamente muy tenso en su país, abalanzándose improvisadamente sobre el comportamiento perceptivo de la desconcentración masiva del monstruo. En una lógica dependiente, pero al revés, igualmente propagandística.
L: Imagino que se refiere al Puma. Pero me sorprende que esté al tanto…
W: Ya ves, California me ha sentado muy bien; no hay nada como la costa del Pacífico para sonoridades como Pavo Real.
L: Ciertamente. Pero me intriga saber porque está tan al tanto de ese Festival, que diría es insignificante para el mundo de la música, y que para gran parte del pensamiento progresista local representaría la instalación de una lógica cultural perversa…
W: En una oportunidad acompañé a un amigo que andaba clandestino en Chile, y visitamos la Quinta Vergara. Aún estaba la concha acústica, magnífica, con su techo agujereado de madera. Sólo recuerdo a algunos artistas, la mayoría insoportables para la escucha, sin embargo, muy agradable para el baile… El festival es internacional, y de hecho lo transmiten varios canales de televisión por cable; los seguí hasta el año 90- después lamentablemente decayó.
Al parecer la he sorprendido, me alegro de que a mi edad exista aún esa posibilidad. Ahora me toca confesarle algo a usted: existe una tendencia senil a ver la vida como producto cultural y bajo la forma de míticos clichés, y es por esto que uno, con majestad esclerótica, prefiere la invención autónoma… aunque bien sé que tempranamente comencé ejercitando una especie de plagio superior.
«Suite Quinta Vergara» (1976)