No estoy de acuerdo con los que sostienen que es inviable la reconstrucción de las revoluciones y dictaduras latinoamericanas mediante novelas gráficas y policiales. Que le restan seriedad y análisis a temas complejos, pues banalizan hechos históricos que sólo deben tener una forma de representación, basada en las formas decimonónicas y clásicas de la literatura, desechando cualquier forma de innovación. Me parece que la memoria se debe preservar de múltiples y variadas formas, pues los ejercicios del recuerdo se deben ir actualizando mediante las nuevas herramientas que entregan las sociedades que habitamos. Por lo mismo, es absurdo desmerecer las nuevas estrategias de comunicación. Hay que celebrarlas y difundirlas, ya que aportan a seguir concientizando en torno a América Latina. La novela gráfica Che: una vida revolucionaria es parte de esta resignificación. Publicada recientemente por editorial Hueders, mezcla los dibujos del mexicano José Hernández y los diálogos de Jon Lee Anderson para reconstruir en cómic la vida de Ernesto Guevara. El argentino es un revolucionario icónico e impostergable, su figura tiene que estar dialogando constantemente con la historia contemporánea de Latinoamérica. Por lo mismo, es una obligación recuperar su proyecto político, porque así podemos observar las carencias de aquellos países –como Chile, Perú y Colombia– en donde no perduró masivamente su proyecto ideológico. El cómic se basa en el libro Che Guevara, una vida revolucionaria (Anagrama, 1997) escrito por Jon Lee Anderson. Esta es considerada la biografía más completa del argentino, pues el trabajo de documentación que realiza en torno al Che es notable. Para su elaboración, Anderson estuvo viviendo en Cuba por más de cinco años, teniendo acceso a documentos, fotos y diarios inéditos que guardaba su familia y el gobierno cubano. Este trabajo de archivo funciona como el eje de los dibujos con que José Hernández ilustra la novela gráfica, construyendo una atmósfera que alcanza altos niveles de realidad: de hecho, uno como lector se transporta, viaja y parece un integrante más del ejército que lucha contra la dictadura de Fulgencio Batista.
La novela gráfica comienza con el Che, en 1965, prendiendo una cerilla y escribiéndole a Fidel la ya icónica carta de despedida: “Un día pasaron preguntando a quién se debía avisar en caso de muerte y la posibilidad real del hecho nos golpeó a todos. Después supimos que era cierto, que en una revolución se triunfa o se muere (si es verdadera)” (7). Prende el habano y soltando el humo comienza a recordar el desembarco del Granma en la Sierra Maestra. Justamente aquí nos encontramos con una viñeta que no puede pasar desapercibida. Los guerrilleros entrando con el agua hasta la cintura en tierra firme, mimetizando sus trajes verdes con la naturaleza y empuñando sus armas con convicción. Un retrato histórico que se erige como uno de los tantos puntos de partida del cambio que comenzará a vivir la región.
La mayoría de las páginas del libro tienen un máximo de cuatro viñetas, por ende apreciamos dibujos grandes, directos y detallados que priorizan las ilustraciones por sobre los diálogos. Estas secuencias se producen cuando hay acciones violentas, como el ataque de los guerrilleros al Cuartel de la Plata o el fusilamiento de Eutimio Guerra por haberse infiltrado en el ejército de Fidel.
Los colores con los que trabaja Hernández son oscuros y opacos, pues la mayoría de las secuencias transcurren bajo la lluvia y durante la madrugada. Sólo hallamos tonalidades más claras cuando aparece Celia –la madre de Guevara- en Buenos Aires. Estas imágenes parecen desteñidas, con colores que se derriten, como si los tonos que impregnan estos dibujos, estuviesen directamente relacionados con los sentimientos de una madre que al no tener noticias de su hijo muere todos los días un poco.
El narrar mediante una novela gráfica los años del Che en Cuba, es una interesante apuesta por seguir contando su historia desde una perspectiva novedosa e inclusiva. El formato cómic permite ampliar el abanico lector, apostando por un público–en teoría– menos politizado el cual podría aprender y concientizarse en torno a las luchas existentes en Latinoamérica. De un tiempo a esta parte, se apuesta por introducir la figura de Guevara en medios culturales masivos –las películas de Benicio del Toro son una muestra de ello- por lo mismo, la novela gráfica se suma a este conjunto artístico donde la imagen predomina y funciona como estandarte.
Chile es gobernado por falsos socialistas, el gobierno venezolano es burdamente boicoteado, Argentina es privatizada sin pausas y con prisa, es decir, la política latinoamericana pierde su brújula y debemos volver a las bases. Uno de los puntos de retorno es esta novela gráfica, que con su claridad de conceptos ilustra, retoma el pasado y propone. Porque ahora que la isla comienza relaciones con EE.UU, es necesario volver a recordar las bestiales formas con que el imperio atacó la revolución y las siniestras consecuencias que ello trajo consigo para toda la región.
El encuentro de Fidel con Nixon, el de Guevara con Nikita Jruschov, el ingreso de la guerrilla en Santa Clara y la muerte de Camilo Cienfuegos, son algunos de los episodios retratados por un género que comienza a dejar de lado los superhéroes y la fantasía, para internarse en la historia de una revolución que cada primero de enero se comienza a reescribir.