Fondo negro. Sobre la foto del pecho de una mujer en sostenes y sin rostro, escrito en tipografía convencionalmente tecnológica y en un color rojo muy fuerte, el título del relato hipertextual de Dora García: Heartbeat. Construcción de una ficción. No más datos que la obviedad de connotaciones de sangre, sensualidad, secreto criminal, no otra aprensión que la redundancia entre ficción y construcción del encabezado, la esperanza, antes de hacer clic en el título para ingresar, de que se tome conciencia desde el principio –y para problematizarlos- de esa serie de tópicos temáticos (la femme fatale, el crimen sin resolver) y formales (todo relato es ficción, toda ficción es construcción de lenguaje en el tiempo; sin embargo a todo hipertexto le hace falta ese tiempo que el lector no está dispuesto a pasar leyendo en internet).
La primera lexia, o unidad narrativa, de Heartbeat aparece en una ventana alternativa (pop-up). Esto de partida marca una constante de este relato: el plural. No conforme con dejar la ventana de portada abierta, amenazando con llenar la pantalla con las distintas partes de la historia, Heartbeat nos revela que «una nueva moda se ha extendido entre nuestros jóvenes: el vicioso hábito de escuchar exclusivamente los latidos del propio corazón». ¿Nuestros? ¿Desde dónde habla la voz narrativa, por qué me incluye, por qué se distancia inmediatamente de esos «heartbeaters», en vez de hablar como parte de ellos? El narrador se ubica en un registro con pretensiones de objetividad: se trata de un periodista o de un investigador científico. Las palabras hipervinculadas que se me ofrecen no aportan pistas decisivas para aclarar la posición del narrador, más bien conservan la disyuntiva. «Moda» es palabra usualmente de la prensa; «Percepción alterada», «percusión íntima», «adictiva», poseen una resonancia inevitablemente especializada. Decido seguir leyendo por el camino más cotidiano, presiono mi mouse sobre el hipervínculo «moda».
Debe existir un yo escondido tras la impersonalidad del narrador de Heartbeat que justifique el vocablo «identidad» que da título a la siguiente lexia, y que explique el paso inesperado desde el ámbito de las sensaciones colectivas hacia un registro metafísico, y por lo tanto personal; los primeros efectos de esta moda serían «un sentimiento intenso de pertenecer», pero también «una convicción absoluta de estar vivo». «Aunque pudiera sonar tonto», dice el narrador, en un primer arranque de coloquialismo. Pero no parece nada de tonto, pese a aumentar la redundancia, que un latido cardiaco suene extrañamente orgánico en el entorno de lectura electrónica. Siguiendo el hipervínculo dispuesto, justamente, en la palabra «vivo», aparece una nueva lexia en la misma ventana titulada «identidad», donde la voz particular que apenas se asomó vuelve a fundirse con los hábitos de esta pandilla que se junta a escuchar el ruido de sus corazones.
A pesar de que intenta hablar de un comportamiento masivo, el narrador no puede evitar balbucir la singularidad de cada heartbeater; el foco de la narración, al parecer, enfrenta la turbamulta no como una suma de voces, sino como si todos fueran uno y el mismo individuo, un arquetipo y no una persona, un sociolecto y no una voz: la del joven que, en vez de convertirse en adulto y escoger para ello cualquiera de los estereotipos de adultez que se le ofrecen, cualquiera de las modas que otros adultos han fabricado a su medida, prefiere fijarse en sí mismo, aferrarse a su adolescencia, pretender vivir como sujeto incompleto, falto, fragmentario.
Ello explica que para continuar esta lectura de Heartbeat sólo pueda seguir el camino a que lleva el hipervínculo sociedad secreta.
Siempre bajo el título «identidad» aparece una descripción de cómo se divertiría el adolescente Heartbeat; pese a que los DJ de las discos se las ingenian para elaborar nueva música a partir del pulso cardiaco, y así traer a los jóvenes de vuelta a la sociabilidad sancionada por los adultos -la diversión irresponsable, la moda, la desobediencia controlada e inconducente-, algunos heartbeaters se siguen resistiendo a tener otra referencia que sus propios latidos. Sin embargo, la lexia siguiente, a la que llego vía el hipervínculo «baile», describe jóvenes tan extasiados consigo mismos, tan sordos y borrachos de mirar cada uno su propio ritmo que, sin darse cuenta, avanzan al mismo paso, en masa, contra la policía.
Narciso es un personaje extraordinario en el mito griego, y su muerte una lección de generosidad. Para Dora García, en cambio, Narciso es tan común que no muere, que se vuelve una repetición, una moda. Pero el exceso de repetición, la pérdida de actualidad de esta moda, el olvido de los heartbeaters de que están siguiendo una «moda» -hipervínculo que justamente origina este recorrido de lectura de Heartbeat- crea una suerte de nueva y antigua ética de la autenticidad, que a primera vista parece pasajera y falsa como toda imposición publicitaria, no obstante contradice su falsedad puesto que no obedece a interés externo alguno, sino a los latidos cardiacos del propio consumidor. En este caso recuerdo que el vocablo moda es derivación de modus, palabra latina que se refería a la contemporaneidad, al momento presente. Acaso en la última descomposición de la moda el último y más acabado ahora sea el espasmo del latido cardiaco, el segundo en que fluye la sangre; la vida microscópica.
Una última ventana titulada identidad contextualiza a los heartbeaters en la sociedad, estratificándolos entre adolescentes y jóvenes, calificándolos de anticonformistas y libres. Pero para la presente lectura las connotaciones de los hipervínculos me han llevado ya lejos de toda sociología. Las siguientes alternativas de navegación son disímiles: seguir el hipervínculo pánico moral -que sin duda seguirá explicando el fenómeno desde más registros seudo-objetivos- o bien seguir la fotografía de una mujer sonriente que se escucha con los audífonos puestos, cuyo camino abre una nueva ventana donde se suceden fotografías de rostros tristes en el metro, de la ciudad de noche repleta de luces y tráfico automovilístico, de páginas de revistas de marketing rayadas con plumón negro: «souls wanting to be heard», «intimate percussion», «enter», «inside», «solo», «a life soundtrack ending, literally, in death». Una decena de mujeres jóvenes con audífonos en sus oídos. Fotografías en blanco y negro, letra manuscrita, intentos por traspasar a imágenes un tópico que no aparece aún en el presente hipertexto, pero que se me viene a la mente: intimidad. La única frase en castellano de toda la serie de imágenes que incluye Heartbeat: «vida interior».
(Continuará)