El título de la muestra Damos vueltas por las noches del artista nacional Nicolás Sánchez (Santiago, 1981), expuesta en Sala Gasco Arte Contemporáneo hasta el 2 de mayo, proviene de un antiguo palíndromo al que Guy Debord recurre para titular tanto una película como un libro. In girum imus nocte et consumimur igni (Damos vueltas por las noches y el fuego nos consume) hace referencia al movimiento situacionista de una época en que Sánchez logra identificarse ciertos elementos. Desde ahí se desprende el concepto de la deriva, entendido como comportamiento, en tanto al acto de vagabundear, a la vez que procedimiento, en relación a una estrategia de producción de obra.
Sánchez nos presenta un conjunto de obras compuesto por diez fotografías de gran formato (152x102cm.) y dos loops de video que registran escenas nocturnas del Londres contemporáneo, cuando ha llegado la hora del cierre y la ciudad aparentemente comienza a apagarse. Precisamente es allí donde el artista decide poner el acento, en las pequeñas anécdotas que tienen lugar cuando, al parecer, nadie está observando. Esto ocurre en el contexto de su estadía en Londres en el marco de su trabajo en Cecilia Brunson Projects. Durante los meses de invierno de 2012 y 2013, el artista repite una suerte de patrón en el desarrollo de su obra: merodea por la ciudad. El 2012 Sánchez estrenó un documental, en el que venía trabajando ya desde 2010, titulado Life is elsewhere, que testimonia una búsqueda por encontrar “lo esencial” en lugares tan extremos como el desierto de Atacama y la Patagonia.
Si bien, en una primera lectura, podríamos identificar como temática de la exposición el paisaje urbano nocturno, o más específicamente, los bares y parques de Londres al terminar una jornada, el conjunto de obras logra ir más allá, se nos muestra otra cara de la ciudad, aquellos espacios que para muchos pasan desapercibidos, aquellos rincones de encuentro, donde artistas e intelectuales solían discutir en torno a una mesa. Esos lugares, que se presentan como fuente de esparcimiento, de diálogo y de intercambio, se encuentran cargados de memoria. La elección de los motivos a fotografiar, podría hallarse en que existe un sinnúmero de imágenes de la ciudad de Londres; es por eso que el artista, en la búsqueda por crear algo nuevo, pasea. Y lo hace justamente cuando las luces parecen apagarse y la gente, irse. Este comportamiento podría articularse como un posible sistema de producción de obra, en tanto que Nicolás Sánchez toma conciencia de su recorrido sin destino, cual flâneur, observando los pequeños relatos que la ciudad ofrece, aquellas anécdotas que, con el paso de los años, van construyendo la identidad de un lugar. El artista tiende a comportarse como un extranjero en los distintos sitios, tomando una posición de afuerino e incluso de turista (aún cuando sea en su propia tierra), es decir, logra tomar distancia para dar cuenta de lo que acontece en los distintos rincones del paisaje.
El que Sánchez recurra a medios como la fotografía y el video para realizar su obra, resulta determinante en cuanto a términos de registro refiere, ya que la obra pasa a ser una huella de la experiencia del artista. Se logra articular la propuesta como un todo coherente y cohesionado. El manejo de la luz resulta excepcional, sobre todo si tenemos en cuenta que el artista (así como también el espectador) se sitúa desde el exterior de la escena, en la oscuridad; mientras que la iluminación proviene de faroles, focos, luces artificiales desde el interior de los bares e incluso de la luna. El gran formato, junto con el sistema de montaje en el caso de las fotografías, resultan una eficaz decisión por parte del autor en la intención de que la obra seduzca al espectador. Al acercarse a una de las fotografías, el espectador ve el reflejo de su cuerpo junto con el de la calle a sus espaldas –incluyendo autos y transeúntes– sobre la imagen. Se genera, de este modo, un juego muy atractivo en lo relativo a la superposición de imágenes que funciona además como mecanismo de distanciamiento en el acceso a la lectura de la obra. Esto resulta más evidente en el caso de las escenas de paisajes, como por ejemplo en Sin título (Hyde Park II, Westminster), ya que se logra una imagen que resulta muy evocadora. En el caso de las fotografías de los bares, nuestro reflejo con el del entorno se mezcla con estas siluetas taciturnas que habitan la imagen, descontextualizando la escena. En los dos videos, el loop juega un rol fundamental, ya que dificulta al espectador darse cuenta de cuándo el video comienza y cuándo acaba, sobre todo en el caso de Desire paths (Primrose Hill, Camden). Las escenas que se muestran son sutiles y ambiguas, en gran parte debido al manejo de la luz y a las pequeñas interrupciones de algunas figuras que entran y/o salen del cuadro. A esto se le suma la especie de murmullo constante proveniente de los equipos, grabaciones de una ciudad que duerme, pero que a pesar de eso tiene historias para contar. Lo medular en cuanto al manejo técnico, radica en que el artista logra resituar una escena de manera efectiva mediante el uso de elementos como la composición, el encuadre y el manejo de luz y sombra
La noción de la deriva, de ese vagabundeo por que sí, sin rumbo ni fin, ha acompañado a Sánchez durante gran parte de su producción artística. Él sitúa su atención en lugares otros, en aquello que pasa desapercibido para el ciudadano ensimismado «inserto en el sistema». Es en esos espacios, en que la gente no encuentra el tiempo para detenerse, donde Sánchez decide escudriñar, como Valencia, Londres, y Santiago.
El artista nos hace partícipes de su paseo siempre desde una visión situada, desde su perspectiva personal. No somos parte del relato sino que cumplimos el rol de voyeurs tal como ocurrió en el caso del autor. No ingresamos al bar sino que observamos desde la vereda del frente lo que acontece tras las ventanas que se encuentran iluminadas. La calle nos hace tomar distancia de la escena, o mejor dicho, nos impide participar, pero no ver. Esta vía se articula como un espacio de encuentro en la cotidianeidad, desde allí surgen las anécdotas para el transeúnte que hace una pausa y se aparta de la vorágine de la ciudad. En el mundo globalizado estamos constantemente relacionándonos con otros, inmersos en una multitud que en lugar de hacernos sentir acompañados, podría aumentar nuestra sensación de soledad. Posiblemente la figura del paseante que encarnaría Sánchez, decide tomar ese camino en la búsqueda de un silencio para lograr encontrarse. Puede que su recorrido no tenga un fin en cuanto a destino o meta, pero sí tendría un fin en relación a la búsqueda de una experiencia. La noche de Londres se presta en este caso como ese lugar que brinda al paseante la experiencia del paisaje (urbano) y de la anécdota.
Según esto, podrían emanar relaciones con la historia del arte, específicamente con obras como Noctámbulos -también llamada Halcones de la noche– (1942) de Edward Hopper o Un bar en Folies-Bergère (1882) de Édouard Manet. En ambos casos se nos muestran escenas que acontecen en la cotidianeidad del paisaje urbano nocturno (interior y exterior), donde tienen lugar narraciones que han dado pie a diversas interpretaciones. La joven del otro lado de la barra –o tal vez en el reflejo– en Folies-Bergère posee una mirada ausente y profundamente melancólica. Similar es el caso de las figuras en el cuadro de Hopper, parecen estáticas, ensimismadas y acuden al lugar por la noche como si fuera una especie de refugio.
Las imágenes que nos entrega Nicolás Sánchez se encuentran dotadas de una intimidad que resulta muy atractiva al espectador, además de lograr un resultado, bien podría decirse atemporal, ya que un espectador común no podría asegurar que son escenas pertenecientes a la contemporaneidad en tanto han sido descontextualizadas. Todo esto podría encontrar su justificación en la importancia de la contemplación. Esto ocurriría en dos instancias, primero en el momento protagonizado por el artista al llevar a cabo la obra y luego en el público de la muestra que se ve enfrentado a tales escenas. El tema de la contemplación podría ligarse con el interés del artista por el romanticismo alemán y por la experiencia de lo sublime, que en el caso de Sánchez se presenta en el paisaje urbano y no en la contemplación de la naturaleza.
Podría decirse que Nicolás Sánchez encarna la figura del paseante, viviendo mediante la experiencia moderna de la contemplación, una deriva que decanta en una especie de recogimiento, quizás un ensimismamiento siempre alerta, atento a todo lo que se pueda cruzar en su camino. Y es justamente esto es lo que uno como espectador recibe al recorrer la muestra, en lugar de acudir a ver obras e imágenes, recibimos algo que, a mi parecer, es mucho más valioso: compartir intensamente una experiencia.
Esta nota forma parte de una serie de artículos co-editados con Taller BLOC