Cada vez que lo lanza
cae, justo,
en el centro del mundo.
Octavio Paz, “Niño y trompo”
Un dibujo de líneas simples de un trompo girando en la palma de una mano ilustra la portada amarillo brillante de Maruri tour. Se trata del tercer libro de la artista Andrea Goic, que sigue a otros dos volúmenes del mismo formato en los que se combinan imagen, texto y el registro de sus videos en un dvd pegado al interior de la contratapa: Video 1996-2006, del 2007, con portada color negro, Videotremens: entre fantasía y realidad, del 2010, con tapa roja, y éste último. Si el primero parece haber sido concebido como una suerte de catálogo que recopilara su obra, junto con textos críticos acerca de ella y algunos de los materiales utilizados en su elaboración, ya desde el segundo el propio libro es una obra en sí mismo, un objeto cuyas páginas dialogan de modo complejo con las imágenes de los videos, y en el caso de Maruri tour, el video Las lágrimas de Heráclito es en realidad un recorrido por algunas de las páginas del libro, que van dándose vuelta sucesivamente superpuestas a un video del trío “Los tres diamantes” interpretando “Miénteme” y a imágenes del agua de un río fluyendo.
El interior del libro contiene textos de los escritores Rosa Araneda, José Leandro Urbina, Cynthia Rimsky, José Santos González Vera, un verso de Neruda y breves notas de la propia artista, que junto a fotografías de puertas de casas de la calle Maruri va contando la historia de cada lugar. Hay además fotos de la calle, de sus casas de fachada continua, un verso de Neruda (que vivió de joven en una pensión en Maruri, ahora demolida y convertida en un sitio eriazo donde se estacionan autos), imágenes de los rostros de los abuelos de la artista, fotogramas de películas antiguas (varios de ellos extraídos del filme Freud: una pasión secreta, de John Huston, 1962, entre otros), una imagen de los utensilios de trabajo del dentista Teodoro Rimsky (padre de la escritora, y cuya consulta estaba en la calle Maruri), imágenes de un niño jugando al trompo, dibujos de Arturo Prat y Miguel Grau hechos por alumnos de una escuela del barrio, un recorte de prensa sobre el incendio de un inmueble en el sector, un volante de una fábrica de maletas de la zona, un emblema extraído de la obra de Otto Vaenius, Amorum emblemata (1608), en el que se ve a un cocodrilo llorando a punto de devorar a un hombre, un retrato de Heráclito por Rubens y varias imágenes de agua de ríos fluyendo (de las que hay, de hecho, una al inicio, una al medio y otra al final del libro).
El libro se lanzó el sábado 7 de diciembre con un recorrido guiado por tres cuadras de la calle Maruri (de Maruri esquina Lastra a Maruri esquina Cruz) en las que el guía Luciano Ojeda contó la historia de algunas casas del barrio y habitantes suyos relacionados con esas historias tocaron música (unas piezas de violín el hermano de un detenido desaparecido aprehendido en un sindicato de trabajadores metalúrgicos, valses peruanos un par de inmigrantes que forman parte de la población más reciente del barrio) y mostraron sus habilidades con el trompo (unos niños del barrio, que entre otras destrezas, lo lanzaban al aire y lo recogían en su mano sin que dejara de girar).
¿Cómo leer esta conjunción de imágenes fijas y en flujo, palabras, recorridos y recuerdos, esta constelación de documentos, materiales, referencias y relatos? Hay varias pistas obvias para orientarse en el laberinto: las imágenes del río parecen remitir a la famosa frase de Heráclito acerca del tiempo (“Nadie se baña dos veces en el mismo río”), y al intento de la obra de rescatar del olvido fragmentos perdidos de historia. De hecho, la imagen del agua en movimiento en el video va de derecha a izquierda, en dirección contraria al avance de las páginas del libro, como si al dar vuelta sus páginas nos estuviéramos remontando corriente arriba, hacia sus fuentes, retrocediendo en el tiempo por medio del acto de rememoración. Creo que es precisamente ese esfuerzo por rememorar el que explica la presencia de las imágenes de la película de Huston sobre Freud, centrada en los primeros años de su trabajo, en los que comienza recién a esbozar los fundamentos de lo que llegaría a ser luego su teoría psicoanalítica. En esos años, Freud trataba a mujeres, catalogadas como histéricas, cuyos síntomas no parecían tener explicación fisiológica, y comenzó a explorar la idea de que sus padecimientos se debieran a memorias reprimidas de acontecimientos traumáticos, que al aflorar a la conciencia podrían dejar de oprimir a sus pacientes. Varias de las imágenes que cita Goic son de escenas en las que Freud o predecesores suyos como Charcot y Breuer hipnotizan a pacientes con el fin de que revelen sus memorias reprimidas. Uno podría pensar en esta obra, entonces, como un gesto terapéutico, en la línea en que se suele considerar el trabajo de la memoria colectiva de acontecimientos traumáticos, como un intento de ayudar a una sociedad a hacerse cargo de lo que no quiere recordar (o, en un giro más inquietante, como un esfuerzo por hipnotizarnos para permitir que afloren contenidos inconscientes).
Este esfuerzo por recuperar el pasado, por recobrar una memoria a contrapelo de la Historia oficial, es un ejercicio con mucho de melancólico, y creo que en esa línea podría leerse la alusión a las lágrimas de Heráclito, conocido como el filósofo que llora por el supuesto temperamento melancólico que le atribuyó la biografía de Diógenes Laercio. La imagen del cocodrilo, sin embargo, complica esta lectura: la frase “lágrimas de cocodrilo” suele utilizarse en el sentido de lágrimas falsas, insinceras, y si miramos con cuidado vamos viendo que este motivo de la falsedad permea toda la obra. La inscripción latina al pie de la imagen del cocodrilo que llora mientras está a punto de devorar a un hombre (y que Goic no incluye en el libro) dice aproximadamente: “Dicen que el cocodrilo tiene una naturaleza tal que llora mientras mata y devora hombres. El amor es diferente: ríe cuando hace perecer a los amantes.” En la misma línea, el verso que se cita de Neruda es elocuente: (“Uno no sabe cómo va hilvanando mentiras, / y uno dice por ellas, y ellas hablan por uno.”, pp. 22-23), y más aún lo es la letra de la canción “Miénteme”, que hace de banda sonora al video: “Hoy viviendo ya de tus mentiras, / sé que tu cariño no es sincero. / Sé que mientes al besar / y mientes al decir te quiero. / (…) Más si das a mi vivir la dicha, /con tu amor fingido. / Miénteme una eternidad, / que me hace tu maldad feliz.” Los pacientes de Freud en la película de Huston mienten también con frecuencia, se mienten a sí mismos y le mienten al perplejo protagonista, quien en algún momento formula el principio del psicoanálisis de que no siempre un recuerdo objetivamente falso es meramente una mentira, sino que muchas veces una fantasía, una ficción por medio de la cual funcionamos, una ficción cuya función es regular las relaciones entre conciencia e inconsciente, un relato que nos constituye como sujetos y es por lo tanto, en un cierto sentido, verdad, o al menos tan verdad como las ficciones teóricas a través de las cuales el psicoanálisis intenta comprender las zonas ocultas de la mente humana. El gesto de Goic es, entonces, más ambiguo: busca reconstruir los restos del pasado hurgando entre sus ruinas, removiendo restos y recuperando relatos, pero sabe que ese intento está condenado a cierta falsedad, o mejor dicho al estatuto ambiguo de la ficción, que desarma la oposición verdad/mentira (la propia película de Huston, relativamente fiel a la biografía de Freud, es un ejemplo de eso, con su música sensacionalista, sus actuaciones exageradas e inverosímiles para un espectador actual, sus efectos dramáticos que convierten el trabajo lento y seguramente tedioso de Freud en una especie de película de suspenso policial): el pasado es siempre una invención.
Sin embargo, esta obra no se agota en sus reflexiones sobre la memoria, la mentira y la ficción, la historia, el espacio y el presente, sino que es también una meditación acerca de la relación de las imágenes con estos ámbitos y con el tiempo y el espacio que los atraviesan y hacen posibles. Esta dimensión aparece en recursos como el del video que anima el libro, que convierte a la sucesión de páginas en un río tal como lo hacía con la calle Maruri un trabajo anterior de Goic (la video-instalación Río Maruri, del 2008), la presencia de los fotogramas en las páginas del libro, que fragmentan las secuencias fílmicas y arrancan un instante del flujo de la imagen-movimiento, fijándolo en la inmovilidad de lo impreso. Las páginas del libro, la imagen proyectada o vista en la pantalla del computador, el trayecto recorrido, los sonidos, las palabras, los recuerdos y los rostros evocados se vuelven entonces experiencias intercambiables, facetas de una ficción que se vuelve real al irnos adentrando en ella.
En un cuento de Kafka, titulado “El trompo”, aparece un filósofo que “andaba siempre dando vueltas por donde jugaban los chicos, y no bien veía a un niño que tenía un trompo se ponía al acecho. No bien el trompo comenzaba a girar, el filósofo lo seguía para agarrarlo. Le importaba muy poco que los chicos armasen un escándalo para mantenerlo alejado de su juguete; si lograba agarrar el trompo mientras éste seguía girando, se ponía contento, pero esto duraba sólo un instante; después lo tiraba al suelo y se iba. Resulta que él creía que el conocimiento de cualquier pequeñez, por ejemplo de un trompo que giraba, era suficiente para el conocimiento del todo; por esta cuestión no se ocupaba de cuestiones importantes; eso le parecía antieconómico; si uno lograba conocer realmente la más nimia pequeñez entonces podía ya dar todo por conocido, por eso se interesaba solamente por el trompo que giraba. Y siempre que se hacían preparativos para hacer girar un trompo, el filósofo tenía esperanza de que esa vez habría de ser, y no bien el trompo se ponía a girar se desataba en él, en desenfrenada carrera, la esperanza puesta en la obtención de la certidumbre, pero en cuanto tenía en las manos aquel infeliz pedazo de madera empezaba a sentirse mal, y la gritería de los chicos (que hasta ese momento no había oído y que ahora, de repente, penetraba en sus oídos) le echaba de ahí, y se ponía a tambalear como un trompo lanzado con un desafortunado golpe de piolín.” Creo que este filósofo y su fugaz felicidad al aprehender el equilibro precario del juguete que gira, siempre por tan sólo un momento, y que luego se convierte en un objeto estático, es una buena imagen del artista, y del trabajo que ha hecho Andrea Goic en Maruri tour. Quien compare la imagen del trompo que aparece en la portada con la imagen que aparece en la portadilla donde está el título “Prólogo” podrá darse cuenta de que uno es un dibujo de un trompo que aparece como estático por la velocidad de su rotación, mientras que en el otro el movimiento empieza a debilitarse, la línea vacila, prepara la pérdida del equilibro que precede a la caída que es un recordatorio de la muerte de aquel que sostiene en su palma el juguete, de aquel que dibuja su frágil silueta durante el instante en que danza, de aquel que contempla el dibujo y escribe estas líneas.
Imágenes
1. Trío «Los tres diamantes», http://inmortalesdelamusica.bligoo.es/trio-los-tres-diamantes
2. Otto Vaenius, Amorum emblemata, http://emblems.let.uu.nl/v1608109_compare_frame.html?position=left
3. Fotos del lanzamiento del proyecto, el 7 de diciembre, por Álvaro Hoppe.
4. Fotograma de Freud, una pasión secreta, de John Huston, http://www.blogdecine.com/cine-clasico/freud-pasion-secreta-fascinante-mirada-al-abismo-de-la-mente.
5. Portada y portadilla de Maruri tour.