Hasta el 13 de Octubre, la artista chilena Magdalena Atria (1967), presenta la exposición Love and Space en el Museo de Artes Visuales (MAVI). La muestra reúne una suma de trabajos individuales realizados durante estos últimos dos años sobre materialidades y medios diversos: plasticina, pintura, video, papel, totora, volantines o piedras son algunos de los recursos que utiliza la artista para propiciar un encuentro que estimula lo sensitivo a partir de la utilización de materiales de escasa tradición artística y a la vez un encuentro con el mundo de las ideas, capaces de construir un imaginario visual a partir del lenguaje de la abstracción.
Imágenes concretas y abstractas se pasean entre lo geométrico y lo orgánico, relacionándose con una dimensión emocional y sensitiva propia de los materiales y del carácter táctil que ellos poseen.
Misterio y Abstracción
Entro en la sala y percibo de inmediato una diversidad cercana y seductora, el color es quien invita y atrapa como si fuera un anzuelo. Lo primero es una “pintura” de plasticina instalada en el piso y ubicada de manera central en la sala 2 del museo. Love and Space (título de la obra) se impone con valentía, pues a pesar de su vulnerabilidad material se despliega a nuestros pies regalándonos la oportunidad de una nueva mirada, cercana y corpórea.
El lazo indisociable entre cuerpo y mente nos ha determinado históricamente en la relación que establecemos con los objetos que nos rodean, pues cada uno de ellos nos traspasa su propia información, compuesta de características físicas y también de cargas históricas. En este caso, es la plasticina, quien como objeto, promueve el vínculo que nos lleva a reconocer algo familiar en su textura y color. En cierta forma, podríamos decir que todos o la mayoría, tuvimos la oportunidad en nuestra infancia, de apoderarnos de ese material y que fuimos inevitablemente proyectando una cierta humanidad en él. Así como la plasticina, los objetos que nos rodean también se van empapando de características humanas, y de manera inversa, estas mismas particularidades, se expresan en nosotros como una alegoría de las conductas que deseamos o despreciamos.
Vuelvo a Love and Space para detenerme y percibir una multitud de formas orgánicas y geométricas que se afectan, se entrelazan o se abrazan a través del color, hay algo hipnótico en esa observación y es que de pronto siento que transito por un espacio infinito de combinaciones, como si existiera la posibilidad de visualizar un fragmento de universo. Entendiendo muy a grandes rasgos el significado de este concepto y sin la intención de sumergirme en su complejidad, me tomo de su definición básica para tratar de explicar una sensación; universo reúne todo lo que somos, materia, energía, espacio y tiempo. Esta definición rotunda me pone en un lugar incómodo, me interroga, pues en el fondo lo que encierra es un gran misterio, al igual que lo fue y de alguna manera sigue siendo, el mundo de la abstracción.
Si seguimos lo propuesto por Cor Blok en su libro Historia del arte abstracto, hacia 1910, un grupo de artistas se entusiasmó primeramente con la abstracción como una manera de creación de espacios imaginarios, en los que se podía experimentar algo misterioso, algo que, hasta ese entonces no se había podido expresar. Mas tarde, esta tendencia fue considerada por una parte, como una expresión de leyes universales o del espíritu humano, y por otra también se pensó que tal expresión del arte sería un medio para transformar el entorno, considerando que toda forma podría, en algunas circunstancias y no solo en el terreno artístico, parecer un cuerpo enigmático que esconde en sí la llave de significados ocultos.
Algo de aquel cuerpo enigmático se percibe al observar las cinco pinturas monocromas y de carácter irregular que han sido montadas de manera simétrica en la sala, tres al frente y las dos restantes una a cada lado. Estas pinturas tienen la cualidad de ir cambiando de color a medida que el observador se desplaza y sus títulos respectivamente son: Aire, Fuego, Éter, Tierra y Agua (pintura poliuretano sobre aluminio compuesto). Nuestra mente, animada por los títulos que sugiere la artista, se traslada a épocas presocráticas o a “los cinco grandes elementos” (pancha majá-bhuta) de la filosofía hinduista, con la intención de descubrir una cierta relación entre lo concreto y formal de lo observado, y un posible origen mental o espiritual del trabajo. Después de reflexionar un momento sobre estas ideas, lo que me queda, es nuevamente la duda frente al carácter indescifrable que ronda como una constante al campo de la abstracción.
Antes de seguir el recorrido, me detendré en el video titulado Dreams come true, el cual funciona como antesala a la intervención realizada dentro del Museo Arqueológico, situado al costado derecho de la sala 4. Una serie de esculturas policromas (arcilla y plasticina), se distribuyen de manera intercalada entre las piezas precolombinas y coloniales que ahí se exhiben, poniendo en evidencia la tensión que existe entre un espacio que reúne piezas de carácter ancestral y anónimo, y otro que presenta obras de arte contemporáneo de conocida autoría.
El video aborda a través de la imagen el vuelo sincronizado de una bandada de pájaros y el audio corresponde a la extracción de frases de canciones populares. Mientras observo las variadas figuras, que de manera sutil, dibujan en el cielo un grupo extenso de aves, Dreams come true se va repitiendo y matizando a través de variados ritmos, dando cuenta de un ideal colectivo que se expresa desde el sonido y que refiere a melodías provenientes de diferentes épocas. De manera natural se produce una conexión instantánea, similar al caso de la plasticina, pues la música tiene el poder de enmarcar un pasado o trasladarnos a un momento particular de nuestra historia.
Los Objetos percibidos
La obra Encuentros Casuales, se constituye a partir de objetos encontrados. Una diversidad de piedras de proporciones similares se ubican delicadamente a lo largo de una repisa blanca, recordando el antiguo arte contemplativo japonés del suiseki, el cual consideró a cada piedra elegida como una obra única creada por la naturaleza. Pero no solo la elección de cada una de ellas está presente en el trabajo, todas han sido intervenidas en relación al color y la textura a través del uso de un material denominado “fibra de rayón”, materia prima para la industria textil y comúnmente utilizado en la fabricación de artículos decorativos. El material otorga a cada piedra, una textura aterciopelada y colorida como si fuera una segunda piel o como si alguien hubiera hecho el trabajo de personificarlas y vestirlas.
Estos pequeños objetos no pasan bajo la mirada como objetos absolutamente conocidos; al contrario, la detienen, la interpelan, le comunican su “esencia secreta”, como un susurro a gritos, su condición material se expresa brutal y sutilmente frente a nosotros.
Para las culturas antiguas de oriente, la belleza natural expresada en algunas piedras constituyó la base de un simbolismo filosófico. Por ejemplo, para los budistas, estas piedras fueron la representación del Monte Shumi, considerada la montaña del eje del mundo; para los taoístas, simbolizaron la Isla Hörai, isla de los bienaventurados o paraíso; para los japoneses sintoístas estas inusuales piedras fueron una demostración de la fuerza espiritual de los dioses.
Así, en la aparente simpleza de una elección y en el acto meditativo de una contemplación, una pequeña piedra puede convertirse en el estímulo adecuado a través del cual nuestra mente y nuestra intuición transforman un objeto común en otro pletórico de símbolos personales, culturales y ancestrales.
El entorno, como manifestación sensorial, obviamente condiciona y promueve la producción de toda obra. Un ejemplo de esto nos da Kandinsky en su libro Mirada retrospectiva, entregando una detallada descripción respecto a la relación personal y única que establece con el mundo que le rodea: “Toda cosa muerta palpitaba. No solamente las estrellas, la luna, los bosques, las flores, de que hablan los poetas, sino también una colilla en un cenicero, un botón blanco,(…) el charco de agua de la calle… Todo eso me mostraba su rostro, su ser interior, el alma secreta que con más frecuencia calla que habla.” (p. 99)
A mi parecer, Love and Space apela a establecer nuevas relaciones, propicia un encuentro inaugural con los aspectos materiales de un diario vivir y suscita en algunos casos, una especial atención dispuesta a conectarse con la realidad de manera distinta, atenta, tal vez, primaria. Magdalena Atria transita por lo cotidiano desde una mirada delicada y perceptiva, transformando su mundo y el nuestro como espectadores, haciéndonos partícipes de un re-situar particular, humilde y sorprendente.
Esta nota forma parte de una serie de artículos co-editados con Taller BLOC.