Quisiera partir valorando el carácter interdisciplinario del trabajo que presentamos. A través de una revisión acuciosa de la producción teórica y visual de Gusinde, confrontada a un conjunto muy heterogéneo de lecturas, la autora configura un objeto complejo que interesa por igual a la antropología, la historia, la etnografía, la teoría fotográfica, los estudios culturales, los estudios patrimoniales y los estudios de la imagen. Sin inadvertir esta riqueza interdisciplinaria, me interesa poner particularmente de relieve la contribución que significa a los estudios visuales y en especial a aquellos que desde hace algunas décadas vienen explorando el imaginario indígena americano. En este terreno se han producido importantes contribuciones recientes -en el trabajo de autores como Peter Mason o Elizabeth Edwards, fuera de Chile y dentro de él de Margarita Alvarado, Cristian Báez, Carolina Odone, Pedro Mege, por nombrar a algunos autores. Ello ha activado la discusión en torno a la tríada fotografía-cultura-memoria y ha hecho posible algo que no siempre la historia del arte ha logrado en nuestro medio: que las imágenes nutran la reflexión sobre la historia social y cultural que nos atañe.
En relación con los estudios visuales pienso entonces el aporte de este trabajo, que incide en este campo a partir de ciertas decisiones fundamentales. En primer lugar, la decisión de abordar la producción fotográfica de Gusinde, poniendo definitivamente fin a un largo período en que ella se abordó como complemento ilustrativo de la teoría científica escrita, sin herramientas teóricas que hicieran justicia a su singularidad como discurso visual. Si pensamos, a partir de la lectura del libro de Marisol en el modo en que la fotografía de Gusinde contribuyó durante el siglo XX a la construcción del imaginario del fin del mundo; cómo incidió en el mismo despliegue de la fotografía como lenguaje, en la construcción cultural de la mirada antropológica, de la mirada occidental sobre lo salvaje, lo exótico y lo periférico, nos asombramos de cuántas décadas transcurrieron antes de que surgiera la voluntad de poner estas imágenes, por sí mismas, en el centro de la observación. Marisol Palma lo hace aquí de manera ejemplar, proponiendo lecturas detalladas de series de imágenes de Gusinde, reconstruyendo en algunos casos las condiciones de la toma, estudiando la situación social de los fotografiados que la imagen deja impiadosamente a la luz, escrutando su entorno natural y vinculando todo ello al programa científico y misional que guía los pasos del fotógrafo. Todo esto apoyado con reproducciones de buena calidad, lo que resulta un aspecto muy estimable del trabajo editorial.
Por otra parte, la investigación de Marisol Palma desborda por completo la mera relación a la imagen fotográfica de Gusinde como ilusión descorporizada y ese es un segundo aspecto que lo marca como un aporte clave a los estudios visuales. La imagen es asumida aquí en su materialidad, lo que significa que lo analizado es en gran medida el sistema de representación visual que opera en ella como estructura. Los que se abordan son entonces protocolos de la mirada culturalmente normalizados, aparatos técnicos de producción que son consistentes con estadios técnicos históricos y procedimientos económicos de circulación. Esto último es fundamental, como decía, para sopesar el aporte que este libro hace a un campo de estudios visuales que se va definiendo a sí mismo en la medida en que demarca su preocupación por los usos y funciones culturales de la imagen, y por las significaciones que derivan de los eventos sociales de su recepción. No es lo mismo la foto de Gusinde, archivada en Antrophos, institución ubicada al centro de la alta cultura científica europea, que ofrecida en nuestro tiempo como postal turística en una feria artesanal del sur de Chile. La foto adquiere significados que dependen de la función social que cumple, del estrato del campo visual en que circula y de los ojos que la miran –y esta investigación revisa con mucho rigor cada una de esas determinaciones.
Muchos ojos parpadean en su trayecto investigativo, de hecho. Desde luego en primer lugar los del mismo Gusinde, cuya sensibilidad mayor le permitió exponer intensamente el lente de su cámara a una cultura cuyas creencias y visiones de mundo le eran radicalmente ajenas. Pero también emergen los ojos de los fotografiados, que miran al lente casi desde la desaparición que los acecha, los ojos de los antropólogos físicos y anatomistas que a principios del siglo XX encontraron en estas imágenes herramientas para apoyar o refutar sus teorías raciales, de los fotógrafos criminalistas que vieron en ellas replicados algunos de sus métodos de captura, de los comerciantes que descubrieron su potencial de espectáculo, incluso encontramos los ojos de los agentes políticos chilenos que en los años 70, a fuerza de varios forzamientos interpretativos, vieron las imágenes de Gusinde como hitos para marcar soberanía cultural en un territorio austral en disputa. Todos estos ojos y otros desfilan ante los nuestros, mediados por los de la autora, especialmente sagaces a la hora de recorrer las imágenes y conjeturar el estatus y el estado de ánimo de los representados, su interés o sorpresa, su cansancio o aburrimiento durante la faena de posar, las formas soterradas de su resistencia.
Entre las instancias contemporáneas de recepción de las fotos de Gusinde que son analizadas por Marisol, es importante la reseña de publicaciones que a contar de los 80 las pusieron al alcance del receptor hispanohablante. La traducción de las monografías de Gusinde en Argentina fue el hito detonador de una cadena de sucesos editoriales de las que este mismo libro hace parte. En su último capítulo, la autora reseña una especie de itinerario de retorno que nos deja apreciar cómo las fotografías de Gusinde fueron volviendo a América del Sur, tras décadas en que reposaron en los archivos europeos y fueron fundamentalmente patrimonio de la comunidad científica. En ese retorno vemos emerger al Gusinde que interpreta sin mayores resistencias la pasión civilizatoria propia del científico misionero europeo de principios del siglo XX, pero también al otro, al cazador de sombras, al que en el interludio de las grandes catástrofes que sacudieron a Europa usó la cámara para admirar y retener la imagen de un tipo humano remoto, que era también el depositario de una inmensa tradición cultural a pasos de la extinción.
Junto con las más destacadas exposiciones que han ido a la busca de ese Gusinde complejo, la autora repara brevemente en la recepción que hizo de él el arte contemporáneo chileno de los 70 a los 90, especialmente la obra del artista Eugenio Dittborn. No es un detalle menor haber alcanzado en la pesquisa ese dato algo recóndito. Fueron ciertos artistas visuales chilenos quienes advirtieron en forma temprana, respecto de los historiadores o los antropólogos, que la fotografía tomada y coleccionada por Gusinde aportaba pruebas materiales de las tensas negociaciones simbólicas y técnicas que construyeron, para occidente moderno, la imagen del habitante de América del Sur. Por eso las extrajeron de viejos libros y las ampliaron a una escala provocadora, por eso tal vez las sumieron en una reflexión dolorosa y oscura, propia de los dramas de esos años, sobre la violencia cultural y la crisis de identidad. El libro de Marisol funcionaría, me parece, como una clave muy apropiada para leer obras de arte producidas en Chile en el contexto de la avanzada, que incorporaron la imagen fotográfica como prueba y herramienta de crítica cultural.
No quiero dejar de observar el pasaje que cierra la revisión de los eventos de recepción reciente de las fotografías de Gusinde, y sirve también como una especie de cierre de la investigación que contiene el libro. En ese pasaje, el único escrito en primera persona, la autora relata cómo tras viajar al sur en las últimas fases de su trabajo, dispuso las imágenes de Gusinde ante tres mujeres yaghanes de Ukika, vestigios vivos de la parte fotografiada. Ellas miraron las fotos haciendo recuerdos en voz baja. Pudiera interpretarse ese fragmento final, cargado de emotividad, bajo la lógica de la restitución simbólica de la imagen del antepasado indígena a una comunidad que sería su más legítima dueña o heredera. Me parece, sin embargo, que el carácter del trabajo de Marisol pide una consideración más cuidadosa de ese final. Pensarlo tal vez como una forma de ponderar el papel que a esta misma investigación le cabe en la cadena de sucesos de proyección y recepción que han construido, pasando muy fundamentalmente por la diseminación de las fotos Gusinde, la imagen del fueguino.
En esa cadena el momento propio de este libro podría ser el que inscribe la imagen legada por Gusinde en un álbum familiar; el momento que marca el inicio de una asimilación no traumática de esta imagen desde el horizonte cultural de la parte fotografiada, un momento demorado que drena la sangre en el ojo propio y permite por fin el escrutinio crítico, rotundo, severo como el aquí encontramos, del ojo que fotografió. El libro de Marisol Palma nos entrega una radiografía de ese ojo cultural, de sus capacidades y de sus cegueras, en un gesto que restaura el lugar y la dignidad del objeto observado y eso es uno más de sus múltiples méritos.
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N. del E. Esta presentación fue leída en el lanzamiento del libro de Marisol Palma Fotografías de Martin Gusinde en Tierra del Fuego (1919-1924). La imagen material y receptiva (Santiago: Ediciones Universidad Alberto Hurtado, 2013) el 7 de mayo del 2013 a las 19:00 hrs., junto con otros textos de Carlos Sanhueza (académico del Departamento de Ciencias Históricas de la U. de Chile); Gastón Carreño (Investigador del Área de Psicología Social, Facultad de Psicología UAH) y Claudio Rolle (historiador y académico P. Universidad Católica de Chile). Ana María Risco es directora del departamento de arte de la UAH.