Durante mayo de 2013, la artista chilena Pilar Mackenna (1985) presenta la exposición Un lugar imposible en Galería XS (Santiago, Chile). Tras subir la escalera del recinto, nos encontramos con varias acuarelas enmarcadas, en tamaño pliego (de 100 x 70 cms. aproximadamente); a la derecha, dibujos sintéticos, cuadrados y bastante más pequeños (de 10 x 10 cms.) dispuestos como notas dejadas en el muro. Luego, una instalación con unos volúmenes de formas vegetales y geométricas confeccionados fundamentalmente con papel y distribuidos en una esquina. Al fondo de la sala, dos sobre-relieves de madera colgados en la pared que presentan unos papeles organizados como plantas. Son cuatro conjuntos de obras.
Hablar de dibujo, instalación o categorías del tipo, la verdad, resulta algo dudoso: líneas de grafito se integran con manchas en las acuarelas, la intervención en la arquitectura juega, paradojalmente, a darle autonomía a ciertos objetos y los sobre-relieves son collages tridimensionales o maquetas colgadas de pie. Si hubiese que referirse técnicamente a las obras solo cabe citar a ese cajón de sastre que es la técnica mixta. En todos los casos se repite el papel como material, es un enlace entre las obras. La misma función cumple el color blanco: hace flotar las cosas a su alrededor; predominante en las acuarelas, reaparece eléctrico en los muros, como si antes no hubiese existido. Abunda entre colores que solemos identificar con ropa y piezas de guagua. Colores que aspiran a una intensidad o que alguna vez la tuvieron.
La calma, gratificación y hasta ternura que primeramente provoca el trabajo de Pilar Mackenna da paso al desconcierto, a la perturbación, a lo ominoso. A la angustia de la duda, de no saber bien qué vemos o qué pasó en ese relato amable propio de un cuento de niños.
Las figuras que Pilar Mackenna pinta, dibuja y construye pueden simplificarse en dos fuentes, aparentemente antagónicas: arterias, espinas, corales, hojas, helechos, pétalos, plumajes, aves, volcanes y, en un segundo grupo, cajas, plataformas, piscinas, tuberías, pirámides, rectas y diversas construcciones geométricas. Se trata de la vieja alusión al mundo natural en tensión con la cultura. Está encarnada ya en los propios materiales que utiliza, en el papel fundamentalmente, de un origen vegetal remoto.
Me atrevería a decir que en Un lugar imposible prima la relación de un mundo sicológico con un mundo exterior. Éste último se encuentra repartido entre el paisaje natural y el progreso técnico, con señas, sin duda, angustiantes: hay plataformas vertiginosas, flotantes, manchas y ríos como derrames de petróleo.
“El sueño de la razón produce monstruos”
Fue Roland Barthes (1915-1980) quien aludió a la poesía e ideología como dos modos igualmente intensos de entender el siglo XX; si se me permite: incertidumbre o creencia, sugerencia o evidencia, deriva o guía, bucear bajo las profundidades de la interpretación (subjetiva) o navegar sobre la luminosa superficie. Puede tratarse de una actitud doble o tal vez de una oscilación que venía de antes.
Si el romanticismo hizo del individuo el gran tema de sus obras (sustituyendo a la alegoría mítica, al evento histórico y, de algún modo, al retrato por el auto-retrato), corrientes ligadas a él, como el surrealismo, emprenden un viaje hacia la introversión. Descreen de la razón y rechazan su culto fanático: los años del Terror, los distintos tipos de explotación de la Revolución Industrial o la violencia inherente a un Estado-Nación.
El mal llamado “arte político” supuestamente batallaría con los artistas introspectivos. Lucharía por la interacción social, por lo público. Su versión más demagógica sería la propaganda pero incluso el típico ejemplo del caso, el realismo socialista, mostró no eliminar el juego metafórico ni las diferencias estilísticas. Si la muestra de Pilar Mackenna es un ejemplo de lo contrario o de algo bastante distinto al “arte político”, no deja de acechar la pregunta de cuándo una legítima defensa y exploración de la subjetividad da paso al endiosamiento del artista, actualmente al ovacionado art star (no es coincidencia que así se titule el primer reality show en artes visuales). Reacio a adoptar causas comunes, el arte de las últimas dos o tres décadas torna particularmente inquietante la pregunta.
El repertorio visual de Un lugar imposible podría, al mismo tiempo, ser objeto de otra duda: por qué unas acuarelas o unos papeles plegados tendrían poco que ver con cuestiones sociales. ¿Solo traspasan el territorio de lo privado por el hecho de mostrarse a un espectador?
Ondas
Aquella isla y sociedad inalcanzables que dieron origen al concepto “utopía” por Tomás Moro (1478-1535), de algún modo, están presentes en Un lugar imposible. El título de la exposición casi equivale al significado etimológico del término (“lugar inexistente” o “no lugar”). Claramente nos encontramos en la galería ante una tierra soñada pero, ¿prometida o perdida? ¿Un país que nunca llegará o que nunca fue?
En Chile, obras de Mariana Najmanovich, Carlos Ramos, Christiane Pooley, Francisca Valdivieso, entre otras, configuran un diálogo en el que Pilar Mackenna participa. Vinculan lo biográfico y lo ominoso a través de la pintura (aunque en el caso de Valdivieso hablamos de “esculturas policromadas”). Estos artistas nacen en la década de 1980; experimentan la dictadura militar en la niñez y en la década de 1990 se asoman a un país que intentaba recomponer los valores republicanos, sobre o bajo una ebullición capitalista. Un revival surrealista podría, en general, tener relación con la “cacofonía” tan propia del entorno urbano, intensificada por Internet. De algún modo, los surrealistas auguraron la fragmentación, saturación y convivencia de estímulos de muy distinta índole que caracterizan las ciudades del tipo mall (en permanente cambio y apropiadas por la publicidad) y, más aún, las que simultáneamente abrazan el progreso sin dejar la pobreza; un día a día, también, repartido entre la presencia corporal y la virtual, estando uno mismo dividido entre un aquí y un allá.
Un lugar imposible se suma a una búsqueda sicológica, valiéndose de signos provenientes de cuentos infantiles, de la botánica, de la zoología y de la arquitectura. No hay contradicción aquí pues si los sentidos son algo más que puentes entre el exterior y el interior del individuo, ésta se nutre -entre otros recursos- de imágenes del entorno que la artista sondea periódicamente en su cabeza, particularmente en los pequeños dibujos cuadrados.
Tales apuntes constituyen una suerte de colección de pictogramas que propicia y provee de soluciones gráficas para obras de mayores dimensiones. Muestran un momento que batalla con las primeras imágenes mentales que fluyen con recuerdos inmediatos y de larga data: lo que ha quedado grabado en el cerebro, quién sabe por qué, lo que dejan consigo ríos, manchas y pinceladas acuosas de Pilar Mackenna.
Como electrodos conectados al cuero cabelludo de la artista, los lápices y pinceles en estos apuntes, de algún modo, cifran impulsos eléctricos o, al menos, uno de sus posibles efectos. Llevando la analogía bastante lejos, sus pequeños dibujos configuran un arcaico EEG (Electroencefalograma). Posiblemente, las ondas Theta (propias a un sueño en vigilia y, de los cuatro tipos en el cerebro, principalmente relacionadas a resultados creativos) están indirectamente registradas en los “bocetos”. Al mirarlos desprevenidamente en la galería, los ojos se sumen en una inercia similar a esos primeros minutos de la mañana, entremezclando el letargo y la concentración. Curiosamente, la neurociencia nos dice que ese es el mejor estado para solucionar ingeniosamente problemas y tener ocurrencias sorpresivas.
A veces, Pilar Mackenna trabaja sus apuntes en la mañana. Distinto de lo directo e instantáneo de los dibujos automáticos surrealistas, la artista juega en la ambivalencia de fijar con detenimiento las imágenes mediante unos colores elusivos que, de hecho, se evaporan. En cierto sentido, el agua de la acuarela representa aquello que se le escapa y a nosotros también, cuando miramos su trabajo. Lo que creemos concluir o reconocer, lo estable, no alcanza a constituirse. Materialmente, no solo la acuarela, sino el grafito, los lápices de color y el papel orquestan esta fragilidad que los motivos dibujados, y también los convertidos en volumen, no hacen más que acentuar.
Surrealismo imposible
Lejanamente resopla la cruzada de André Breton (1896-1966), a la cabeza del surrealismo internacional: desestabilizar radicalmente las relaciones habituales con que significamos el mundo para reconstruirlo, desde sus bases, artísticamente. ¿La poesía como ideología, citando nuevamente a Barthes?
Si el arte (no solo el de sensibilidad surrealista) intenta rehuir las clasificaciones estancas, de un orden rígido, la obra de Pilar Mackenna puede ser un testimonio de que el espacio sicológico y el social, el biográfico y el público, el infantil y el adulto, el natural y el cultural, no están separados. De algún modo, nos pregunta cómo despojarnos de prejuicios al respecto si, por ejemplo, los medios de comunicación han ayudado a desactivar la insubordinación surrealista, apropiándose de su estética y sus estrategias. La respuesta de Un lugar imposible parece estar menos en el shock, en despertar el deseo (de consumo) e invadir la “arena pública”, armas principales de la publicidad, y más en el trato personalizado que hurga en un trauma común: el fin de la niñez y la opresión de civilizarse. Sobre todo, antepone un velo que enrarece la lectura inmediata o normativa y, tal vez, toda lectura.
Quedamos en blanco. La sala, resaltada como escenario blanco, convertida en un “sin fondo” fotográfico, nos saca enfáticamente de contexto, quizás, para invitarnos a reconfigurar un yo y su conexión con las cosas, con ciertas cosas. Para resetearnos, al menos por un momento.
Esta nota forma parte de una serie de artículos co-editados con Taller BLOC.