Insistiré en una afirmación que, a estas alturas, se ha vuelto más o menos obvia: resulta difícil y a ratos hasta intimidante escribir y/o hablar en torno a la obra de Roberto Bolaño cuando, a casi diez años de la muerte del escritor ¿chileno?, contamos con numerosas –y, en no pocas ocasiones, sumamente lúcidas– lecturas de sus textos. Junto con ello, el gran interés que ha despertado su producción literaria implica el riesgo de instaurar una interpretación estandarizada que delimite un único acceso oficial a Bolaño. No obstante, el innegable talento narrativo de este último basta para querer recorrer, una vez más, los rincones y pasadizos del universo que creó.
Hasta el momento, Los sinsabores del verdadero policía (2011) constituye el capítulo más reciente de dicha gloria póstuma. Hallada entre papeles y archivos de computador, la novela no sólo ofrece una trama inquietante, sino que, en tanto objeto inacabado, sugiere lo que el crítico Ignacio Echevarría formula en el prólogo a la edición –también póstuma– de El secreto del mal (2007): “La obra entera de Roberto Bolaño permanece suspendida sobre los abismos a los que no teme asomarse. Es toda su narrativa… la que parece regida por una poética de la inconclusión” (8). De este modo, el texto entraña un conjunto de preguntas sin respuesta respecto a la naturaleza y/o el sentido de una historia que se nos presenta a la vez simple y enigmática.
Óscar Amalfitano es un profesor de literatura exiliado tras el golpe de Estado en Chile. Viudo desde hace años, vive en España junto a su hija Rosa y trabaja en la Universidad de Barcelona hasta el momento en que deviene objeto de una nueva expulsión: el establecimiento lo despide debido a que se involucra sexual y amorosamente con Padilla, un estudiante excéntrico y apasionado con quien mantendrá en lo sucesivo una delirante relación epistolar. A partir de este punto, el relato sigue un curso insospechado: tal como en Los detectives salvajes (1998), aparece el desierto mexicano lleno de personajes cruzados por la violencia y la perplejidad. En medio de todo, la figura del escritor francés J.M.G. Arcimboldi atrae sobre sí el interés por una literatura distinta y desconcertante.
Así, la obra está compuesta por una serie de fragmentos que, al menos en apariencia, no siempre guardan un vínculo directo. Sin embargo, cada uno de estos elementos parcialmente autónomos –las historias paralelas, los pasajes repetidos en Los detectives… y la propia bio–bibliografía de Arcimboldi– aporta una pieza fundamental al desarrollo de la fábula; de ahí que, en la nota preliminar a la novela, Juan Antonio Masoliver Ródenas señale que “…las situaciones, las escenas, son unidades cerradas que sin embargo se integran en una unidad superior no necesariamente visible” (10).
Por lo demás, cabe aventurar que, si el aclamado escritor hubiera tenido la oportunidad de concluir su proyecto, probablemente la versión final de éste sería semejante a la publicada por la editorial Anagrama, ya que él mismo declaró: “El policía es el lector, que busca en vano ordenar esta novela endemoniada” (8). Con todo, el vértigo de ignorar la forma definitiva de la obra acaso radicaliza las intenciones del autor, para quien el lector está encargado de rastrear las señales inscritas en el texto.
Dicho lo anterior, parece evidente que Roberto Bolaño actualiza aquí una forma particular de componer novelas, un arte narrativo que se reconstruye una y otra vez sobre la base de un juego implacable donde tienen lugar las digresiones, el humor, las referencias literarias y, sobre todo, una disposición provocativa y desafiante hacia quien, con el libro entre las manos, organiza a su manera los materiales que tiene enfrente sumido en un laberinto de pistas deliberadamente confusas.
En algún momento, el escritor barcelonés Enrique Vila–Matas estableció un paralelo entre Los detectives salvajes y Rayuela (1963), obra capital que, a mi juicio, también arroja luz sobre nuestra lectura de Los sinsabores del verdadero policía. De hecho, es imposible que la misteriosa presencia de Arcimboldi no nos recuerde al igualmente inescrutable Morelli, personaje mediante el cual Cortázar no sólo nos propuso una nueva literatura, sino, además, ensayó otro orden para la totalidad del universo. Pese a ello, Bolaño niega cualquier posibilidad de un manual de instrucciones cortazariano y, en cambio, deja caer sin demasiados filtros el pulso de un mundo de imágenes acaso tan huidizas como la realidad de la que se hacen eco.
Bolaño, Roberto. Los sinsabores del verdadero policía. Barcelona: Anagrama, 2011.