Para mí Jorge Polanco (1977)[1] alcanza con este poemario legítimamente toda la resonancia de su nombradía. Quiero decir que con Sala de espera(Valparaíso: Alquimia Ediciones, 2011) el poeta encuentra, instalado en el espacio virtual que es toda escritura o, como se dice en la contratapa a modo de cuasi poética, palabrería silenciosa donde “germina el lugar de una constelación”; quiero decir que halla el poeta por fin su propia voz. Esto no es de menor importancia, aunque parezca cliché y, además, vaya contra lo que ya sabemos, que en literatura no existe tal, que no hay propia voz –no voy a detallar la lista de quienes han tenido el coraje borgiano de reconocerlo y, más relevante todavía, asumirlo…
La nombradía poética de Jorge Polanco es innegable a partir de ahora en nuestras letras, y esperamos que la suya llegue a situarse en las del idioma a todo su ancho, como les ha acaecido a algunos de los poetas chilenos, por ejemplo Enrique Lihn, sólo para nombrar a uno y muy caro intertextualmente para Polanco, autor ya del libro Las palabras callan (2005) y de las plaquettes Umbrales de luz (2006), Cortometrajes (2008) y Ferrocarril Belgrano (2010); también, y muy significativamente, de un ensayo sobre la escritura de Lihn: Zona muda (2004).[2]
[Una observación instantánea: si miramos bien estos títulos de Polanco veremos que en todos ellos se revela la imagen de la ‘sala de espera’, o sea el anticipo, el umbral de algo que está por venir –hay por cierto aquí un dejo o un click por hacer a la obra de Maurice Blanchot, particularmente aquí Le Livre à venir (1959) que todos conocemos; o también, podría argumentarse que se trata no del anticipo, del umbral inicial sino que del fin, del otro umbral del lenguaje, el del silencio final –ése del que está compuesto el cosmos y que no entendemos, (mucho) menos con palabras y que tal vez sea la música el único arte que nos lo ha podido ayudar a imaginar, lo cual es ya un viejo tópico-, aquel silencio que viene cuando la poesía –y por ende todo lenguaje, todo empeño humano- ha agotado sus recursos y se ha agotado indefectiblemente…]
A propósito de instantánea, de imagen, etc., de “la espera de una voz reclamando una imagen” (contratapa), habría que hacer, al menos, dos acotaciones: a) una de corte digital, especulativa, y b) la otra de índole cuasi testimonial, interpretativa:
a) si este libro de Polanco tuviera algo que ver con el ‘libro por venir’ de Blanchot, diríase que esa frase “la espera de una voz reclamando una imagen” (y perdón que insista tanto en ella, pero me sirve para mostrar sus ‘señales de ruta’ –otra frase que se ha ido perpetuando en la historia poética nacional y que, como sabemos, alude a Juan Luis Martínez vía Pedro Lastra y Enrique Lihn, quienes no están lejos de nuestro poeta presente[3]), se diría que esa frase, en tanto en la “voz” acordemos identificar a la vez al sujeto poético (múltiple en tanto hay varias voces que se expresan) y a lo expresado por éste(éstas) -o sea, el viejo enunciante y enunciado-, el libro de Polanco es un libro que espera y que reclama, ya que no es de su tiempo, es un libro al antiguo uso (que pertenece a la ‘print culture’) que de alguna manera presiente el libro por venir, el que, en corto plazo, será (y ya está siendo, aunque no todavía en el espacio literario) lanzado como el libro con pantalla incluida, donde primará, en un principio, el video de toda suerte como una ‘viñeta’ animada que pondrá (algo d)el texto en movimiento, en acción, en objeto de lectura visual…[4] Por lo tanto, yo diría que ambos, sabiéndolo o no, eso no importa, esperan y reclaman una imagen –como la entendemos hoy-: el pixel móvil y enmarcado interpretando (acompañando a) lexemas y morfemas…
dejando la especulación (sin terminar, pues la ocasión demanda cierta velocidad)…
b) si hubiera que encontrar el ‘template’ de los poemas de este libro de Polanco, sugeriría que (casi) todos son ‘negativos’, en su sentido fotográfico/fílmico:
“o quizás estas divagaciones se deban
al pulso de los latidos que zumban con fuerza
en la frente, negativos de una memoria
que no sabes si te pertenece,” (“Plano fijo”, p. 21; mías las cursivas)
… y que si hiciésemos el olvidado ejercicio de mover rápidamente sus páginas con el pulgar nos aparecería una especie de video mudo (y atónito), en tanto su trasfondo es una pregunta (metafísica y pragmática a la vez, aunque esto pueda parecer una aberración, pero es que ése es el nódulo de la cuestión) incontestable y así se cierra el libro [no hay que pasar por alto el enlace a una canción de Víctor Jara y a la valentía de proponerse lo nuevo con lo que ya se tiene]:
“Quién escribe un canto valiente
que sea por siempre canto nuevo, […]
quién” (“Ferrocarril Belgrano”, p. 58)
… un video que (imaginamos), con su rústica pixelación, nos trae la rúbrica de la nostalgia adquirida, puesto que en gran medida el libro y la voz, monologando, ponen en escena el drama/trauma de “[…] una memoria / que no sabe[n] si te [les] pertenece” (volviendo a los versos ya citados), la memoria de una tragedia, la del 11/09/73:
“No viviste el 73, pero sí el temor
de la radio que comunicaba una voz adusta,
el lenguaje oculto que anunciaba
una noche interminable,
[…] la conciencia
capturada por un incendio
o una voz rastrera que llama en la trastienda
a esa parte muda de la infancia.” (“Plano fijo”, pp. 18-19)
… en fin, la voz de una generación que vivió el 73 desde el rincón oculto (sólo alumbrado por la TV) de la infancia; y la voz de la siguiente generación que no lo vivió (porque simplemente nació después), y de la siguiente…, y así hasta la de los adolescentes y niños de hoy (27/09/2011), atrapada(s), inmóviles, paradójicamente, como estatuas de sal, en el recuerdo de un pasado que, en sentido estricto, no vivieron/han vivido, pero que, como en todo trauma, incluso en el adquirido (es decir, ése que en rigor no “te pertenece”, que te lo puso espinoso en la cabeza la sociedad en su bautismo civil –para no hablar del otro-), se impone, ya que “el pasado [es] una pendiente” y “la idea de contar la historia es un fardo” (“Mallorca y Leningrado”, p. 49); entonces, si el poema y la historia son preguntas (p. 50), ésta de Polanco une a ambos y se nos hace a todos nosotros: “cómo es eso de vivir en una herida?” (p. 49). Curiosamente aquí se hermanan este poemario de Polanco y la reciente película, Nostalgia de la luz (2010), de Patricio Guzmán, lo que no hay que pasar por alto. Aquél con un develamiento de las trampas de la memoria; ésta con una invitación a hacer un ‘facing up’ necesario y mitigador de nuestro dolor…
Bien, como es obvio, en Sala de espera hay mucho más, como los poemas de viaje, la elegía, pero creo que este par de acotaciones servirían para explorarlos también. Por lo pronto dejemos ahora, entonces, al poeta porque el poeta no soy ‘yo’ –y digo esto con un aire filosóficamente post-humano.
*Texto leído en la presentación de Sala de espera en el bar Rapa-nui en septiembre del 2011.
[1] Se puede ver su archivo de Letras s5 aquí.
[2] Cuya reseña acometí en su momento para Taller de Letras 37 (2005) de la Pontificia Universidad Católica de Chile.
[3] Línea que siguió Tevo Díaz en su video documental Señales de ruta del poeta Juan Luis Martínez (2000).
[4] Aquí podría citarse y verse un ejemplo reciente: Fantasía de Alejandro Zambra, diseñado por Gabriel Oyarún (del Cuarto año medio C del Liceo José Victorino Lastarria) para Librosdementira.com. El e-libro trae en la página 23 un video donde Gabriel presenta, resume el texto de Zambra y, finalmente, justifica su proyecto.