Agradezco la invitación que me ha hecho Cristóbal para presentar Sumario. Creo que sus poemas ofrecen muchos aspectos que vale la pena comentar.
Desde ya, el desafío que plantea una escritura que resulta asombrosamente evidente, porque dice lo que dice de una manera muy directa, y porque además ella misma se encarga de decir por qué lo dice y cómo lo dice. También la pregunta acerca de una poesía que recurre a géneros y a autores antiguos para referirse a personas o acontecimientos muy reales y contingentes, aquí y ahora. Pienso, ciertamente, en la sátira, aunque también en el epigrama, la comedia, e incluso, en la fábula, esta última en el sentido de que muchos poemas de Sumario parecen ser la representación particular y sensible de un principio moral general y abstracto. También pienso en la función aparentemente paradójica que puede desempeñar el humor, porque por una parte introduce una distancia crítica y una ligereza, que matizan la ferocidad y el propio alcance de los versos, pero que por otra, colabora en producir la cercanía necesaria para que el lector reconozca aquello que lee.
Se me vienen a la cabeza varios aspectos más, sin embargo, he decidido quedarme solamente con dos –que están muy relacionados–.
El primero tiene que ver con la multiplicidad de voces que hablan en los poemas, con sus identidades presuntas, sus lugares de enunciación, y con las relaciones que establecen con sus interlocutores. El segundo tiene que ver con la posibilidad de identificar algo así como un tono común entre esa diversidad de voces, una suerte de timbre que configuraría la voz de un tipo de poeta muy específico, que me parece importante a la hora de preguntar por la posible relación entre poesía y sociedad, en estos tiempos de indignación.
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En varios poemas de Sumario, la voz que habla aparece bajo la forma de un «nosotros» que se dirige a un «tú». Aunque hay también muchas otras voces, incluyendo, por ejemplo, la de un «yo» que, sin embargo, siempre asume la voz de otro. Creo que se trata, en principio, de una estrategia de despersonalización que, sin embargo, no implica ninguna asepsia, ninguna frialdad, y que es muy vívida en la caracterización y en la puesta en escena de sus personajes.
Creo que en esta dirección apunta también el hecho de que varios de los poemas de Sumario podrían contarse como ejemplos de parlamentos o de monólogos dramáticos, al grado de que se podría anteponer el nombre de un personaje X al comienzo de cada uno de ellos y, a continuación, después de dos puntos, situar el poema.
En otras palabras, se trataría de la transcripción literal de un discurso público, tal como recoge explícitamente el título del poema «Discurso inaugural», o bien, como ocurre en el poema «Elevator Report».
Tanto la diversidad de voces como la despersonalización y la representación directa o dramática de sus parlamentos, proporcionan a los poemas de Sumario una cualidad que estaría tentado en llamar «realista».
Es decir, se trata de palabras que transcriben otras palabras pronunciadas directamente por una gran diversidad de personajes, que ponen en escena un diálogo o, al menos, un monólogo dramático y figurado, que se refiere a aspectos muy concretos de la realidad, que son presentados sin mediación alguna ante los ojos –o los oídos– del lector.
Tomemos algunos ejemplos. En «Poema corporativo», la voz que habla asume el tono admonitorio y perentorio de un «nosotros», que se dirige a un «tú». La relación o el diálogo que se establece entre esas voces no es simétrica, sino de subordinación, porque por de pronto ese «nosotros» es la voz de la corporación donde trabaja el «tú», a quien está dirigido el poema. Esta asimetría se nota, por ejemplo, en que el «nosotros» actúa verbalmente, como quien dijera, con una de cal y otra de arena, es decir, alaba y crítica indistintamente desde su posición privilegiada a la persona que está bajo su mando. Aunque decir «diálogo» es un mero decir, porque no hay propiamente interlocución, porque el «tú» nunca accede a la voz.
En cambio, «Asno en la cátedra», el segundo poema del libro, representa el reverso exacto del poema anterior, porque comparte con «Poema corporativo» el hecho de poner en escena directamente la voz de un «nosotros», que se dirige a un «tú», pero se distingue del mismo, porque invierte la valoración de los personajes, pues, si en el poema anterior el lector no podía sino empatizar con la posición desmedrada del «tú», en cambio, aquí no puede sino estar de acuerdo con el ataque dirigido a ese «tú». Se podría decir que aquí el «nosotros» se pone en posición de hacer justicia o, al menos, de poner al descubierto una situación que considera injusta. En otras palabras, en «Asno en la cátedra», es el «tú» quien ha accedido –sin merecerla– a una posición de poder, esta vez, en el ámbito académico.
Algo semejante ocurre en el poema «Conmemoración», donde el lector no puede sino empatizar con el «nosotros» que habla en el poema, que ataca, esta vez, a un «ellos», que se identifica como «United Fears of America». Se trata aquí de un poema decididamente «político», o como se decía antes, «deliberante», como varios otros de Sumario, que resume o que asume, con humor mordaz y un fraseo largo y coloquial, la «historia reciente» del país.
En general, creo que el rasgo distintivo de las diferentes voces o personajes dramáticos que aparecen en los poemas, radica en lo siguiente: no importa tanto saber con precisión quiénes son –aunque la curiosidad siempre esté, pues, de eso se trata–, como que se produzca en el lector el reconocimiento al menos de un tipo bien determinado, identificable, y que, sobre todo, quede claro de parte de quién estamos –nosotros los lectores–, en la asimetría de la relación que esas voces establecen con sus interlocutores. Y esta posición está regida, ciertamente, por el posicionamiento del propio poema, según la voz que este ponga en escena.
Se trata, en suma, de voces que hacen que el lector tome partido, que adopte una posición ante una realidad a la que se enfrenta directamente. En este sentido, las diversas voces de Sumario apelan al lector para que este adopte una actitud completamente contraria a la molicie o a la indolencia, es decir, completamente contraria a la actitud de aquellos que Dante llamaba los ignavi, a quienes, si no me equivoco, ni siquiera les alcanzaba para estar en el infierno.
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Pasemos al segundo aspecto de Sumario, que anunciamos al comienzo, y que consiste en la posibilidad de identificar un timbre común entre la diversidad de voces que nos hablan. Se trata, esta vez, de plantear la pregunta acerca de la relación del poeta con la sociedad.
El primer sonido de ese timbre es la «saeva indignatio», que sacude al individuo atacado en ese poema ejemplar que es «Poema corporativo», donde se nos informa que ese sujeto, aparte de trabajar en una oficina, también «escribe versos». La saeva indignatio o «indignación feroz» es aquella fuerza que reemplaza a la inspiración como motivo de la composición de poemas, y que caracteriza tradicionalmente a la sátira latina, aunque Sumario recoge la expresión del epitafio que Jonathan Swift escribió para su propia tumba.
En principio, diría que la indignación se distingue de la inspiración, porque la primera suele bajar desde lo alto y provenir desde fuera del sujeto, ya sea en la forma de un soplo, de una llama, o de un tipo de imantación invisible. La indignación, en cambio, es una reacción muy material –muy visceral– frente a algo que está ahí, frente a los ojos, y que viene, por decirlo así, desde dentro del individuo, para estallar luego a flor de piel.
De aquí que la indignación plantee desde un comienzo una relación muy estrecha con la realidad, porque, en definitiva, el enfrentamiento con la realidad es aquello que produce la indignación. Sus razones pueden ser muy diversas, y en Sumario son muy reconocibles, porque son aquellas que podemos encontrar actualmente en los periódicos o en los noticiarios –o, al menos, en algunos de ellos.
Se trata, a su vez, de una indignación cuya expresión es muy particular, porque apela a una suerte de imperativo, según el cual la poesía no debe, por decirlo así, «vender la pomada» con la indignación, es decir, proponerse hacer justicia algo ilusa y simplemente, tal como hace por ejemplo el «poeta de avanzada», sino que debe dar cuenta –con plena consciencia de sus recursos– de una realidad que causa indignación, sí, pero que por eso mismo exige una distancia que solo puede proporcionar el «estar sano de cabeza», el uso cuidado de la palabra, y una atención extrema a los matices de lo real.
Ese «estar sano de cabeza» que caracterizaría a la voz indignada del poeta de Sumario puede rastrearse en varios poemas del libro. Por ejemplo, el poema «Aguanieve» sugiere que esa cualidad no es algo adquirido de una vez y para siempre, sino que hay luchar por ella, porque resulta difícil de conservar. En este sentido, el ataque o la diatriba podría entenderse también como una forma de defensa, o al menos, como una forma de afirmación. Algo semejante aparece en «Senecae linea», donde la lectura de «los autores que supieron calibrar el desconcierto» es la recomendación para quien desea enmendar el rumbo de su existencia, al modo de una suerte de terapéutica de la indignación.
Y, sin embargo, hay otros poemas que sugieren que tampoco es necesario considerar demasiado en serio todo esto, porque puede muy pronto convertirse en «gravedad» o en «impostura». Entre ellos estaría «Primeras instrucciones», que me parece un poema clave de Sumario.
Aquí, no solo aparece formulada una pregunta que da cuenta, por decirlo así, de la finalidad de esta escritura que surge de la indignación y que, como tal, se propone como tarea cumplir con una suerte de utilidad pública («(…) ¿de qué sirve un autor que no hiere los sentimientos de nadie?», dice), sino que unos versos más adelante, se encuentra la formulación más precisa acerca de ese «estar sano de cabeza» del que venimos hablando, y que es algo así como el componente lúcido de la indignación, porque cuida que el poema no pretenda convertirse en una «voz de los sin voz», sino que siendo una voz comunitaria, no habla desde las alturas, a la vez que conserva la consciencia de su carácter y de su alcance exclusivamente literarios:
Dice el poema: «El origen de las radiaciones satíricas» no se encuentra «en la cándida ocurrencia de creerse / un portento moral superior al resto. / No se trata de agredir al panteón en pleno / sino de señalar en público ciertas evasiones / elaboradas por algunas sectas de marfil: / proyectos sublimes, cómodamente inofensivos, / refractarios al estresante hormigueo de lo real. / Aunque las puñaladas tengan su clientela / (…) / quien busque enemistades terminará por admitir / el carácter compensatorio de estos juegos» (49-50).
Los versos que se refieren a «la cándida ocurrencia de creerse / un portento moral superior al resto», aquellos que afirman que hay estar atento «al estresante hormigueo de lo real», y aquellos que hablan de la intención de «señalar en público ciertas evasiones / elaboradas por algunas secta de marfil», me parece que apuntan a una vocación por establecer un lazo estrecho entre poesía y sociedad, cuyo resorte es la indignación de un poeta cuerdo –o que quiere mantener la cordura–, en un mundo que no goza de esa cualidad, sin pretender convertirse, a su vez, en una suerte de juez universal.
Creo que hay algo aquí de esa «justicia poética» de la que habla Martha Nussbaum, que es tan concreta y ecuánime que «no juzga como juzga un juez», sino como «la luz del sol cuando cae sobre un objeto, iluminando cada curva y cada rincón», y que, a su juicio, «representa tan vívidamente la realidad», que hace «justicia a la complejidad de la vida humana».
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Para terminar.
Las voces de Sumario son voces públicas, diversas, anónimas, nada fatuas, que hablan como por sí solas, y que intentan dar cuenta directamente de un aspecto concreto de la realidad, con respecto al cual se posicionan críticamente.
Hay algo en ellas que me hace pensar en la speaking corner de Hyde Park, donde literalmente quien quiera puede hacer uso de su voz en un espacio público, con tan solo situarse discursivamente en la pequeña elevación del cajoncito que cargue aquel que esté dispuesto a emplazar a la comunidad, sin aspavientos, pero decididamente, sin excluir la caricatura, el humor, ni la crueldad.
Ciertamente, un libro que dice indignación, con la cabeza sana, y que se las arregla incluso para hacernos reír, tiene mucho que decir hoy acerca de aquello que nos rodea. Dice mucho también acerca de la sátira, que más que un género parece ser un temple, o mejor, como decimos, un timbre, que permite a la poesía tender un lazo con la sociedad de una época en la que los representantes de una corporación afirman que «no entienden nada de versos».
Creo que los poemas de Sumario no solo se atreven a plantear el viejo problema de la relación entre poesía y sociedad, sino también ese otro problema, más complejo si cabe, que consiste en la relación entre poesía y verdad. Cristóbal escribió alguna vez que el espíritu de la sátira radica en una voluntad de verdad que prima sobre la voluntad de belleza. Creo que es cierto, aunque los poemas de Sumario también muestran una voluntad de belleza. Los románticos, por su parte, hablaban de una verdad poética, para referirse a un conocimiento superior que era la fuente de todos los demás conocimientos. La verdad poética que propone Sumario es menos ampulosa, y, tal vez, más verdadera.
Una última cosa. Desde un comienzo estoy tentado de citar unos versos de Horacio, pero no he podido hacerlo hasta ahora. Dicen: «mandaré al imitador instruido que tome en consideración / el modelo de la vida y los caracteres, / y saque de allí voces vivientes» (vv. 317-18). En el comentario de Óscar Velásquez: «Las voces son sacadas, es decir, educidas (educere) de la realidad; y deben ser vivas, si han de señalar en forma conveniente lo que se desea mostrar». Creo que estos versos de Horacio son muy pertinentes a la hora de leer Sumario.
* Texto leído con motivo de la presentación del libro realizada el día 1º de septiembre de 2011 en el Instituto de Chile (www.institutodechile.cl). En esa oportunidad se presentó también la traducción de Arte poética de Horacio por Juan Cristóbal Romero. El texto está publicado también en
http://www.institutodechile.cl/lengua/images/stories/RODRIGO_CORDERO.pdf
duccio castelli
13 abril, 2012 @ 17:11
Un saludo a ti Cristobal.
Duccio