El escultor vasco Eduardo Chillida, reflexionando sobre su propia obra a través de Bach, dejó escrito: moderno como las olas, /antiguo como la mar, /siempre nunca diferente, /pero nunca siempre igual.
Esta afirmación resulta muy pertinente para aproximarse a algunos de los aspectos claves de la poesía de Ennio Moltedo (Viña del Mar, 1931).
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Uno es la notable identificación de Las Cosas Nuevas (Ed. Altazor, 2011), el último libro del poeta, con la totalidad de la obra que viene publicando desde 1959 y que se reunió en 2006 (Obra Poética, Ed. del Chivato). Hay una integración orgánica que hace que con sus particularidades, este libro constituya otro eslabón de una de las obras con más consistencia formal y estilística de cuantas se escriben en la poesía chilena actual.
Esto es algo en lo que inciden sus principales críticos. Así, para de Nordenflycht, cada poema, cada libro de Moltedo se (co)rresponden y reflejan como las piezas de un prisma. Y para Holas, la obra del poeta puede ser leída como un solo texto con muchos poemas-pliegues (…) que funcionaran como un origami.
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Otro aspecto es el mar, que va más allá de ser un eje temático esencial en esta poesía para convertirse en el sustrato material desde donde se mira al mundo. Pero la relación de Ennio Moltedo con el mar opera de una forma muy particular y siendo identificativa, se une a la vez que se distancia de la de otro ilustre habitante de la provincia en la poesía latinoamericana, la de Juan L. Ortiz con el río y su entorno (sub)tropical. Así, mientras para el entrerriano: en las venas,/ en vez de sangre,/ una dulce corriente vegetal, haciendo patente la integración endógena entre poeta y paisaje rural, la relación de Moltedo con el mar es la de un urbanita. La de un habitante de la ciudad que si bien no renuncia a la observación y a la celebración del océano, ve en y a través de él una extensión de la problemática que le afecta como participante de la vida de ese lugar y ese tiempo.
Y es que como dicen Rivera y Gaete, Ennio Moltedo escribe desde la costa y el bordemar, es decir, desde los márgenes de la ciudad. Y esa costa, ese margen urbano es específicamente el de la Avenida España, que une las ciudades de Valparaíso y Viña del Mar. A la que el poeta se refiere en un poema de título homónimo de su libro Playa de Invierno (1985), (…) aquel viaje, en bus, por el mar. Viaje que tiene un precedente en uno de los poemas fuertes del autor, No viajaré, que abre su libro Mi Tiempo (1980): No viajaré a parte alguna, ya lo he dicho antes. Desde aquí veo más de lo necesario./ Cuatro viajes diarios, al trabajo, en micro, me cansan, pero cuatro sueños me despiertan. Esos cuatro viajes diarios suceden en la costanera que une las dos ciudades en las que Ennio Moltedo ha vivido y trabajado durante toda su vida y de las que apenas, por voluntad propia, ha salido.
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Esto nos lleva a la ética, junto con el mar, el otro pilar fundamental de la obra de Moltedo. Ética que se extiende a lo político, que gana presencia en la obra escrita a partir de la dictadura y que se hace, si cabe, aún más presente en Las Cosas Nuevas, pero sin nunca hacer que a esta poesía se le pueda adjudicar, reduciéndola, el adjetivo de social. Y es que va mucho más allá, haciendo buena la observación de Antonio Méndez Rubio en cuanto a que este interés e implicación en las cosas y en los asuntos de su tiempo, se hace de una manera coherente con las posibilidades de la poesía. Que pasan por una conciencia del lenguaje y de la amplitud de sus posibilidades en cuanto a (re)considerar lo real. Teniendo en cuenta desarrollos como los de la función poética de Jakobson y su acento en los elementos formales del mensaje por sobre su referencialidad. Lo que lleva a la autonomía de la palabra poética, haciendo patente el divorcio entre el signo y su referente. Aunque este tampoco sea radical. Y es que siguiendo a Miguel Casado, aun asumiendo la autonomía del poema, hay niveles del lenguaje que siguen siendo representacionales, ambas aristas presentes en la poesía a la que nos referimos.
En la obra del Moltedo, la ética se extiende a la composición y la observación, planteándose críticamente cómo y qué se observa así como su traslado no mimético al poema. La vemos en el ya citado No Viajaré. El poeta renuncia al gran viaje, identificativo de cierta poesía moderna, pero tiene consciencia que su pequeño desplazamiento cotidiano (frente al mar, siempre igual pero siempre distinto) le proveerá de un material más que suficiente. Y de una cierta sistematicidad, que el poeta traslada a su formato expresivo. Que es, a lo largo de toda la obra, el de la prosa, otro rasgo significado e identificador del trabajo de Moltedo.
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Prosa que no significa una ausencia de forma sino todo al contrario, un elaborado desarrollo formal. Que incluye la presencia de elementos narrativos que dan cuenta de las cosas pero de una forma fragmentada, mediante un riguroso uso de la elipsis y a través de un sujeto inestable que duda al tiempo que afirma, consciente de su entidad rigurosamente verbal. Mediante un uso económico de artículos y pronombres y un empleo particular de los signos de puntuación, especialmente las comas, lo que resulta en la consecución de una prosodia característica. En la que como acertadamente anotan Rivera y Gaete, junto al metalenguaje, está el uso lúcido de dicciones convencionalmente no reconocibles como literarias—especialmente el estilo telegráfico y oficinesco de los informes, con los que el poeta ha convivido a lo largo de su vida laboral. Es el propio Moltedo quien insiste en la importancia de su práctica de la prosa para que la poesía aparezca libre de créditos o de las atracciones históricas otorgadas por el metro, rima, cortes o efectos caligráficos. Pienso que la prosa, ajena a estos recursos, exige más y que la poesía puede vivir en ella con total independencia. Por lo demás la poesía de verdad prevalece en lugares insólitos (como el que el poeta logra con un símil rugbístico: siempre fui full-back en el equipo, para expresar su incomodidad de dirigir el recitativo y actuar en primera fila).
Esto, vamos viendo, no significa un rechazo sino una convivencia feliz y elaborada con la imaginación, a través la imagen y la metáfora. Así, en Concreto Azul (1967) el mar suspira, pide su capa, baja al pozo, envuelve la lámpara y apoya su gran cabeza sobre la almohada o la luna. Integración de elementos estéticos con otros éticos y reflexivos, en el escenario tan concreto y presente de la bahía de Valparaíso, que alcanza un punto culminante en el poema Bogar, de Día a Día, donde: Iríamos a bogar. Controlábamos el cielo y cada noche y cada mañana el mar. (…) Nuestro deseo era cruzar sobre las olas haciendo volar al bote. (…) Le ganaríamos al tren. (…) Cada vez más rápido y el burbujeo de la estela como un hilván que se escurre sobre el paño verde. (…) Quedarían atrás la costanera y la casa de botes (…) Seguiríamos remando a pesar de los gritos y las miradas incrédulas. Seguiríamos remando hasta desaparecer en el horizonte para siempre. La imaginación no concebida como una huida hacia paraísos enrarecidos o puramente irracionales sino al tiempo, construyendo sentido junto con el pensamiento crítico y la forma. Es decir, generando mundo a través de la escritura. Maneras de estar en él.
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En su cierto desplazamiento hacia lo más social y político, el océano, en Las Cosas Nuevas, se encuentra bien defendido por todos los chilenos muertos y vivos lanzados al mar. Y también (distinto, igual) desde el cerro observamos las arrugas en la cubierta azul.
Hay un rico dialogo entre poemas de este libro con otros de los trabajos anteriores. El poema 5, uno de los esenciales de Las Cosas Nuevas, presenta la lograda síntesis de un sustrato metafórico con una fuerte carga ideológica: No vayas a la capital del reino. Si debes ir a la capital del reino entonces no te presentes en palacio. Si debes ir a palacio cumple los siguientes requisitos: cruza el portón y el patio con paso rápido y, mirando siempre al frente, como si fueras dueño—en verdad lo eres—, sal otra vez a la calle por la puerta de servicio, rumbo al horizonte. Un canto a la dignidad del sujeto atrapado bajo el ambiente opresivo que la post-dictadura no ha logrado atenuar. Las críticas que a través de todo el arsenal de sus recursos expresivos el poeta hace al modelo instaurado por la dictadura y perpetuado por los gobiernos democráticos en las dos décadas que le han sucedido, ganan presencia para convertirse en un leitmotiv. Vemos como ya estaban presentes en otro de los poemas fuertes de Moltedo, Y contra todo, publicado en el libro Día a Día (1990), escrito, por lo tanto, bajo la dictadura: Y contra todo lo que se crea, no vamos a recibir indicaciones. Hemos dispuesto el reloj y ya nada variará el camino (…) No aceptamos invitaciones. No competimos. No recibimos dádivas; ni copihues ni latas de conservas. (…) Los encargos verbales, por armoniosos que parezcan, que los escriban. Y jamás solicites favor alguno (…) Dirígete a la orilla del mar y oirás como el agua suave se retira y resuena la escollera. No hay autoridad que pueda entrar donde yo estoy. Sé poderoso. Pero el poder al que hace referencia el poeta no es el poder oficial de dominio, imperio, fuerza, violencia o imposición. Es el de mantener expedita la facultad de hacer algo, elemento clave a la hora de entender a la poesía como una práctica civil y escritural de resistencia ante un entorno sociocultural progresivamente hostil y reduccionista.
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Juan Carlos Mestre se refiere a la poesía como el discurso de la desobediencia. No principalmente en cuanto a lo que la poesía dice sino en relación a su capacidad de articular el lenguaje de una forma que se resiste a la operación normalizadora que ejercen las conductas lingüísticas de los poderes establecidos. Todo poder es indigno. Dignidad, dice el poema con que Ennio Moltedo cierra Las Cosas Nuevas.
Y es que el ejercicio poético de Moltedo, que aúna críticamente ética y estética haciendo bueno el aserto de Antonio Gamoneda en cuanto a que la poesía nombra cosas que de otro modo no tendrían existencia, constituye una práctica de alta dignidad que no solo no huye de las cosas, su tiempo y sus circunstancias sino que intensifica y amplifica la capacidad para considerarlas en toda su insoslayable complejidad, propia de lo humano.
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Complejidad que se extiende horizontalmente trasvasando la obra de Moltedo, haciéndola capaz de generar y de contener muchos mundos. Así, la crítica a lo actual, al modelo socioeconómico y cultural imperante con la zafiedad propia de su herencia dictatorial que aún permanece intacta, no se hace alabando desmedidamente o mitificando cuanto existía antes. O como ya hemos visto, su alabanza al viaje corto, cotidiano, al trabajo (que el poeta realiza sobre el mar, en un punto donde observación e imaginación se hacen una sola e indisociable) no supone un rechazo a otros tipos de desplazamientos, ya físicos o mentales, como el propuesto en el poema Bogar, donde un remar alucinado lleva al poeta más allá del horizonte. Un viajero esforzado que se adentrase corporalmente por sendas difíciles y remotas, no encontraría en esta poesía una crítica de su empresa sino más bien un cuestionamiento de alguno de sus aspectos y lo más importante, una generosa invitación a seguir.
Daniel Freidemberg se refiere a la poesía de Juan L. Ortiz, poeta del río y su entorno rural, como una de las más homogéneas y profundamente coherentes de la poesía moderna. Esto también vale para la de Ennio Moltedo, poeta del mar y su entorno urbano, cuya obra constituye un sistema expresivo claramente identificable. Y difícil de clasificar. Con vínculos con los clásicos (el sesgo epigramático está presente en su poesía a través de su cercanía de Catulo o Marcial así como de la lengua latina) al tiempo que con modernos y vanguardistas y en el que en el que práctica lingüística va de la mano con práctica ética y vital. Sobre el sustrato orgánico del mar y sus olas: siempre distintas, siempre iguales. Como la obra de Ennio Moltedo y los poemas que la componen: siempre otros, siempre los mismos.