Ricardo Cuadros (1955), escritor, fotógrafo y PhD en Literatura por la Universidad de Utrecht, escribe hoy sobre la obra de Vicente Baeza, que “(…) comenzó por el cuerpo y la imaginación. Caminó por la ciudad nevada con una silla encima de la cabeza, registrando sus pensamientos. Invitó a varios amigos a dar un paseo por la ciudad con una coliflor en la mano y regalársela a un desconocido. Regresó brevemente a Chile para cerrar una importante relación amorosa. Hizo una caminata de varios días por los Pirineos sin destino ni propósito específicos. Dejó que un diente roto se le pudriera en la boca y solo fue al dentista cuando el dolor era insoportable. Después comenzó a pintar”.
El proyecto de postulación de Vicente Baeza a De Ateliers (2020-2022) estaba más cerca de la escultura que de la pintura, pero la libertad creativa que otorga este postgrado de artes visuales en Países Bajos lo llevó a reconsiderar todo lo que había hecho y pensado hasta el momento. Después de un primer periodo ingrato, en una Amsterdam semicerrada por la pandemia, se hizo una pregunta simple y a la vez profunda: “¿Qué haría si pudiera hacer cualquier cosa?”. La respuesta fue algunas acciones de arte y experiencias en las que puso en juego el cuerpo y la imaginación. Caminó por la ciudad nevada con una silla encima de la cabeza, registrando sus pensamientos. Invitó a varios amigos a dar un paseo por la ciudad con una coliflor en la mano y regalársela a un desconocido. Regresó brevemente a Chile para cerrar una importante relación amorosa. Hizo una caminata de varios días por los Pirineos sin destino ni propósito específicos. Dejó que un diente roto se le pudriera en la boca y solo fue al dentista cuando el dolor era insoportable. Después comenzó a pintar.
Pintura
La pintura funciona como una escena ilusoria. La experiencia de ver un cuadro de Rembrandt, Cézanne o Bacon es resultado de una artesanía –genial en estos casos– que a través del nervio óptico nos hace creer y sentir que estamos ante algo discernible (una escena bíblica, una manzana, un grito). Por su parte la abstracción pictórica desafía al ojo acostumbrado a la figuración, y la mirada se vuelve sobre sí misma. Ante Círculo negro de Malevich o No.5/No.22 de Rothko me pregunto: ¿de qué va esta pintura? ¿Qué sentido tiene? La mirada –el sentido de la vista– necesita referencias fuera del cuadro para entenderlo, acercarlo a la propia sensibilidad, hacerlo familiar. Allí donde hay figuras el referente es fácil (o al menos posible) de identificar, en la pintura abstracta este suele ser más una pregunta que una respuesta. No obstante, tanto la pintura figurativa como la abstracta operan con el mismo principio de ilusión óptica: lo que vemos en el cuadro es siempre algo pintado. Los cuadros de Vicente Baeza pueden ser entendidos como abstractos, pero su modo de trabajar es heterodoxo en relación con la pintura figurativa o abstracta: antes que pintar algo a Baeza lo atrae la posibilidad expresiva de materiales en principio no aptos para el arte. O quizás corresponde decir, mejor, que se trata de un modo de reinvención de la pintura desde los materiales.
Obra, soporte y viceversa
Para trabajar Baeza elige soportes como cartón corrugado de dimensiones industriales, rejilla de mosquitero, capas de aislamiento para techos o papel mural, los extiende en el suelo y los interviene en busca de formas (manchas, estampados, líneas y texturas) satisfactorias para su intuición. El proceso es lento y avanza por capas. El cartón corrugado recibe una primera mano de pintura –pegamento líquido con pigmento y acrílico– que lo empapa convirtiéndolo en una especie de cartón semiduro coloreado que servirá de soporte para la siguiente capa. Esta segunda capa (papel o malla) se adhiere a la primera y es aplastada para que las dos se conviertan en una sola superficie y el color haga su trabajo de filtración. El resultado de esta operación, en palabras del artista, es “dos espacios unidos por un color”, pero el proceso todavía está incompleto porque “falta el otro lado”, el revés de la trama. Baeza da vuelta la pintura y hace un trabajo de sustracción de espacio, eliminando a mano el corrugado del cartón. Las capas, suave o violentamente intervenidas, dan origen a un tercer plano visual, resultado del ensamblaje.
Este procedimiento causa superficies de doble faz: el soporte se ha convertido en una pintura, que se puede mirar (apreciar) por los dos lados. En este punto Baeza avanza otro paso: en lugar de dar por concluido el cuadro y mostrarlo por sus dos caras, agrega material, nuevas capas que ocultan las anteriores. El cuadro se engrosa por una suma de capas. Los espectadores veremos el plano exterior, pero sabemos (es visible en los bordes y en algunas grietas) que se trata de una composición de planos superpuestos, muy elaborados, que el artista ha decidido unir en un solo cuerpo.
En los cuadros de Baeza el soporte no es el momento cero de la pintura, un plano desierto sobre el cual el artista proyectará su imaginario, sino un campo de acciones cromáticas y manuales sin destino preestablecido. Baeza recompone las relaciones entre el artista y los materiales. En la pintura clásica el sujeto imperativo es el artista que busca expresar su deseo de belleza, incluso cuando esta surja del retorcimiento y la burla: Baeza se deja guiar por el comportamiento del soporte y los materiales sometidos a la absorción, la filtración y el repaso manual. No pretende dominar los materiales (para que colaboren en la representación de algo) sino que les otorga la posibilidad de una expresión inesperada, incluso para él mismo.
Absorción, filtración, manualidad
La pintura es un arte de acceso inmediato: lo que es, está a la vista, ya sean los centenares de detalles de un cuadro de El Bosco o el plano único de las figuras geométricas de Malevich. La pintura comienza en un soporte vacío y avanza hacia afuera, hasta alcanzar la forma deseada por el artista, la forma-obra que verá el espectador. El procedimiento creativo de Vicente Baeza, como he intentado describir, hace un camino distinto: el soporte (cartón, papel mural o malla) recibe el pegamento-pigmento y la obra germina en el proceso de absorción (el soporte absorve el pegamento-pigmento), filtración (de la mezcla cromática de las capas), intervención manual (estampado, raspado, parches) y endurecimiento (el proceso de absorción, filtración y manualidad se detiene, cuaja en la superficie-capa múltiple).
El resultado es un tipo de pintura que carece de significados fuera de su presencia. Todo lo que deseemos o podamos saber de ella, para nuestro entendimiento o placer, ha de ser deducido de su composición material, del espesor de sus capas ensambladas. El pintor ilusionista del arte clásico (figurativo y abstracto) tiene siempre en mente un referente externo, sea este una idea o un objeto, con el cual establece un contrapunto, un diálogo o una batalla. Lo que observamos en las obras de Baeza es algo distinto: cada cuadro es un circuito cerrado por el que circulan energías materiales y orgánicas a velocidades variables.
En tal circuito cerrado no hay, sin embargo, cerrazón o hermetismo: se trata más bien de un lenguaje pictórico en desarrollo. Vicente Baeza no es, como ya hemos dicho, figurativo ni abstracto, y si bien en sus cuadros pueden encontrarse huellas de Neoexpresionismo, Arte Povera, Informalismo o Action Painting, se trata de referencias de artesanía, no de procedimiento. Su singuralidad es fruto de la libertad que le ofreció De Ateliers y responde a la pregunta “¿qué haría si pudiera hacer cualquier cosa?” con una intensidad inusual en un artista que recién inicia su obra. En sus cuadros no vemos tanteos ni vacilaciones sino plasmación directa de su deseo expresivo, con materiales de origen diverso y técnicas que va inventando sobre la marcha.
loops
Para Vicente Baeza, como ya hemos indicado, el procedimiento creativo avanza desde los materiales hacia la expresión. Los materiales operan como soporte, se convierten en una pintura, vuelven a ser tratados como soporte, se van sumando las capas, en algún momento el proceso se detiene y la obra llega a su fin. El caso de loops es interesante porque en este cuadro –hecho especialmente para la exposición en Pistoia– Baeza puso en juego una técnica (llamémosla así) no pictórica sino callejera. Cuando el proceso de la suma y ensamblaje de capas había cuajado en el taller, sacó el cuadro a la calle, lo puso en el suelo como una alfombra, lo aplastó con el colchón de su cama y lo arrastró varias cuadras tirándolo con una cuerda.
El suelo de Amsterdam –pavimento, piedras y hierbas, huellas de lluvia, fuego, aceite y millones de zapatos, restos de comida, cigarrillos y envoltorios; utilizado para escupir, tropezar o bailar– impregnó el cuadro de manera descontrolada. Este sometimiento de la obra a los rigores del suelo público unió el taller del artista con la ciudad: Amsterdam entró en la pintura del artista chileno a través del suelo de una de sus calles. En loops Baeza rompió los límites del taller y produjo, por arrastre, una nueva capa expresiva de alcance urbano, hecha a base de mugre callejera.
La tercera fase de composición de loops tuvo lugar en los talleres de Make Eindhoven, donde Baeza está haciendo una residencia de grabado. Trasladó la pieza a Eindhoven y con la asistencia del personal técnico de los talleres creó un patrón de serigrafía basado en los colores y el trazo que deja un tubo de pasta dentífrica. Luego aplicó la serigrafía (las tres capas de colores) sobre el soporte-obra de acuerdo al diseño que vemos en el cuadro y dio la obra por terminada.
En loops hay una constelación de fuerzas entrelazadas. Primero está el trabajo con el soporte-obra en el taller, suma y ensamblaje de capas cromáticas. Luego viene el arrastre por la calle, que según el artista “representaba la posibilidad de su destrucción”, y la reparación de algunos de los daños causados por el arrastre. Finalmente la aplicación de una técnica clásica de grabado, la serigrafía, que opera igualmente por capas. La diferencia de lo que llamo fuerzas entrelazadas parece evidente: la primera es una invención de Baeza, la segunda es urbana, la tercera es clásica. La expresión artística, nos muestra este artista chileno, equivale a un ejercicio de libertad controlada: no tiene límites técnicos salvo aquellos que el propio artista se imponga en beneficio de la obra.
Site specific, encuadre en el espacio
Otra de las preocupaciones de Vicente Baeza que merece atención es su manera de instalar las obras en el espacio. Decíamos que en Chile estudió escultura, probablemente de allí viene su interés por la relación obra-espacio. Para la exposición en Pistoia viajó primero al lugar, la galería SpazioA, tomó notas sobre las dimensiones de los muros y la forma de la sala, y de regreso en Países Bajos trabajó en los cuadros con una idea precisa de dónde serían exhibidos. El resultado es visualmente armónico. Tal como se puede ver en las reproducciones, las 3 obras grandes –legañas, flores y loops– encajan de manera proporcional en la sala, o mejor dicho se apropian de la sala para imponer su presencia.
El interés de Baeza por la relación entre espacio y cuadro ya estaba en desarrollo en la exposición colectiva Offspring, de cierre de su residencia de posgrado en De Ateliers. La sala que le correspondió en la muestra en Amsterdam –blanca, cúbica, enorme– era muy distinta de la galería en Pistoia, pero la apropiación del espacio es igualmente evidente:
En el caso de Offpring las pinturas se adhieren a los muros y el techo en actitud vegetal, como en un esfuerzo de invasión de la sala: cada cuadro está terminado y determinado por el proceso creativo ya descrito –absorción, filtración, manualidad–, pero el modo en que están exhibidos causa una tensión expansiva. En cambio en Pistoia, aun cuando los cuadros sean del mismo tipo, por la manera en que ocupan el espacio causan una sensación de recogimiento. El interés de Vicente Baeza por el posicionamiento espacial de los cuadros agrega una importante dimensión estética a su obra: nos recuerda que todo, siempre, está en un lugar, y que algo similar será distinto según dónde se encuentre.
Terminado el cuadro, el artista se encuentra nuevamente en la escena inicial, la soledad del taller-mundo, sin un quehacer inmediato que lo salve del aburrimiento y el sin sentido. Los materiales lo rodean, lo observan, el aterrador silencio de los materiales, y la pregunta que le abrió la puerta de la creación resuena como una llave en la cerradura del taller-mundo: “¿Qué haría si pudiera hacer cualquier cosa?”. Las pinturas de Vicente Baeza no son cualquier cosa pero provienen de allí, del grado cero del arte, donde los materiales son pura posibilidad expresiva.
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Vicente Baeza (Santiago de Chile, 1992) estudió arte en la Pontificia Universidad Católica de Chile (2016) e hizo un postgrado en De Ateliers, Amsterdam (2020-2022). Fue residente en la última edición (2023) del Artists´ Research Laboratory (CSAV) de la Fondazione Antonio Ratti en Como, Italia, y actualmente participa en una residencia de los talleres de gráfica Make Eindhoven, Países Bajos. La muestra legañas en la galería SpazioA de Pistoia, Italia (2.03.2024 al 4-05-2024), es su tercera exposición individual.
Ricardo Cuadros (1955) es escritor y fotógrafo, PhD en Literatura por la Universidad de Utrecht, escribe sobre literatura y artes visuales. Su publicación más reciente es el poemario La boca del desierto (2022) y en septiembre de 2023 expuso una serie de retratos en la Posthoornkerk de Amsterdam. Cuadros vive y trabaja en Amsterdam.