Hoy, el investigador, luthier y escritor Joaquín Miranda Puentes interroga la efeméride y explora este manido concepto: “Invito a los lectores a preguntarse qué es la salud mental y cómo se relaciona con el sufrimiento masivo que Chile padece, a cuestionar qué tiene que ver ese malestar con el sistema establecido, con la desigualdad imperante, con la incertidumbre respecto de un futuro próspero, con el miedo con el que viven personas distintas (sea en términos de género, neurodivergencia o cualquier otro). No banalicemos un tema serio con una efeméride que poco se diferencia del ‘Día del completo’. En Chile se suicidan 1.500 personas por año y lo intentan aproximadamente 30.000iv. Muchos de ellos sufren, luchan contra sí mismos y contra una sociedad que los excluye, y les aseguro que el ‘Día de la salud mental’ no cambiará su suerte”.
Hace poco fue el «Día de la salud mental» y las redes sociales se llenaron de promesas, supuestos apoyos, planes de acompañamiento y otros tipos de fenómenos asociados al tema. Como alguien que (sobre)vive diariamente con trastorno de pánico, agorafobia y fobia social, creo que, a pesar de que en este momento estamos sobrepasados por el hacer, lo que impide que reflexionemos acerca de lo que hacemos y los discursos que reproducimos, es fundamental meditar sobre ello. Con esto quiero dirigir mi inquietud hacia una pregunta concreta: ¿qué entendemos por salud mental? ¿Es un malestar o una autorrealización? ¿Tiene que ver con lo individual o con lo comunitario? ¿Es agobio, sufrimiento, incertidumbre? ¿Está relacionada con la locura o tan solo con funcionar dentro de un sistema establecido? La respuesta no es clara. Hablar de salud mental implica hablar de un montón de temas que van desde el funcionamiento hasta la felicidad, desde el bienestar personal hasta la cohesión social. Así, el «Día de la salud mental» pasa a ser el «Día de no sabemos muy bien de qué».
Claro que hay una definición más o menos aceptada, que es la de la OMS (2004): la salud mental es entendida como «un estado de bienestar en el cual el individuo es consciente de sus propias capacidades, puede afrontar las tensiones de la vida, puede trabajar de forma productiva y fructífera y es capaz de hacer una contribución a su comunidad». En el mismo texto la OMS agrega más adelante que «la perspectiva positiva concibe la salud mental como el estado de funcionamiento óptimo de la persona y, por tanto, define que hay que promover las cualidades del ser humano y facilitar su máximo desarrollo potencial» (la cursiva es mía). ¿Funcionamiento óptimo? ¿Cómo se puede medir algo así en el terreno de lo mental? Esto se relaciona con la analogía, errónea a mi juicio, de la mente como órgano. Por lo tanto, ¿qué se entiende en la práctica por salud mental? «La mente es equivalente a un órgano. La psicología es fisiología de la mente. La psicopatología es fisiopatología de la mente. La salud de la mente es equivalente a su funcionamiento normal»i. ¿Cómo podemos saber que una mente está funcionando normal? Se mide a través de ciertos parámetros, como lo hacemos con otros órganos. Es una manera de aproximarse a la salud, del mismo modo que medimos nuestro colesterol o creatinina: serán normales solo si están dentro de un rango numérico. Así, si nuestra mente/órgano está funcionando bien, nuestros instrumentos nos lo dirán.
Ha habido, sin embargo, muchos detractores al respecto, quienes opinan que no tiene sentido hablar de salud mental, pues solo el cuerpo enferma. Otros dicen que eso que llamamos salud mental son en realidad problemas de índole social o intentos por responder a los grandes problemas de la existencia. Finalmente, están aquellos que señalan que hablar de salud mental no hace más que reflejar e imponer los principios de sentido y valores de una ideología dominante (el capitalismo, en nuestro caso).
Sin embargo, y sobre todo en esta época, no podemos no hablar de salud mental. El término funciona: es noticia, es políticamente correcto y alude a una diversidad de temas relevantes, como son los derechos humanos, asuntos de ciudadanía y otros tópicos que parecen estar más cerca de lo social que de lo médico. Así, la salud mental, aunque no sepamos definirla, es un título, una suerte de campo bajo el que se cobijan una serie de discursos y prácticas que provienen de tradiciones e ideologías diversasii. Salud mental como caballo de Troya: vehículo que permite introducir una diversidad de asuntos sobre los que negociar. El término ambiguo y polisémico de salud mental es parte de la cotidianeidad, está en todas partes: no solo en el ámbito académico, sino también en el familiar, escolar y la vida diaria. Por eso vale la pena pensar de qué hablamos cuando hablamos de salud mental.
Hoy en día es común, sobre todo en los movimientos ciudadanos, exigir mejoras en términos de salud mental, lo que se puede entender como una respuesta a un malestar social general. En las últimas décadas, el término «salud mental» parece responder a la falta de bienestar de la que habla la OMS, de un sufrimiento y agotamiento que obedece a las contradicciones de la modernidad. Bien lo dijo Marx, el humanista: la riqueza provoca hambre; la máquina, agotamiento; el dominio de la naturaleza, la explotación del hombre por el hombre. El proyecto moderno está mal diseñado. Algo similar ocurre con Freud, quien se pregunta cómo eso que llamamos progreso se transforma a la larga en malestar.
Vivimos en una sociedad desigual, en la que las personas no tienen las mismas oportunidades en términos de educación, salud, vivienda, derechos básicos. No vale decir que la salud mental se mide por su rendimiento en términos de adaptación al medio porque el medio no es el mismo para todos, es decir, esa adaptación será más fácil para algunos. Con esto quiero volver al «Día de la salud mental», en lo que no veo más que estrategias políticas con fines oscuros, junto con unas poquísimas iniciativas sinceras con propósitos nobles. Pero incluso con esto último tengo mis reparos.
Tener un diagnóstico psiquiátrico de por vida, sea esquizofrenia, bipolaridad o trastorno de pánico, implica una marginación social, que es producto de la ignorancia predominante en la sociedad respecto de la salud mental. Creo que la ambigüedad del término contribuye a esa ignorancia, pero también que las personas no están realmente interesadas en los otros, los psiquiatrizados. Hay pocas organizaciones, de las que destaco a Corfapesiii, que tratan a personas con diagnósticos complejos como iguales, y lo hacen todos los días, no en estas efemérides inventadas para levantar propaganda.
Un diagnóstico psiquiátrico es un estigma. De nada sirve el «Día de la salud mental» si a las personas les niegan trabajos por sus diagnósticos. De nada sirve si no se entiende que la psiquiatría solo medica para que el individuo funcione dentro de un sistema que excluye a los distintos. De nada sirve si no nos acercamos y conocemos a personas con esquizofrenia, bipolaridad u otros diagnósticos estigmatizados por una ignorancia que a su vez genera miedo. Si la salud mental, sea lo que sea que quiera decir, fuera una bandera de lucha seria, como lo es para organizaciones como Orgullo Loco o LibreMente, no debiera tener un día del que se aprovechan muchas figuras públicas.
Invito a los lectores a preguntarse qué es la salud mental y cómo se relaciona con el sufrimiento masivo que Chile padece, a cuestionar qué tiene que ver ese malestar con el sistema establecido, con la desigualdad imperante, con la incertidumbre respecto de un futuro próspero, con el miedo con el que viven personas distintas (sea en términos de género, neurodivergencia o cualquier otro). No banalicemos un tema serio con una efeméride que poco se diferencia del «Día del completo». En Chile se suicidan 1.500 personas por año y lo intentan aproximadamente 30.000iv. Muchos de ellos sufren, luchan contra sí mismos y contra una sociedad que los excluye, y les aseguro que el «Día de la salud mental» no cambiará su suerte.
Quiero finalizar refiriéndome a algo que leí, que tenía que ver con el noble gesto de aumentar la inversión en salud mental. ¿Y? ¿En qué se concreta eso? No es meramente un tema de inversión, aunque en esta sociedad cueste no ver todo en clave de dinero. No faltan profesionales de la salud mental, que son inaccesibles para el común de la gente. Lo que falta, a mi juicio, tiene que ver con una inclusión verdadera, una desestigmatización. Y eso no tiene que ver con inversiones ni días-de-cualquier-cosa, sino con un genuino esfuerzo de empatía por el otro desconocido, el otro que sufre. Cuando eso empiece a ocurrir y se vean resultados, valdrá la pena establecer una fecha para conmemorar y quizás lleguemos a entender qué es eso tan raro que llamamos salud mental.
i Miranda, Gonzalo. «Salud mental. Vaivenes de un concepto». Ponencia realizada en el marco del Simposio sobre Salud Mental: Perspectivas y Registros, organizado por la Secretaría de Salud Mental y el Servicio de Atención Psiquiátrico de México durante los días 8 y 12 de noviembre del 2021. Cita obtenida del video https://www.youtube.com/watch?v=Fe583CUi9UQ&t=3715s, a partir del minuto 14:47.
ii Restrepo, Diego y Juan C. Jaramillo. «Concepciones de salud mental en el campo de la salud pública». Rev. Fac. Nac. Salud Pública, vol. 30, no. 2, 2012, pp. 202-211.
iv Belmar Mac-Vicar, Daniela. A nadie se culpe de mi muerte. Suicidios entre 1920-1940. Santiago y San Felipe, Ediciones Universidad Alberto Hurtado, 2018, 19.