Salvador Young, escritor y encargado de contenidos de la Biblioteca Pública Digital nos conecta hoy con la novelística francesa de mujeres y su vínculo con la música: “Delphine de Vigan toca aquí una cuestión clave de la cultura francesa, la chanson française, la canción francesa que, desde sus orígenes medievales y renacentistas, a lo largo del siglo XX juega un importante papel reivindicativo para la identidad del mundo francófono, que experimentaba el declive de su influencia cultural en el mundo globalizado. Esta es, sin embargo, una reivindicación compleja”.
Hace tiempo que no leía una novela capaz de retratar el paso del tiempo, hilo conductor del acontecer, con la sutileza y elegancia que alcanza Delphine de Vigan en su obra autobiográfica Nada se opone a la noche, (Anagrama 2012). Desde el inicio, y siguiendo una larga tradición de narrativa francesa, este texto opera como un espejo crítico que se va adaptando a la coyuntura de turno para reflejarnos la hipocresía de una burguesía en decadencia, cuya armoniosa civilidad esconde lo trágico de las manifestaciones más oscuras de la naturaleza humana. En ese sentido, esta obra va siguiendo con contundencia y sensibilidad el modo en que el impacto disruptivo de esa oscuridad va iluminando (con una claridad “que emana de la sombra”, según apunta el epígrafe) las relaciones sociales y familiares que definen la vida de la escritora. Nada se opone a la noche nos muestra a una autora que es hija ilustre del legado de Balzac y de Émile Zola, novelistas que asumían una responsabilidad de crítica social. Desde el comienzo el libro nos cautiva por la consistencia con que afronta la difícil tarea de conjugar en su narración la transformación de los personajes en medio de las tensiones y contradicciones que engendran las diferencias de clase.
La novela reconstruye la vida de Lucile, madre de la autora. Se remonta al origen de esta mujer preciosa, pero con un permanente trasfondo de amargura. A fin de descubrir a su mamá, Delphine desarrolla en la primera mitad del libro un largo raconto que ahonda en el contexto social de sus abuelos. Se trata de una pesquisa nutrida de testimonios diversos del mismo clan de la narradora, que abarca desde que se conocieron los abuelos hasta el momento en que la familia se transforma en una suerte de “modelo”, basado en valores tradicionales y religiosos. A medida que la trama va dejando atrás la vida de los abuelos y se va centrando en la biografía de Lucile, la mirada de la narradora va tomando distancia de los personajes y los va mostrando en sus contradicciones. Finalmente el foco se enfrentará a las perversiones de Georges, el abuelo, que de ejemplar termina siendo un despreciable y gruñón anciano. Es notable el optimismo que domina en la primera parte de la narración, sobre todo con respecto al progreso social. Se nos presenta con admiración a Georges: un hombre esforzado y encantador que logra casarse con una mujer de una clase superior y ascender en el escalafón social. No obstante, el éxito social y la seguridad ganada por el patriarca se va empañando por los abusos de poder que lo llevan finalmente a dar rienda suelta a instintos que se adentran en las zonas más oscuras, más allá de las prohibiciones fundacionales de la sociedad humana.
Para entender la estrategia narrativa de Delphine es clave notar que el momento de crisis, es decir, cuando la dirección del relato cambia completamente, se produce justamente en el contexto de un documental televisivo que, por el año 68, retrataba a los Poiriers (familia de Lucile, y que ya lograban la ansiada estabilidad económica) precisamente como el modelo de la “familia feliz”. A partir de ese momento se empieza a descascarar la imagen de Georges como el ciudadano ejemplar, carismático, a la cabeza de una numerosa familia capaz de encarnar los valores burgueses y religiosos de Liane, su mujer. Ella también termina desatendiendo ese gran clan con el que siempre soñó, absorbida por las tareas que implica ser una mujer comme il faut, al punto de hacer oídos sordos (al igual que el resto de su parentela) a la confesión de Lucile, luego de su primera gran crisis de bipolaridad, en la que declara una supuesta violación de su padre cuando tenía dieciséis años.
Es a partir de ese hecho que se hace patente otro aspecto crucial de la propuesta de la autora. Aunque claramente inscrita en el realismo francés, de Vigan también busca desmarcarse de este canon y crear su propia fórmula para resolver el relato. Esto también nos permite entender el modo en que la escritora escoge empezar la historia: partiendo con el momento exacto en el que ella descubre la muerte de su progenitora, y plasmando sus observaciones más personales, su primera percepción: “Mi madre estaba azul, de un azul pálido mezclado con ceniza, las manos extrañamente más oscuras que el rostro (…). Mi madre llevaba varios días de muerte. Ignoro cuántos segundos, quizá minutos, necesité para comprenderlo a pesar de lo evidente de la situación”.
De hecho, desde un inicio la novelista muestra su obsesión de ser capaz de plantear una realidad contaminada por la ficción, y sostiene una reflexión constante sobre la “verdad” de la escritura. Para lograr ese efecto se nos sitúa a lo largo de toda la historia en una posición de lectores-detectives, y se nos explicita que las versiones de una misma trama pueden ser varias, y que narrar implica elegir una de ellas. Esta elección, nos dice Delphine, puede ser además, dolorosa.
No obstante, a lo largo del relato la autora también plantea que escribir sobre su madre equivale a cerrar heridas abiertas hace muchos años, por lo que narrar es a la vez duelo, catarsis y memoria que intenta frenar la repetición opresiva de sucesos trágicos cuya encadenación pueden arrastrarse de generación en generación. De ese modo, la escritura se aparece como un ejercicio de alto riesgo, pues el curso de la investigación expone a los miembros de la familia a sí mismos, en tanto lectores anónimos de su propio secreto más terrible.
Finalmente, el aspecto que me parece más destacable para entender la maestría y originalidad con que esta escritora francesa explora y se apropia de la tradición clásica de la novela como retrato social, es el recurso de la música. Lo encontramos ya en el título del libro, que proviene de una canción muy famosa, Osez Joséphine (1991), de un gran cantautor de los años noventa en Francia, Alain Bashung: “Caminar sobre al agua, evitar los peajes, caminar sobre el agua. (…) Atrévete, Josefina, que nada se opone a la noche”. A lo largo del texto, los hitos musicales van marcando y haciendo resonar la crítica social de Delphine. Así, Charles Trenet, el clásico de la música burguesa, es la gran referencia que atraviesa el relato de la época de sus abuelos y luego, cuando gana Mitterrand la presidencia, aparece Bárbara, la atormentada cantante francesa, antiburguesa, y que también sufrió de abuso incestuoso. Efectivamente, de Vigan toca aquí una cuestión clave de la cultura francesa, la chanson francaise, la canción francesa que, desde sus orígenes medievales y renacentistas, a lo largo del siglo XX juega un importante papel reivindicativo para la identidad del mundo francófono, que experimentaba el declive de su influencia cultural en el mundo globalizado. Esta es, sin embargo, una reivindicación compleja. De un lado, se puede leer como un gesto defensivo, como un cierto repliegue (sobre todo en los años sesenta, setenta y ochenta) hacia el protagonismo de las letras, la literatura, el contenido y el cultivo de una sofisticación cultural que parecía reforzar su singularidad, por sobre el rock y el pop anglosajón dominantes; de otro lado, la renovación de la canción francesa mantuvo una relación cada vez más porosa y abierta en esa contraposición, permeándose de aquello con lo que se quería diferenciar (por ejemplo, en el caso de Gainsbourg el gran renovador de la canción francesa en los años sesenta, y luego Barbara o Bashung exponente del rock a la francesa durante los 80 y 90). Respecto de la relación entre música y crítica social, es importante recordar que el gran instrumento de propaganda y denuncia política del pueblo durante la revolución francesa fue justamente la canción revolucionaria, que sirvió de inspiración a los cantautores franceses de la segunda mitad del siglo XX. En ese sentido, el recurso musical en Nada se opone en la noche es un arma de doble filo que potencia tanto el carácter novedoso y original de la obra, pero que también enfatiza su carácter clásico de “Roman” con compromiso social, que ayuda a delatar con más énfasis y musicalidad los vicios de sus tiempos.