Hoy tenemos el honor de publicar un breve texto de la cronista, docente e investigadora Carolina Reyes. Un texto escrito a ciegas, con mucho tacto y sensibilidad, en el que defiende la necesidad de “democratizar la importancia del gusto, el olfato, el oído y el tacto“, como demuestran Fabiola Capillai y Gustavo Gatica, quienes perdieron los ojos, ”pero como pudimos escuchar en las entrevistas y en los distintos medios de comunicación en los que desplegaron sus opiniones (…) no habían perdido ni la claridad ni la lucidez en su pensamiento”.
Occidente está obsesionado con el sentido de la visión. Los ríos de catacresis que existen acerca de este sentido para referirse a la opinión tienden a ser innumerables: “desde mi punto de vista”, “desde mi perspectiva”, “mi visión”, “lo que yo observo”, “lo que se refleja”, son solo algunos ejemplos. El sentido rector de nuestra existencia en este lado del globo es la vista; pienso que en Oriente no es tan marcadamente así, los musulmanes en sus templos nos invitan a no saber cómo es la figura de Alá, a relacionarnos con un Dios que no se ve pero se siente, como la brisa. Las tres religiones abrahámicas –sí, querido lector, aunque ahora sea muy europeizante y colonial, en sus inicios, el cristianismo vino de Oriente, una periferia violentada y saqueada por el Imperio Romano– apuntan al sentido de la audición como un canal de comunicación con la divinidad; de hecho, si vamos al significado teológico de la palabra “escuchar”, esta implicaría “obedecer”. Así como los musulmanes con Alá, los judíos tampoco podían ver a Yahweh y en el cristianismo la referencia a ese Dios se da a través de su encarnación e hijo Jesucristo.
¿Qué ocurriría si la visión dejara de ser el sentido regente del pensamiento occidental o los otros sentidos se igualaran en importancia; si lo bello no solo fuera algo o alguien visualmente hegemónico, sino que incluyera atributos como la suavidad de la piel, lo bien que alguien huele o lo hermoso de una voz? Existe una especie de rigidez mental asociada a la visión, que nos priva de muchas gratas experiencias por el solo hecho de clasificar y discriminar la realidad a través de la vista. Es lo que señala en una entrevista Dustin Hoffman cuando creó a su personaje en la película Tootsi (1982), donde un actor desempleado y desesperado por conseguir un papel se trasviste de fémina, obteniéndolo. Hoffman señala que durante la creación del personaje le pidió a la maquilladora que lo transformara en una chica, algo que con un par de artilugios logró. Luego el actor volvió hacer otra petición, esta vez “quería ser la mujer más hermosa que haya podido ser”, a lo que la maquilladora un poco apenada le comentó: “Dustin esto es todo lo que podemos lograr”. Entonces Hoffman comprendió la frustración de las mujeres por no alcanzar el mandato de belleza impuesto y lo torpe que había sido en su vida: “me di cuenta que dejé pasar mujeres maravillosas simplemente por cómo se veían”.
¿La visión será ese sentido fundamental que plantea Occidente? Las religiones en general nos dicen que, para encontrarse con la divinidad, se debe literalmente cerrar los ojos y aquietar el ruido interno y externo. En Chile hay un dicho popular que apunta a restar importancia a lo que se puede conocer con los ojos: “para lo que hay que ver, con un ojo basta”. Pienso que las culturas indígenas latinoamericanas en sus inicios tampoco tenían como sentido basal la vista.
En la literatura también existe la imagen de ese personaje ciego pero que tiene una supra capacidad de “ver y vaticinar” el futuro, como Tiresias o Alsino, en el caso de la narrativa nacional. Durante el estallido social nos horrorizamos con la perdida de la visión de algunos de los manifestantes por la represión de carabineros. Dos casos se volvieron emblemáticos: los de Gustavo Gatica y Fabiola Campillay. Sus ojos fueron dañados en medio de las manifestaciones, pero como pudimos escuchar en las entrevistas y en los distintos medios de comunicación en los que desplegaron sus opiniones, era evidente que les habían malogrado uno de sus sentidos –en el caso de Fabiola se suman dos más, el gusto y el olfato como secuelas del impacto de una bomba lacrimógena en su cara– pero que no habían perdido ni la claridad ni la lucidez en su pensamiento. La situación de Campillay es cinematográfica: de ser una víctima de la represión policial se alzó con una votación maciza como Senadora de la República, un giro de trama impresionante, algo que nos obligó a salir de nuestro óculo-centrismo y entender que era posible que una legisladora fuera no vidente. Por su parte, Gustavo se graduó como sicólogo y toca la batería en una banda de rock…
¿Debería ser la vista la percepción más importante de nuestra vida? Vivimos bajo la influencia de Occidente, todos estamos más o menos comprometidos con esa idea, pero quizá ya es tiempo de democratizar la importancia del gusto, el olfato, el oído y el tacto. Fabiola y Gustavo nos demuestran que esos otros sentidos amplían nuestro conocimiento de la realidad, nos dan diversidad de criterios y nos entregan otra forma de elaborar nuestros sentires y vivencias.