“Las imágenes de mundo han sido parcialmente capturadas por el horizonte materialista científico, pero aún cuando la interdisciplina enriquece esas mismas imágenes, el cielo no se limita a ondas, no tiene un mapa de una sola lectura, sino que en él se establecen muchos lenguajes. Por lo mismo cada página del libro es un cielo distinto, dice otra cosa, marca otra emoción, con los mismos elementos: la página negra, el asterisco blanco, las palabras, entonces se construye un idioma, una poesía astrológica”. Estas son palabras del poeta Tomás Browne, a quien entrevistamos hoy para hablar de su último libro, Las estrellas son el registro de la noche (Ediciones del Desierto), un fascinante libro caligramático-astronómico.
¿Cómo fuiste llegando a esta escritura caligramática y cómo esta obra se integra a ese proceso de dibujar con signos y palabras?
Mi trazo siempre ha sido el de las palabras, y me siento seguro y cómodo dentro del sistema de la escritura cuneiforme para poder estrujar su forma. Es de este ejercicio que aparece la línea y el punto. Entonces hay una reducción de la escritura a su materialidad que forma espacios distintos al clásico. La lectura se altera, aparecen planos distintos, un punto de fuga. Con este tipo de procedimiento surge la materia celeste, tan lejos que a la distancia se lee como un signo.
Los signos de la escritura muchas veces, sin darnos cuenta, realizan una operación caligramática, con la que se dibuja lo que uno quiere decir. Esto se aleja del aspecto figurativo de los caligramas; es pasar de la guitarra dibujada con palabras a seres y cosas más inabarcables, más plurales y universales, como el cielo mismo. Las estrellas son el registro de la noche es una insistencia en este camino, que consiste en reconocer que, de sus luces que se ensanchan en una oscuridad tal, se forman signos a partir de los cuales es posible elaborar una emoción. El lenguaje se proyecta en el cielo.
Las estrellas son el registro de la noche partió de una exposición en la Galería de Arte de Ediciones del Desierto. Cuéntanos un poco de esa exposición, sobre el montaje, cómo era esta versión de las obras, cómo fue el diálogo con los espectadores y cuáles fueron los desafíos de traspasarla al formato libro…
La exposición fue en San Pedro de Atacama. El público había tenido esa noche un contacto con el cielo: vino una comitiva de científicos de Alma, vinieron turistas que la noche anterior habían hecho un paseo atronómico guiado. Eran guías de astroturismo, residentes de San Pedro y artesanas con las que se pensó en pasar estas formas del libro al telar.
El montaje fue sobre muros negros. Por debajo de las hojas, unas tras otras (alrededor de 70) corría una cinta vhs escrita a modo de subtítulos –la misma cinta que usé para hacer estos caligramas-collages. Esta cinta es tan negra, como la materia negra del cielo, y sobre ellas aparecen las estrellas y palabras relacionadas con emociones, vicios y virtudes. La cinta es así el soporte y el registro para que pueda leerse la noche con sus constelaciones.
El libro original ya está fragmentado. El destacado artista Marco Evaristi se llevó unas copias a Dinamarca, aunque todavía existe: está guardado en una caja de madera en formato libro. De pronto apareció Alanui, una tienda de diseño de moda que hizo su última colección en el desierto, y así es como llegaron a la editorial y le ofrecieron publicarlo. Con eso triunfamos: pagó la impresión de 1200 ejemplares, se quedaron con 200 para repartir a sus clientes, 500 para donación, me pagaron todos los derechos de autor de una sola vez, y ya quedan menos de 50 libros a la venta. Personas a lo largo de todo Chile, de diferentes ocupaciones, aficionados al cielo y astrónomos han comprado la mayoría de los libros. Y Fundación Palabra se ha encargado de las donaciones con excelente disposición.
La edición del libro se ajustó bien a lo que quería. Magdalena Contreras lo diseño y armó un ritmo bello con las imágenes. Me gusta que comience con una coma estelar y termine con un punto estelar. Estoy feliz de que sea un libro de bolsillo, simple, que no tenga pretensiones visuales porque el contenido ya lo es.
¿Cómo trabajas, Tomás, cuál es tu relación con los materiales, tu espacio de trabajo, tu tiempo?
Se parece a cocinar sin receta: veo lo que tengo y me pongo a hacer. Unas veces sale rico el pastel y otras me lo como solo. Ya no compro nada, ni papel ni lápices. Tengo una relación espontánea con los materiales y la forma.
Los materiales terminan por hacerme el tema. Tenía cinta vhs, hojas negras, lápiz blanco, estaba en Oslo, a dos metros del bosque, el cielo prístino. Era 2013, mi hija recién nacida, así que los hacía por las noches. Iba sin orden ni concierto, recortando y pegando las cintas de vhs sobre las hojas, poniendo asteríscos y palabras. Un poco con la lógica de cómo aparecen las estrellas, en ese instante en que de pronto son incontables.
Pienso que mi trabajo es muy intuitivo, y lo que está ahí en lo alto aparece en la forma de aquí abajo, en el libro Las estrellas son el registro de la noche. La curiosidad es parte importante de lo que me gusta hacer. Si pudiera agarrar una estrella haría un experimento de niño con ella. La pondría a secar sobre una hoja para que fuera el polvo que escribe por mí. Casi siempre trabajo así, lo he hecho con algas, bayas, hongos… como una manera de cocinar: preparas y luego abres el horno y ves qué pasa.
Hay un asombro primitivo con los seres y las cosas, que mantengo también con las estrellas. Tendrá que ver con una manera de observar y leer, y lo lindo es eso, que no hay nadie que no pueda observar y escuchar el cielo o escucharse en el cielo. Las palabras de aquí abajo son oídas con pobres oídos deficientes, pero hasta la última tecnología para observar y escuchar las estrellas es pequeña ante lo inconmensurable. Al final, se pierden las escalas, y el mismo libro tiene escalas diferentes respecto a los originales.
Este libro está hecho de variaciones a partir de recursos muy mínimos: asteriscos, palabras, algunos trazos, fondo negro y letras blancas. De a poco todos ellos se van transformando en un lenguaje. ¿Cómo se fueron dando estas variaciones?
Miguel Eyquem, el arquitecto de la física, piloto de planeador que murió hace poco, y cuyo cuerpo ya es cósmico, me dijo: “Trabajas estas estrellas que representan los cristales que componen la materia. Recuerda que nuestro cuerpo está centrado entre lo ‘infinitamente pequeño’ y lo ‘infinitamente’ grande! En tus ciudades aparece entre muchas otras cosas una mano con sus ejes prolongados. Me gustan unas estructuras negras. Esto es pura astronomía; la materia negra, la que no se ve pero es necesaria. Al mismo tiempo tus estrellas cristales nos muestran el interior de los sólidos. Tienes todos los tamaños”.
Las imágenes de mundo han sido parcialmente capturadas por el horizonte materialista científico, pero aún cuando la interdisciplina enriquece esas mismas imágenes, el cielo no se limita a ondas, no tiene un mapa de una sola lectura, sino que en él se establecen muchos lenguajes. Por lo mismo cada página del libro es un cielo distinto, dice otra cosa, marca otra emoción, con los mismos elementos: la página negra, el asterisco blanco, las palabras, entonces se construye un idioma, una poesía astrológica.
Todo esto ocurre parecido a cuando estás recostado sobre la hierba y contemplas la noche estrellada: pequeños símbolos linguísticos, un asterísco que sirve para todo, letritas, guionsitos, palabras de horóscopo, etc.
Al principio del libro hay un diálogo, que hice después de los caligramas, con atención a ellos, y que sigue la lógica simple del desierto, tal como lo imaginamos, sin muchas cosas, como un lugar donde perderse. Me gusta el diálogo, hay un similitud con lo visual. Por este hecho, el libro, en su totalidad, puede ser percibido como un solo gran caligrama.
Puede ser también que la poesía astronómica tiene que ver con algo tantísimo mayor a mí, y es que de algún modo el lenguaje se adelanta a los hechos. Hay una construcción antes de partir. Por ejemplo, me gusta la caligrafía, la practico todos los días, y todo desemboca en que quieres partir a China, a visitar a un maestro caligráfico y terminas por otras razones quedándote ahí. La poesía, como vivencia más que como escritura, es esa aventura, y ahí no sabes muy bien cómo explicártelo, como cuando lees un poema, tendrás que recurrir a un crítico literario para describir la emoción que sientes. Lo inquietante también es cómo hay quienes son más pasivos o activos con su destino. Hay quienes lo quieren controlar, y dicen no y marcan el tiempo, y otros que se dejan llevar. En eso somos bien estelares.
Sabemos que llevas un buen tiempo viviendo fuera de Chile, en diferentes lugares del mundo: Australia, Noruega, Punta Arenas, España… Las estrellas nos remiten al viaje, la navegación, son brújulas para el viajero. ¿Esta obra tiene algún vínculo con esa experiencia y los modos de habitar estas regiones tan dispares?
Y el año pasado la pandemia me dejó atrapado seis meses en Valparaíso, en IRC (Isabel Rosas Contemprary). Pude hacer una residencia ahí, que terminó llamándose brotes simultáneos, porque el brote de Covid y los míos avanzaban al mismo tiempo. Ahí intenté separarme de las estrellas que sigo. Tu sabes que esas estrellas son las del amor, entonces donde va el amor, voy yo. Este libro sobre las estrellas se lo dediqué a mi familia, a Alejandra y a Alma, porque son mi rumbo, y si se van a China ahora, me tendré que ir a China, y lo digo en la posibilidad poética de que si el amor es el lucero de la mañana y de la tarde, que como objetos tienen la misma referencia pero distinto sentido, tengan para mí un día el mismo sentido y la misma referencia. Eso es poesía.
Me cuesta que las cosas puedan significar otras cosas, ser metáforas, símiles, asociaciones, etc, es como si la materia no me dejara ir más allá de lo que es. Las estrellas aparecen de esta manera. Sin embargo es lindo que aquellos que me conocen puedan asociar eso con los caminos que me ha tocado recorrer. Me gusta que sea un libro abierto que se pueda leer de cualquier manera.
Puede ser también que la poesía astronómica tiene que ver con algo tantísimo mayor a mí, y es que de algún modo el lenguaje se adelanta a los hechos. Hay una construcción antes de partir. Por ejemplo, me gusta la caligrafía, la practico todos los días, y todo desemboca en que quieres partir a China, a visitar a un maestro caligráfico y terminas por otras razones quedándote ahí. La poesía, como vivencia más que como escritura, es esa aventura, y ahí no sabes muy bien cómo explicártelo, como cuando lees un poema, tendrás que recurrir a un crítico literario para describir la emoción que sientes. Lo inquietante también es cómo hay quienes son más pasivos o activos con su destino. Hay quienes lo quieren controlar, y dicen no y marcan el tiempo, y otros que se dejan llevar. En eso somos bien estelares.
Entre tus múltiples ocupaciones actualmente trabajas también como jardinero. ¿Esta relación con las plantas, la tierra, el agua, muy física y muy material, te ha hecho bien como artista? ¿Ingresa de alguna manera a tu obra?
Claro que me ha hecho bien!
Entramos en un terreno sin nada y de repente tienes árboles, plantas, piedras, una forma más definida en el terreno, pasto, lagunas, y luego tienes que cuidarles. Hay semanas en que tengo que plantar mil árboles, te sientes bien con eso.
Para mí el arte debe ser una construcción en este sentido. Despojado de toda pretensión. Y sabes, es muy lindo, porque comienzas a conocer los árboles, entonces cuándo caminas, dices: voy caminando entre abedules o hayas, y ya reconoces lo que te rodea y así comienzas a tener un diálogo con otros seres tal como lo tienes con perico de los palotes. Se descubre una forma de comunicación, y todo tiene un valor en sí.
Como jardinero te vas dando cuenta de las grandes cantidades de basura que dejamos, de la despreocupación por nuestro entorno en términos ecológicos. Debes arrancar un campo de malezas donde las abejas estaban felices. Yo creo que el jardinero ideal piensa en el futuro: no poda árboles para que se vean bien, sino para que se desarrollen lo mejor posible. El control de la naturaleza debe estar en favor de ella, en querer ayudarla.
El trabajo como jardinero me ha ayudado a ser más reflexivo, y ya no necesito hacer muchos trabajos de interacción con cosas naturales para entender el tiempo y la huella de los seres orgánicos, porque me los encuentro in situ o haciendo algo para otra cosa. Por ejemplo, tengo que sacar unos paños de sedum, que es un tipo de suculenta, y bajo esos paños me encuentro con una colonia de hormigas, y ahí observas y las filmas y se te ocurre hacer un video poema con ellas. Tampoco es que esté pendiente de eso, pero si aparece algo que me llama mucho la atención, tomo la oportunidad para elaborar y mostrar en un futuro cómo veo eso que vi.