Hoy entrevistamos a Francisca Robles, artista textil, ilustradora y docente, que se ha desarrollado en la escena “del orgullo textil, de las microeditoriales, la autoformación y las asambleas (…) que se cortó con la dictadura, en la que había una nutrida colaboración entre artes académicas, populares, artesanía y manifestaciones pre-coloniales”.
Te formaste en la Universidad Católica, donde en general se educa para crear tu obra personal, dándole un lugar central al artista como individuo, y sin embargo has ido desarrollando un trabajo que se orienta hacia un uso social del arte, a través de actividades educativas y de difusión del propio gremio. ¿Qué piensas de cómo se fue dando ese giro?
Creo que desde un inicio mi interés en estudiar Arte fue por una búsqueda creativa, más que considerarme a mí como una potencial artista. Tenía ganas de aprender, no tenía mucha cercanía al dibujo, pintura, tampoco conocía la historia del arte. Mis influencias familiares previas a estudiar venían del mundo editorial: poesía, ilustración, edición.
Crecí entremedio de los libros que publicaban mi abuela y abuelo, que se acumulaban en cajas por la casa; los poetas venían de visita a conversar sobre sus textos y organizaban sus asambleas autogestionadas en torno a la escritura. Entonces tenía en mí ese gen de que el trabajo creativo es parte de un gremio, y lo que me maravillaba era ver que esos gremios se movían en grupo y que había una gran pasión por mantener activa la vida cultural.
Mi acercamiento a los oficios también los traía por herencia de mis abuelos. La casa estaba llena de las ilustraciones de Coré, que era hermano de mi abuela. Y mi abuela y mi tía abuela cosían muñecos e inventaban todo un mundo fantástico en torno a los personajes que creaban. Eso fue una gran influencia para mí, pero al momento de elegir una carrera universitaria y estar en medio del estudio relacionado al arte no lograba ver que por ahí iba a encausar mi vida profesional. Todavía lo encuentro divertido: hacer muñecos de tela, eso es.
En arte, en esos tiempos todo, lo que oliera a artesanía o manualidad era muy mirado en menos. Ahora, con distancia me doy cuenta que todo lo que oliera a mujer, dueña de casa, madre, niña, ingenua, tierna, lenta, era mirado en menos. Era el reinado de ser hombre intelectual, despectivo, eurocentrista, y si eras mujer en ese mundo debías ponerte en el mismo rol para lograr destacar.
Nada de eso va conmigo. Serían esfuerzo enormes para lograr ser así. Así que digamos que me arranqué y me fui por el camino que me gustaba.
Una vez que egresé de arte tuve la necesidad de estar con más gente fuera del taller, que era una instancia muy solitaria. En esa búsqueda de participar en actividades colectivas conocí el espacio de las ferias urbanas. Y ahí todo se fue dando, me instalé con los primeros muñecos que hice (especialmente inventados para estar en la feria), pensados a partir del reciclaje de telas de fábricas de ropa de Patronato. A esos muñecos les puse “Los Musgoamigos” porque pensaba en el musgo que sale como si nada de las rocas. Estos muñecos salían sin la necesidad de hacer un gran gasto en materiales y a partir de lo que era un deshecho, algo muy de la ciudad, algo que podría pensarse que no aportaba nada. Desde ahí confeccioné algo y con esos “algo” me instalé en las ferias y pude conocer a músicos, editoras, ilustradoras, activistas, educadoras, artesanas, textileras. Las colaboraciones fueron brotando y muy feliz he visto desde ahí (2007) cómo he podido enfocarme en la docencia, creación e investigación desde esferas no institucionales e institucionales. Ha sido muy gratificante.
¿Cómo entra, dentro de ese giro, el tránsito hacia lo que tú llamas “la nueva artesanía”? ¿Cómo dialogan, en su práctica, tu formación inicial de artista con los oficios y lo artesanal?
Creo que en un inicio hablé de “nueva artesanía” más que nada por trancas personales, ya que me estaba dedicando a hacer muñecos pero no me sentía con la autoridad para decir que era una artesana. Estaba en un punto medio bastante ambiguo, ya que además la confección de piezas con materiales industriales (no materias primas) tampoco se considera como un oficio artesanal tradicional. Y como por lo general una tiene que definir qué hace, dentro de qué calza, le puse el título de “nueva artesanía”, pero lo cierto es que no era una manifestación nueva y aún no estoy segura si mi trabajo puede considerarse artesanía.
En el fondo el muñeco era la excusa para estar ahí, para atraer los encargos, para contar algo con las telas, para incentivar el juego con la manufactura y para dar paso a los talleres y luego a las instancias colectivas de creación y educación. Desde siempre soñaba con hacer lo que ahora hago, solo que en ese tiempo estábamos en un proceso cultural de vuelta a las raíces y no tenía tan claro si iba a resultar.
Luego vino un auge de los oficios, del orgullo textil, de las microeditoriales, la autoformación y las asambleas. Pienso que estábamos retomando una escena que se cortó con la dictadura en la que había una nutrida colaboración entre artes académicas, populares, artesanía y manifestaciones pre-coloniales.
Recomiendo mucho el libro Artesanos Artistas Artífices de Eduardo Castillo para entender todos esos espacios muertos que nos dejó el 73 y que luego fuimos retomando de forma bastante intuitiva quienes nos acercamos a los oficios como una búsqueda de identidad. Todo es un ciclo.
Hay momentos de tu trabajo, como el podcast Tramas, en el que hablas de diferentes publicaciones que han aparecido en Chile en torno al textil, y en los que se entrecruzan dos universos que muchas veces parecen opuestos: lo artesanal y lo digital. ¿Cómo crees que se comunican estas dos formas de tecnología o de hacer?
Para mí siempre han ido de la mano. Tecnología y artesanía. La técnica artesanal aparece con el dominio de los procesos para desarrollar herramientas que facilitan la vida humana. Las nuevas tecnologías también. Solucionan, facilitan y también dan espacio al ocio y el placer. Son súper humanas en todo caso, habría que profundizar en los impactos que tienen en el entorno natural y la vida de otras especies…
Para mí la tecnología ha sido un elemento clave para salir al mundo y atreverme a desarrollar proyectos desde la autogestión. Creo que el poder ver lo que pasa a nivel global abre la cabeza y te quita al miedo. Además que es una gran herramienta para el “autobombo” que ha permitido que muchas artesanas se salten los intermediarios pudiendo comercializar directamente sus creaciones. En el plano de la docencia la tecnología abre un espacio en el que puedes llegar a un publico muy amplio, sin las restricciones del lugar donde vives, con la posibilidad de transmitir en diferentes horarios y sin el sesgo editorial de las academias. Eso es muy liberador.
El boom de los blogs, myspace, podcast y muchas otras plataformas que van naciendo ha permitido que crezcan movimientos musicales, de ilustradores, editoriales de forma independiente. Sin internet no sé cómo hubiera podido empezar a dedicarme a lo que hago.
Por eso es un tema que me gusta mucho y lo enseño a adultos mayores en la Municipalidad de Santiago, porque es una herramienta que amplifica voces y puede empoderar a ciertos grupos que suelen dejarse de lado en los espacios más establecidos.
Una de tus líneas de trabajo ha sido el libro, particularmente la ilustración textil y, ahora último, lo que has llamado “libros blandos”, donde el textil es también soporte de la obra. ¿Qué le aporta el textil al libro?
Es muy interesante ver el efecto que tiene el textil en el plano editorial. Atrae mucho y genera algo, como una nostalgia. Que sea blando y táctil incentiva las ganas de tocarlo y pasar las páginas y jugar.
Por lo general lo que me habían pedido era ilustrar con textil y luego digitalizar para imprimir un tiraje de libros grande. El año pasado Sebastián Rey y Sandra Marín me encargaron un libro táctil que formaba parte de un laboratorio de artefactos que fomentaban la investigación de la tecnología a través del juego para un museo en Chiloé. En ese encargo el material fue el protagonista y fue una muy linda experiencia.
El textil es blando, moldeable, no rompible. Se asocia al calor, al abrigo y por eso pienso que puede transmitir algo íntimo, resguardado. Un libro de tela parece una cama, con sus sábanas y frazadas. Es envolvente, protege. Nos recuerda algo menos serio que el papel. Es lavable por lo que lo pueden tocar, no es severo.
Además da cuenta de un proceso manual, se asocia a que alguien dedicó un tiempo y esfuerzo a confeccionarlo. Eso lo hace más rico, lo vemos y agradecemos la dedicación que permitió que exista.
Ahora lo que estoy haciendo es una colección de libros de tela que basan el acto de lectura en la relación con el material y la experiencia de pasar las páginas. Recién estoy comenzando y el plan es nutrir las bibliotecas en espacios enfocados a la primera infancia y la crianza. Pensado eso si para todas las edades, para que juguemos.