Dentro de un sobre, y junto a una brevísima nota, llegó hace unos meses hasta mi casa un ejemplar del libro Füchse von Llafenko, de la poeta Gloria Dünkler. El envío lo hacía un amigo que me invitaba a escribir una reseña o algún texto de impresiones. Mucho tiempo después del pensado, comienzo algo que se le parezca. Ya podrá entenderse mi morosidad.
El libro fue publicado en 2010 por Ediciones Tácitas, aunque hubo una primera edición aparecida en 2008 bajo el sello argentino Los puños de la paloma. Füchse von Llafenko ha cosechado a estas alturas varias reseñas y tantos más reconocimientos. Ésta vendría a ser una más de aquéllas.
El título, para quien necesite la intelección de todo lo dicho, significa en traducción literal “zorros de Llafenko”.
El ejemplar que me llegó trae –y así lo conservo hasta hoy– una cobertura de papel blanco que lo protege, como si el motivo de la tapa quisiera escondérsenos o pasar inadvertido, tal como es común en el animal que le da título al libro; o como si ocultándolo tras esa cubierta quisiera hacerse menos violento el encuentro entre nuestro mundo y el del libro; o como si, finalmente, se quisiera preservar lo que contiene, poniéndolo a buen resguardo del desgaste natural del tiempo.
Llafenko es un pueblo no muy distinto a Comala o a Spoon River, salvo por que algo sabemos del sitio donde se emplaza: el sur de Chile, y por que los que aquí hablan no están necesariamente muertos. Se trata de un libro coral, que (re)construye un mundo a través del contrapunto de las voces. Es por ellas que vamos armando las historias que se urden, y conociendo a los personajes que lo habitan.
En principio, lo relatado arranca con la llegada de unos inmigrantes alemanes a Llafenko, y el encuentro que se produce entre ellos y los lugareños. Ya en este punto, con la fuerza propia de esta sola coincidencia, Llafenko se escapa de las coordenadas reales. Por eso puede parecerse a Comala o a Spoon River: porque puede no estar emplazado en Chile, sino en parte ninguna, o en todas a la vez. Más que un sitio, Llafenko es un espacio de encuentro, y uno que lo es no sólo entre forastero y nativo, sino entre dos lenguas y dos culturas; un lugar de tensión del lenguaje, una tierra donde han de convivir dos idiomas que se desconocen, pero que intentan y necesitan acercarse.
Y si no fuera ya bastante con la llegada a Llafenko de estos europeos, por la lectura llegamos también nosotros (lectores emigrados de otra patria) para entrar también en diálogo y ser parte de esta tensión, de este desconocerse, y de esta intención y necesidad de aproximarnos. Leer es llegar también a un lugar, y aquí, como en otros destinos, ha de tomarse uno el tiempo necesario para conocer a sus personajes y para recorrer sus espacios. De ahí, entonces, la dilación para empezar a escribir estas líneas: era menester familiarizarse con el lugar y sus habitantes.
El libro avanza conforme van transcurriendo las vidas de sus personajes. Por eso está dividido en cinco secciones: “Ankuft der Emigranten”, “Fantasmas de la escuela”, “El paso de los años”, “Misivas de Karl desde el frente”, y “El ocaso”. Pero una vez más, tal como Llafenko es todos los lugares, o ninguno, así estas vidas son éstas, pero todas a la vez, o ninguna al mismo tiempo.
Puestas las biografías imaginarias en un sitio imaginario, comienzan a zurcirse los fragmentos, con tanto de verdad como la historia nos dice que ocurrió, pero con tanto de representación como la poesía nos permita.
Curiosa pretensión ésta la de la poesía: construir el relato de una inmigración, arrebatando a la novela y a la crónica, géneros más propiamente “narrativos”, el cometido que les resulta natural. O bien puede ser que Füchse von Llafenko sea una mezcla de estos tres tipos de escrituras, los que se alternan, apareciendo o desapareciendo cuando el tono los necesita o cuando el tono los hace huir. Por eso tal vez el verso queda guardado sólo para algunos momentos, justamente los de la infancia y la adolescencia de sus personajes, pero se vuelve prosa cuando ha llegado ya la madurez, el viaje a la guerra, y el peso de la ancianidad. Instalada la crudeza de la guerra, se acaba el verso en un gesto radical, y desde ahí, hasta el final del libro, sólo tendremos cajas de textos, prosa, nichos de cementerio. El verso se reserva al recuerdo de la niñez y de la juventud. Después de la guerra, no hay verso alguno, precisamente porque “nach Auschwitz ein Gedicht zu schreiben, ist barbarisch” [“escribir un poema después de Auschwitz es una barbarie”].
Los habitantes de Llafenko están en este sitio, pero están también en otro, porque llegar es también haber partido. Llafenko juega con su complemento, que es el lugar-otro, el sitio desde donde se vino para llegar hasta aquí. Tan pronto arriba el inmigrante comienza el extrañamiento, que es tanto la nostalgia de la tierra desde donde se viene, como la admiración y extrañeza que causa ésta adonde se arriba. “No te conozco, indio, no te comprendo”, dice el forastero apenas en el cuarto poema. El libro está siempre trabajando con un sitio imaginado y otro muy real. Donde la cara de una moneda es una ciudad germana (Hamburgo), con todo su imaginario propio, el sello de la misma es un pueblo (Llafenko), con toda la naturaleza que él implica. Se ha llegado a una aldea, que si bien “jamás fue un edén”, es una donde se puede mirar de frente al bosque, a la lluvia y a los ríos. Por eso la prima Elisa extraña la biblioteca y el teatro que dejó en Hamburgo y que no halló en Llafenko. “Ya no aguanta esta vida del carajo”, dice un poema; y es ahí, cocinando, donde el extrañamiento se vuelve frustración, y la tristeza deviene en rabia. Es complejo el sentimiento humano, y bien lo supo Gloria Dünkler, poniendo en verso la contradicción de las decisiones, vuelve creíble las voces que aquí habitan.
En una novela de la que no he podido hacerme aún (Der Kampf ums Wilde Land [La lucha por la tierra salvaje], de Frank Braun) los jóvenes de una colonia alemana, también ubicada en Chile, parten de regreso a Europa para luchar por Alemania en la Segunda Guerra Mundial. “Heim ins Reich” [“regresar a la patria”] era para ellos el dictum. Así también ocurre en Llafenko con el joven Karl, único personaje que a lo largo del libro es individualizado por su nombre, y cuya presencia es constante, quien marchará a Europa para aceptar lo que él siente como un llamado de la patria. Pero el sentimiento no comienza en la adolescencia, sino que se fragua en la niñez, cuando la inocencia mezcla en una amalgama uniforme la realidad con el juego. “Karl poseía una colección de soldaditos/ que eran la envidia de la escuela”, y ya en Alemania los soldados eran algo muy distinto a un ejército de pequeñas piezas de plomo. En Llafenko, a este lado del Atlántico, se escuchaban “lecciones sobre historia de las razas” y se arengaba a los niños a ser orgullo de los padres y de la patria (manida retórica de los nacionalismos y las religiones). Desde ahí, Gloria Dünkler sigue mostrándonos en voz de varios, breves momentos de la vida de esos niños. Sin embargo, mientras Karl decide partir al lugar desde donde Alemania lo reclama, otros hay que pronuncian un gran “no” (il gran rifiuto), y cargan con el estigma de ser “cobardes para la nación”, “remisos al decir de la abuela”, e “inútil para los amigos”. Ahora los caminos se abren dolorosamente. Ya luego, en el frente, vendrán nuevas nostalgias, y en ellas irá implícito el cuestionamiento a lo creído desde niño. Cosa paradójica ésta: estando por fin en la patria respecto de la que siempre se tuvo nostalgia de regreso (Alemania), cumpliendo además el sueño de “defenderla”, se quiere volver ahora a Llafenko, el lugar que a fuerza de experiencias, de amor erótico, filial y familiar, se transformó en la patria verdadera. Escribe el joven Karl, desde las trincheras: “daría la vida por un sorbo del vino más corriente, por un costillar asado frente al río, por reventar la fruta jugosa con mi lengua reseca”.
Explorar estos matices de la historia, entrando con tanta propiedad en la piel de los que aquí van hablando, con la consiguiente dificultad que es prestar voz a un niño, hace de Füchse von Llafenko una empresa mayor que avanza con admirable maestría. Por esta misma razón, además, hace gala de esa complejidad propia de la buena literatura: aquélla que no resuelve ni saca conclusión alguna. Dünkler presta su palabra para construir un imaginario, y es éste el que pone ante nuestros ojos los conflictos naturales entre migrante y lugareño, los procesos de identificación y diferenciación de cada quien, y la carga de algunos de soportar una patria en la sangre, pero de armar una vida en otra bien distinta. Y a más de esto, Dünkler recoge el discurso grandilocuente que se oye desde la Alemania nacionalsocialista y lo pone en oídos de los que habitan Llafenko. ¿Cómo un joven acoge esas palabras que apelan a una sensibilidad especial, identificándose con lo bueno y lo debido? El libro no juzga, sino que intenta cristalizar la realidad.
El momento de recapitular una vida es un ejercicio propio de la vejez que Dünkler articula en la última sección del libro: “El ocaso”. Recapitular, mas no concluir. Las preguntas siguen abiertas hasta el último poema. “A veces me preguntaba –dice una de las voces de Llafenko, en su ancianidad– qué habría sido lo correcto: quedarme en estas tierras o partir”. Coherente hasta el final con su intención de no optar por posición alguna, Dünkler nos deja enunciadas las preguntas más profundas que quedan en los labios de estos personajes.
Si estos colonos llegaron a Llafenko pensando que encontrarían aquí un paisaje y una vida de ensueño, como la que Heinrich von Kleist deja entrever en Das Erdbeben in Chili [Terremoto en Chile], se equivocaron estrepitosamente. Como dice el primer poema del libro de Gloria Dünkler: “las tierras de Llafenko jamás fueron un edén como se nos dijo”. Aquí hubo que cargar con una historia de sacrificios, que a la larga terminó con una muerte en manos de la dictadura del nacionalsocialismo, como ocurrió con los que partieron, o en manos de la dictadura del abandono, como ocurrió con los que se quedaron. Hasta en la muerte existe el extrañamiento, que los que aquí permanecieron, hubieran deseado una “muerte con un poco de dignidad”, como la que ofrecía una guerra; pero los que partieron, extrañaban la apacibilidad y el verdadero hogar que significaba Llafenko. Qué haber resuelto en la juventud, permanecer o partir, queda otra vez como una interrogante. Porque está dicho ya: este libro, como Llafenko, es “un laberinto de secretos, un enjambre de preguntas sin respuestas”.
Quilpué, verano de 2011.